Septiembre:
1222 – Anne Holt
Historias y desventuras del desconocido soldado Schlump –
Hans Herbert Grimm
El teniente Sturm – Ernst Jünger
La Chica de ojos verdes -
Edna O’Brien
Galveston – Nic Pizzolatto
Aguas Turbulentas – Ian Rankin
Octubre
El meridiano de Greenwich – Jean Echenoz
Popular
Hits of the Showa Era – Ryu Murakami
Revenge –
Yoko Ogawa
The Ginger
man – J. P. Donleavy
The Drop –
Dennis Lehane
Consumed –
David Cronenberg
Jon
Connnolly – The infernals
The last
good kiss – James Crumley
Como en los cines de mi infancia (los cines Colon y Plaza de
Cangas de Onís y el Espronceda de Madrid me vienen a la memoria) hoy toca
programa doble: septiembre y octubre en un solo post, ya que no me dio tiempo a
escribir el post de septiembre antes de llevar a cabo mi peregrinación anual, talibán
que es uno para estas cosas, y ahora me enfrento a una pilita de libros que comentar y con pocos recuerdos de algunos
(algo que, aunque no lo parezca, es bueno porque aportara brevedad a los
comentarios).
Como seguro sospechabais, dado mi carácter, en la librería
Méndez no compre un solo libro (el que comente en el último post) si no que
salí de allí con otros tres, porque eso de comprar uno solo se me hace raro,
muy raro y, para que negarlo, ir más de una vez al mes ya puede considerarse
vicio ¿no? y tampoco es eso.
Inevitablemente Historias
y desventuras del desconocido soldado Schlump, en su título, hace que
recuerdes las aventuras de aquel “valeroso
Schwejk” con el que, además de ser un clásico, recuerdo haber pasado unos
ratos excelentes y motivo (este último, no el de ser un clásico) por el que
deberíais leerlo aunque igual no os hace gracia. La contraportada advierte de
que es “una obra maestra de la literatura
antibélica” y posiblemente lo sea, no digo yo que no. Eso si, donde Schwejk
es antibélico por reducción al absurdo, creando las situaciones más absurdas
imaginables solo por su literalidad a la hora de cumplir órdenes y por su Sancho-Panzismo (concepto que dudo que
exista en términos formales, pero que espero que comprendáis) este es
antibélico pretendiendo ser realista
y crítico. Personalmente prefiero mil
veces el absurdo del primero frente a ese supuesto realismo que no me acaba de
convencer, con todo se lee bien y para un fumador siempre da gusto que
recuerden la visión del tabaco que existía antes, antes de este mundo de
sanidad (que no santidad) forzada, con frases como “ya sabe usted que un hombre sin tabaco es un hombre a medias”. Al
fin y al cabo hasta hace unos pocos años (cada vez mas) los soldados debían
llevar en su equipo de supervivencia un paquete de tabaco, ya que ofrecer un
cigarrillo era considerado un acto de amistad que podría llevarse a cabo sin
barreras idiomáticas. Supongo que hoy tendrán que llevar algo con Biobifidus o un poco de salvado de Quinoa para confraternizar,
ya que ahora este sencillo gesto de ofrecer un pitillo puede, al parecer, ser
considerado como una invitación al suicidio, y el hecho de fumarse un pitillo
seguramente pueda ser visto como un acto de tortura. Pero divago, ya
despotricare contra los anti fumadores otro día que hoy hemos venido a hablar
de libros (no de mi libro, conste que para eso, si es que llega, queda mucho).
Pues eso, que esta supuesta obra maestra a mí me ha aburrido un poco, puede que
bastante, así que es posible que lo sea.
Como ya estaba con la primera guerra mundial pues seguí con
ella y además del soldado me decidí por coger a un representante de mayor
rango: El teniente Sturm. Un error:
lo que la tropa no había conseguido desde luego no lo conseguirían los mandos,
a menos que lo que pretendieran fuera conseguir que me aburriera. Si era así,
igual alguien debería ascender de rango al soldado y yo creo que el teniente
podría aspirar a general (en el caso de que esto sea más, que mi conocimiento
del ejercito es algo menos que reducido).
No sé porque alguien podría querer leer este libro si no que tampoco sé
porque alguien podría querer escribirlo.
Como no solo de guerra vive/lee el hombre, también cogí en
la librería Méndez La Chica de los ojos
verdes que no solo tenía una chica en el título, algo bueno, si no que
además estaba escrito por una chica, algo incluso más prometedor. No solo sobre
chicas, si no que sobre chicas irlandesas en Irlanda. Un tema que a cualquiera
apasionaría, incluso aunque no se trate de chicas pelirrojas. En fin, poco más
se podría pedir ¿no? Pues por aquello de pedir yo habría pedido que fuera
divertido, con tradicionales personajes entrañables y dramáticos, o tal vez tan
solo que no se espesara tanto en las
disputas entre católicos y protestantes, pero ya sabéis lo que dicen: “contra el vicio de pedir, está la virtud de
no dar”.
Viajar por temas de trabajo a veces me gusta y otras me
parece una autentica pérdida de tiempo, pero lo que es casi siempre constante
es que me veo obligado a visitar las librerías de estaciones y aeropuertos ya
que o se me olvida coger algo que leer o no tengo nada que coger. De forma
general estas librerías tienen para mí un interés meramente sociológico, el de
descubrir que es lo que realmente está leyendo el resto del mundo, y siempre me
resulta difícil escoger algo apetecible que no sea una reedición en rustica (un
paperback en el idioma del imperio,
que uno sabe idiomas) de algún libro que no compre en su día porque no me tentó
lo suficiente. Es raro que de verdad encuentre algo que me apetezca leer.
Así que cuando dando vueltas por la escasa librería de la
estación de Atocha vi Galveston, una
novela negra que recomendaba Lehane no deje que me asustara la banda que le
habían puesto de que era la primera novela de un guionista de una serie de
televisión y la compre. No, no es que tenga nada en contra de los guionistas de
televisión, mucho menos contra la televisión en si (que considero nutritiva y
visto lo visto creo que deberían reponer Estrenos
TV y hacerla obligatoria en la educación secundaria), pero resulta evidente
que cosas que funcionan en una serie de televisión no funcionan en una novela,
igual que resulta evidente que cosas que funcionan perfectamente en las novelas
no tienen cabida ni en la televisión ni en el cine. Este es uno de esos casos
en los que me reafirmo ya que, pese a no tener una mala historia ni malos
personajes, comete algunos excesos narrativos que solo podrían funcionar en una
serie de televisión (creo que ni siquiera en película funcionarían). Si esto es
lo mejor que ha leído Lehane en la última década, una de dos: o Lehane no lee
novela negra, ni siquiera las suyas, o no tenemos los mismos gustos. Esto
último me resultaría raro porque sí que me gustan sus novelas. En fin, es lo
que tiene recomendar cosas o recomendar no leerlas… por eso yo no lo hago.
Otra vez sin nada que leer, con poco trabajo – corrijo, con
trabajo pero sin ningunas ganas de hacerlo – y con la pereza de subir hasta
Cercedilla a visitar la librería Fuenfria e incluso con la pereza de ir a
comprar más libros (si, últimamente estoy batiendo records de pereza; bueno, no
los estoy batiendo porque me da pereza) me puse a revisar la librería de Álvaro
con la esperanza de encontrar algo que no hubiera leído.
Aunque no parecía una posibilidad muy viable, ya que además
de no haberlo leído tenía que apetecerme, tuve suerte y había una novela de la madrina de la novela negra noruega: 1222. Ya sabéis como soy y no tenía ni
idea de que existiera una madrina de la
novela negra noruega, mucho menos de que esta madrina hubiera sido ministra de Justicia de Noruega; algo normal a
menos que os diga que estoy casi seguro de que ya había leído otra novela suya
y casi seguro que había leído lo mismo en la contraportada. Así somos algunos,
que los cargos no nos impresionan y muchos datos no dejan huella en muestra
memoria. Aparte de esta curiosidad y de recordar que para medir la intensidad
del viento se utiliza la escala de Beaufort (algo que había sabido pero había
olvidado y que pese a no tener demasiada utilidad me ha venido muy bien para un
informe que estaba preparando) lo único que os puedo contar es que básicamente
es Diez negritos pero ambientada en
otro sitio (si, lo habéis adivinado: en noruega) y algo más floja (aunque la
contraportada clasifique esto como una
vuelta de tuerca).
Una vez al año, o algo más, recibo un correo electrónico que
me hace conectar la impresora a toda velocidad, imprimir un documento adjunto y
marcharme a mi casa a encerrarme concentrado en la lectura, ya que recibo un
primer borrador de la nueva novela de mi hermano Rafa (perdón, quiero decir de
Don Rafael Reig). Bueno, no siempre es un correo si no que a veces es una
visita del autor y en lugar de una copia tengo que imprimir un par de ellas;
pero eso sí, siempre es un gran día, un día esperado y apetecible que alegra
los días siguientes.
De momento y para no daros más envidia de la necesaria solo
os diré un par de cosas: se llama El
malhumor, aunque esto sea eso que llaman un working title, y es… buena. Diría que es muy buena pero ya sabéis
se trata de mi hermano, de mi hermano mayor para más señas, y obviamente un
hermano menor no dirá estas cosas en público de su propio hermano.
No os diré nada mas de momento y me reservo mis opiniones
para la lectura de la obra publicada cuando pueda recomendaros que vayáis a
vuestra librería de referencia (o mejor aún hasta la librería Fuenfria de
Cercedilla, donde el librero tarambana
os hará una buena falsificación de la firma de Rafa y si vais de mi parte igual
hasta os falsifica una dedicatoria) para haceros con una copia (o varias, que
seguro tenéis amigos que leen y que mejor regalo que un buen libro) tan rápido
como os lo permitan vuestras piernas y vuestros compromisos y actividades
(tampoco se trata de que salgáis del baño sin lavaros las manos para comprarla;
pero casi).
Con esta muy agradable lectura ya estaba a menos de una
semana de que se acabara el mes y prácticamente a menos de diez días de marchar
de peregrinación. Además estaba casi seguro que antes de la peregrinación vería
a mi hermano, lo que normalmente equivale a una buena visita a una buena
librería, ya que habíamos de celebrar su cumpleaños y por supuesto habría de
someterme al preceptivo interrogatorio sobre su última novela. Estos eran
motivos suficientes para que en lugar de visitar otra librería me conformara
con rebuscar, una vez más y en vista del éxito anterior, en la librería de
Álvaro.
Os confieso que si muchas veces elijo un libro solo por el
título, solo por la portada o incluso por donde está colocado, hay otras veces
que me niego a leer un autor porque no me gusta su nombre. Ya, cada loco con
sus manías pero ese es el motivo por el que nunca me he comprado un libro de
Andrea Camillieri (que no, que no es una chica) ni de Ian Rankin. Sencillamente
no me parecen nombres de buenos autores. Afortunadamente Álvaro no tiene estas manías,
o no tan acentuadas (aunque no tiene ninguno de Camillieri. No digo más, señor
Juez), y en su librería estaba Aguas
turbulentas (libro que, todo sea dicho, podría haberme comprado por su título,
por aquello del agua. Otra manía). Digo afortunadamente ya que es una novela
bastante entretenida que se lee muy bien, con sus curiosidades o extrañezas,
como que la bebida normal de un inspector de policía escoces sea el Laproigh (o
como se escriba que no me apetece buscarlo en internet, ni levantarme a mirar
la etiqueta) whisky que, hasta donde yo sé, no sería habitual ni para gentes de posibles (aunque en escocia no será
ni de importación); y con frases con las que puedes sentirte identificado como
esa de “Había estado a punto de encontrar
cobijo en la música, de convertir el problema
en una canción anestésica para su conciencia”. ¿Cuantas veces las
canciones me habrán dado cobijo, cuantas habrán anestesiado mi conciencia?
En cualquier caso al final comimos con mi hermano para
celebrar su cumpleaños y esto resolvía mis problemas de lectura durante algún
tiempo. Algo que si bien podía ser innecesario ya que en muy pocos días no solo
estaría de peregrinación si no que estaría comprando libros en mis librerías
favoritas de mi ciudad favorita (Cercedilla no es una ciudad que lo sepáis, por
eso no incluyo la librería Fuenfria) me
ahorraría el tener que comprar cualquier novela en la tienda del aeropuerto de
Barajas – Adolfo Suarez que visitaba por primera vez desde su cambio de nombre,
todo sea dicho.
Le compre varios libros a Rafa, aunque no pensaba leerlos de
momento (probablemente en varios meses ya que mal se tenía que poner para que
no volviera con material para varios meses; para todo el invierno si todo iba
bien) salvo uno para el avión de ida y este lo elegí por tamaño (entre los que
compre) calculando la cada vez más interminable duración del vuelo y sus
esperas pero considerando que viajábamos con Alicia que, por un motivo u otro,
siempre proporciona cierta distracción y entretenimiento y considerando también
que en los aviones se reduce mi capacidad de concentración.
El elegido fue El
meridiano de Greenwich que, con poco menos de doscientas cincuenta páginas,
pensaba yo que podría cubrir fácilmente unas cuatro o cinco horas de lectura
entretenida, o en el peor de los casos de lectura sin más. Increíblemente y
para desesperación de mi hermana Helena, que afirmara que me desespera y ponía
caras de ello (aunque todos sabéis que yo soy hierático, lo que le quita
credibilidad), no pude aguantar más de una hora leyendo, eso sí: una hora que
se me hizo interminable y solo de manera intermitente. No es que me parezca
malo, es que me parece peor, peor que casi cualquier cosa. Tan malo era que mi
plan era dejarlo en NYC y no volver a verlo nunca más, no por hacer que
sufriera el que lo encontrara si no por evitar que se comprara este libro una
vez más. Un libro que es peor que estar sentado en un avión sin nada que leer,
mucho peor, es un libro que jamás debería haberse editado, que jamás debería
haberse impreso, e incluso que jamás debería haberse escrito. Pero seguro que
tiene su público, me fijare si vuelvo a ir a La Bicicleta.
Llevo peregrinando
a NYC desde 1.988 (realmente desde 1.989, ya que el primer año no fue una
peregrinación) por lo que ya no hay muchas cosas que tenga que visitar, aunque aún me quedan muchas cosas por conocer y
descubrir (incluso cosas que me apetecen pero que por algún motivo nunca he
hecho) pero entre la cosas que tengo
que hacer es visitar mis librerías,
aunque cada vez queden menos de ellas: Partners&Crime
cerró el año pasado y este ha cerrado St
Marks e incluso Shakespeare &
Company (aunque esta nunca ha sido de mis librerías favoritas) por lo que la próxima visita habrá que dedicarse a buscar
nuevas que repongan este vacío.
Si bien no tengo un orden – no soy tan psicópata - para visitar mis librerías favoritas estos
últimos años la primera suele ser Kinokinuya,
que además de Japonesa es papelería lo que la hace sencillamente fascinante por
lo que los primeros días en NYC acabo leyendo a autores japoneses (no es que en
Kinokinuya no haya autores no
japoneses, tienen de todo) y que mejor forma de empezar que por Murakami (ese
no, el otro; el que me gusta a mi, el de la serie B) aunque este año no tuviera
novela nueva aún me quedan algunas suyas por leer.
Ahora ya me queda una menos: Popular Hits of the Showa Era, novela que es un verdadero desfase,
sencillamente alucinante: un grupo de “colgados”
japoneses que se reúnen para unas extravagantes (es decir poco) sesiones de
Karaoke acaba entrando en guerra con un grupo de mujeres divorciadas de mediana
edad y … hasta aquí puedo leer (por que viene en la contraportada). También leo
en la contraportada que hay película (algo que no me extraña nada, ya que la
historia se presta a ello) que se llama Karaoke
Terror, película de culto en Japón al parecer, aunque dudo que este doblada
a ningún idioma que me permita verla. Posiblemente la novela sea mejor pero si
veis la película en alguna parte ya me contáis y si os enteráis de cuál es la
Showa era pues también.
No leo muchos cuentos, soy más de grandes tomos
decimonónicos que de historias breves, pero si veo un libro de cuentos de
terror japoneses pues obviamente lo comprare, mucho más si estoy de viaje ya
que los cuentos te permiten leer por la noche sin el riesgo de quedarte
enganchado a la historia hasta que se hace de día, algo que, parece que no,
pero que no es aconsejable cuando andas de viaje. Revenge tiene once cuentos de terror (dark tales, que no es lo mismo pero que no se traducir mejor), que
además de ser un numero raro de cuentos (diez, doce o incluso trece parece un
número más apropiado) tienen una extraña ilación entre ellos enlazando
parcialmente las historias a través de personajes secundarios, lugares o
monentos. Un gran libro de cuentos, incluso diría un gran libro sin más y
aunque algunas historias sean mejores, otras mas increíbles y otras, pues eso, otras,
todas ellas da gusto leerlas.
Otra visita obligada en NYC es Rand McNally, donde la selección de libros y las recomendaciones del
personal (no en directo, si no a través de las notas que ponen en los libros)
suelen ser de mi agrado y en cuya parte de abajo además de una muy razonable
sección de novela negra hay un baño de uso público (antes era gratuito pero
ahora creo que cobran; eso sí: sigue limpio, según me dicen ya que yo no lo he
visitado. Me vejiga aguanta un día entero sin requerir atención) que me permite
estar mirando libros un poco más de tiempo sin que surjan los nervios de los
acompañantes, o que sirve como una excusa excelente para visitarla (lo de ir a
un baño limpio, es una de las pocas cosas que es difícil de encontrar en NYC)
por no hablar de la dependienta que solían tener que era verdaderamente hermosa
y encantadora (no, ya no está. Lo siento, como os digo, la ciudad está
cambiando).
Si bien The Drop
no es representativa de lo que suelo comprar en McNally, donde suelo comprar autores que no solo desconozco si no
de los que nunca he oído hablar, se trata de una buena novela y eso sin ser una
novela. Porque no es estrictamente una novela, si no que se trata de un cuento
que han convertido en una película y del que el propio autor ha sacado una
novela. Creo, aunque mi memoria es lamentable, que de hecho el cuento fue de lo
primero que leí de Lehane y ya me pareció bueno. Ahora, excepto por sus
recomendaciones me parece excepcional, y en este libro no se queda corto de
reflexiones que yo firmaría: “It was like on that day in school when they
taught personal responsibility, this entire fucking generation had banged in
sick”; o la visión del catolicismo actual: “Cafeteria Catholicism did this.
People wanting to be mostly Catholic, except for, you know, the hard parts” y
por supuesto una cierta idea no de la felicidad si no de la perdida de la misma
en la que, a veces, me siento reflejado: “Happiness made Marv anxious because
he knew it didn’t last. But
happiness destroyed was worth wrapping your arms around because it always
hugged you back”. Y todo eso dentro de una buena historia, excelente.
Por supuesto y aunque no esté bien decirlo (por aquello de
ser una institución capitalista, el símbolo del fin de las librerías
independientes, según algunos) me sigue encantando Barnes & Noble, no solo porque su fondo de armario sea casi
inagotable y puedas rellenar esas lagunas que todos tenemos (yo más, que lo
sepáis; yo siempre mas) si no porque siempre tienen reediciones interesantes de
esos clásicos que yo no conozco, de los que ni siquiera he oído hablar.
De esas reediciones saque The Ginger man que al parecer es un clásico de la picaresca de
mediados de siglo (ni siquiera sabía que existía este concepto). La verdad es
que a mí no me ha gustado demasiado pero
creo que se debe a mi desconocimiento tanto del idioma que hace que me pierda
algunas bromas (sé que están hay pero mi ingles no llega a captarlas) y también
de las relaciones de los ingleses ricos, o los americanos para el caso, con los
irlandeses a los que esto les supone un grado de respeto que no acabo de
captar. Lo dicho, no me ha gustado pero sospecho que por culpa mía: uno debe de
conocer sus limitaciones, saltárselas de vez en cuando pero no sorprenderse si
al saltárselas se pega una buena. Cosas que pasan.
Justo lo contrario me ha pasado con Consumed, novela que le he regalado a Álvaro aunque luego (en un
gesto de mala educación) se la he quitado para leerla. Eso sí, sin querer ya
que cogí todos los libros sin darme cuenta para traerlos a casa y me traje
esta, por lo que la he leído antes de lo que me apetecía (para poder
devolvérsela, aunque sea usada). Digo lo contrario porque en esta novela creo
que no es que yo no comprenda las cosas (por idioma o de por referencias) si no que es al escritor
al que se le van las cosas de las manos y quiere contar una historia
ciertamente por encima de sus posibilidades que acaba siendo sumamente confusa
y de escaso interés. Aunque ciertamente puede que también sea culpa mía y me
haya perdido algo básico de la historia del arte de los últimos siglos. No
descarto ninguna opción pero me decanto por la segunda: culpa del autor.
Si Consumed me ha
parecido una novela mala y pedante justo es decir que alguien podría considerar
The infernals como una novela
infantil y estúpida, un cuento de niños sin mayor interés. Y lo es, pero es
verdaderamente divertida desde el principio hasta el final e incluyendo las
notas a pie de página (que usa como Goldman, en modo Morgenstern, usa los
paréntesis). Se trata de una segunda parte, de la continuación en personajes e
idea de The Gates of Hell, por lo que
hago mía la segunda nota a pie a página del libro y os reflexiono “And by the way, what kind of person are
you, Reading the second part of a series before the first? I mean, really? Do you put your shoes before your socks, or put your
pants before your underwear?”.
Pues eso, no hay más preguntas, Señor Juez.
PS: he de confesaros que no solo he leído segundas partes de
una serie antes de la primera si no que últimamente tengo tendencia a comprar
libros que ya he leído pero que me olvidado haber leído como The last good Kiss que también me he
vuelto a comprar en NYC. En mi descargo diré que en este caso lo había leído en
español y claro el titulo no era el mismo (en español se titulaba El ultimo buen beso, que obviamente no
tiene nada que ver con el titulo original). Pero, sí, soy ese tipo de persona o
peor.