sábado, 26 de diciembre de 2015

Comentario de textos - Noviembre y Diciembre 2015

The expendable man – Walter Mosley
The education of a poker player – James McManus
El invierno del dibujante – Paco Roca
Capitalismo canalla – Cesar Renduelles
El invierno del Dibujante - Paco Roca
Capitalismo canalla - Cesar Renduelles
El sanador místico – V.S. Naipaul
Villain – Shuichi Yoshida
Those we left behind - Stuart Neville
Darkness & Dawn - George Allan England
Really The Blues - Joseph Koening
The big Whatever - Peter Doyle
Tokio - Nicholas Hogg
The Killing Kind - Saul Black
Johannes Cabal. The Necromancer - Jonathan L. Howard


No sé qué me sucede últimamente que me encuentro, además de con mi tradicional apatía, algo así como enfadado. No enfadado por nada en concreto, ni con nadie especialmente, es tan solo un sentimiento de enfado generalizado. Supongo que puede ser que en lugar de estar convirtiéndome en un viejecito entrañable, o en un viejo verde, las dos posibilidades que manejaba para mi vejez cuando pensaba en ella cuando como algo teórico y después de haber desechado el convertirme en un “niño secreto” como Groucho en aquel tebeo de “gruñidos en el desierto” me esté convirtiendo en algo más habitual en mi familia y que es el modelo viejo gruñón. Supongo que esta es una probabilidad a la que mi material genético apuntaba desde hace tiempo, sobre la base de los antecedentes familiares. No tanto por mi padre que si bien tras toda una vida de ser una persona amable, que le valió incluso el mote profesional de Don Pimpón, se volvió un viejo gruñón en los últimos años de su vida (aunque justificadamente ya que sufrió una hemiplejia en su última operación a corazón abierto) si no por el ejemplo del padre de mi padre, mi abuelo paterno, que ciertamente siempre tuvo mal carácter y era realmente, o al menos en mi recuerdo de él, lo que se podría denominar un viejo gruñón en toda regla. Supongo que mi esperanza estaba en que todos mis mayores afirmaban que yo era igual que mi abuelo Benito, mi abuelo materno, del que la práctica ausencia de recuerdos, ya que murió de cáncer cuando yo era bastante pequeño, unido a la leyenda familiar de que era un tipo afable (lo suficiente para haber aguantado a mi abuela hasta morirse; o de haberse muerto antes de amargarse aguantándola) me permitían imaginarme como un viejecito entrañable. Sin embargo, pese a ese parecido legendario me temo que cada día estoy más cerca de convertirme en un viejo gruñón, con o sin excusa, a menos que consiga solucionar mis problemas de actitud o que el cáncer que ayude a dejar una leyenda de mi persona.

Pero este no es el tema de hoy ya que, igual alguno lo ha notado, no he escrito nada desde hace dos meses, habiéndome saltado un comentario de textos, y habiéndome dejado algunas historias interesantes en el tintero ya que parece que este año es un año de celebraciones que habrían dado (algún día lo darán) para un par de post divertidos ya que además de cumplir medio siglo resulta que también he cumplido un cuarto de siglo como Ingeniero de Caminos (Canales y Puertos, incluidos) lo que ha producido algunos reencuentros interesantes o cuando menos anecdóticos. Pero, si eso, ya os lo cuento otro día.

Como ahora se me han juntado dos meses de lecturas este deberia ser un post largo pero gracias a mi carencia de neuronas dedicadas a recordar cosas a corto plazo prácticamente ya no tengo recuerdo de alguna de las novelas que he leído lo que probablemente lo convierta en más corto de lo que debería. Ya veremos.

En algunas historias la ausencia de un dato relevante, o teóricamente irrelevante, hacen que toda nuestra percepción de la historia sea diferente, cambiando totalmente la forma en la que percibimos la historia. Esto es exactamente lo que pasa con el principio de The expendable man donde un médico recoge una autoestopista en una carretera de estados unidos y él está sumamente preocupado por este hecho, por lo que le pueda pasar o lo que la gente pueda pensar y el lector no acaba de entender que es lo que le preocupa, salvo que el medico vaya a resultar ser un asesino en serie y por eso este preocupado porque le hayan visto recoger a la joven autoestopista o porque la vean con él en el coche. Hay un cierto desasosiego por parte del lector que se debe solamente al hecho de que el autor nos ha ocultado, no lo ha considerado relevante, comentarnos que el medio es… negro, siendo la autoestopista blanca y joven. De hecho este dato se revela de forma implícita cuando conocemos a la familia del médico, no siendo para el autor necesario mencionarlo explícitamente lo que obviamente a mí me recuerda a un amigo de Álvaro que se pasó un día que por el Morgenstern y que tras haberme dado todo tipo de datos sobre de que conocía a Álvaro para que le diera recuerdos mientras nos tomábamos una cerveza, solo en el último momento y como un hecho irrelevante que podía no haber notado o no pensar en utilizar como forma de identificación, me dijo “por cierto, soy negro”. Anda carajo, pues menos mal que lo has mencionado; nunca se me habría ocurrido mencionar este particular para describirte, tan irrelevante como si fueras pelirrojo. En cualquier caso, la historia está bien escrita y luego se complica porque obviamente la chica aparece muerta y tras haber sufrido un aborto lo que obviamente deja al médico negro en una situación bastante delicada que le obliga a investigar por su cuenta antes de que le acusen o directamente le linchen ya que pese a pasar en California lo hace en un momento en el que los problemas raciales tienen tendencia a resolverse de manera expeditiva. Como curiosidad del libro resulta necesario, aunque irrelevante, constatar que por lo menos en aquel momento Whopper aún no era la marca comercial de hamburguesas que es hoy en día, si no que se refería a una mentira grande e infantil como en “This was a child, telling her whoppers, expecting them to be believed”. Curioso que eligieran ese nombre como marca comercial de una hamburguesa icónica.

Si el libro anterior ocultaba un dato durante gran parte de la narración mi siguiente lectura tenía un título, The education of a poker player, que para nada se correspondería con el contenido del libro que básicamente trata sobre la infancia de un niño católico en Chicago y que prácticamente no tiene ninguna mención al poker en sus páginas.  Es verdad, lo he comprobado a posteriori ya que a priori parecía totalmente innecesario, que la contraportada deja claro de que va el libro por lo que no puedo culpar totalmente al editor del libro aunque algo de culpa tiene ya que la portada sí parece relacionarse con los naipes. Definitivamente me tengo que fijar en más cosas antes de comprar un libro ya que no solo es que no tratara de lo que yo pensaba si no que ciertamente tampoco es un libro, en sentido estricto, sí no de una recopilación de artículos/cuentos publicados en revistas y agrupados en forma de libro. No están mal pero tampoco son especialmente buenos, faltándoles la coherencia que uno espera en un libro (quiero decir en una novela) pero tratándose de católicos por supuesto aparece el tema del destino y de las coincidencias (o no) que le sirve para dejar una interesante frase sobre las mismas: “Timming was why anything big ever happened, not to mention all the huge things that don’t”. Una forma de ver el destino, tan culpable de lo que sucede como de todo lo que no sucede, es decir, en gran medida indiferente a lo que sucede o deja de suceder.

Lo que si resulta innegable es que algunas cosas suceden cuando no es el mejor momento: si un mes cualquier, de esos que me quedo sin libros, y me veo obligado a ir a buscar cómo ir a mi librería de referencia del campo, la librería Fuenfira de Cercedilla, sin conseguirlo para acabar traicionado a mi hermano yendo a mi otra librería de referencia en Madrid, la librería Méndez de la calle Mayor, me regalaran libros sería una cosa estupenda pero si eso mes es justo octubre que es cuando todavía tengo la mesa llena de los libros importados clandestinamente de NYC pues no es lo mejor, aunque siempre es agradable.

Es verdad que siempre es agradable que te regalen cosas aunque a veces la primera reacción sea de estupor, o directamente de terror preguntándote para tus adentros “¿Por qué? ¿Por qué esto?”. A este estupor, a estas preguntas uno se acaba acostumbrando cuando el regalo se lo hace la familia ya que es normal que la familia de uno sea “extraña” y realmente no acierte con los regalos, es algo que forma parte de la tradición y de la naturaleza. No resulta preocupante ya que al cabo de unos cuantos años uno ya ha asumido que la familia no tiene ni idea de cómo es uno, de que cosas le interesan o le gustan, o bien ha asumido que estas cosas no le importen a su familia. Si es un poco más inquietante cuando el regalo proviene de un amigo ya que entonces uno no puede evitar preguntarse o bien “¿Cómo puede verme interesado en esto un amigo?” o bien “¿Cómo puede mi amigo tan raro?” incluso, más normalmente, ambas cosas a la vez.

Sin embargo algunas veces uno no se hace ninguna de esas preguntas y las cosas son más o menos normales y explicables como que Borja te regale un comic, El invierno del dibujante, ya que a) los comics le gustan a todo el mundo y b) Borja es un artista (artista gráfico convertido en pintor hiperrealista, con un pasado como músico, y jugueteando a ser tatuador entre otras cosas). Además siendo un comic español y sobre escritores / dibujantes de comics pues todo encaja y aunque para mí la historia del comic español pues no me sea algo que me interese especialmente pues todo encaja y encima se disfruta leyéndolo.


Algo parecido ocurre si Minguito te regala Capitalismo canalla, ya que él es un tipo muy concienciado y creo que incluso un poco “concienciador” (palabra que diría que no existe pero que viene a ser como misionero o proselitista de las ideas anticapitalistas).Que el libro pudiendo ser bueno, con una idea que podría considerarse buena, sea malo, incluso muy malo no es culpa suya aun cuando si sea el regalarlo tras habérselo leído. Incluso el hecho de que sea malo le da más valor al regalo ya que obviamente cumple plenamente una de las premisas (para mi) de un buen regalo: que sea algo que seguramente no te cumplirías (aunque incumpla la básica de que te pueda interesar). En cualquier caso puede que el libro no sea tan malo como me ha parecido a mí, que por momentos me ha recordado a American Psycho salvando la distancia de el de Ellis parece un catálogo de marcas comerciales y este simplemente un catálogo de títulos variados de libros, más o menos, conocidos pero sin entrar en nada interesante. Los dos son libros vacíos.

Obviamente las preguntas volvieron con toda su fuerza cuando Samba me regalo El sanador místico ya que al ver la portada me pareció que efectivamente se había vuelto loco y que por fin alguien había hecho feliz al tarado  Hare-Krishna de “se te ha caído…. La sonrisa” de la calle Fuencarral al comprarle un libro. De hecho al principio pensé que era una venganza porque al final resulto que Samba sí que es el escritor de un libro (algo de la era k-pop) que había comentado, no muy favorablemente en este blog (que no es de libros). Tanto me debió de sorprender la portada que pese a ser yo claramente hierático – una esfinge, casi – pues se me debió quedar tal cara de alucinado que intento tranquilizarme por todos los medios posibles, asegurándome que no era lo que parecía que le diera una oportunidad… y se la di…. Y me sorprendió… no era tan malo como yo había pensado. Vale, tampoco era excelente pero si que resultaba entretenido y curioso pese a ir de sanadores indios, ya que básicamente va sobre una pelea entre dos sanadores por motivos espurios. Incluso tiene frases buenas como “un hombre puede aguantar cosas grandes. Son las cosas pequeñas las que te desarman” con la que coincido plenamente no solo en cuanto a los problemas si no en cuanto a las soluciones ya que como dice Rafa “es fácil dar un cheque en blanco pero a veces solo se necesita calderilla, y esa casi nadie la tiene”. Una agradable sorpresa que (no) me obligara a darle otra oportunidad como escritor al bueno de Samba con el fin de confirmar si es solo una buena persona o si también puede ser un buen escritor.

Además de regalos extravagantes en cuanto a libros mis amigos y conocidos – convocados para mi cumpleaños – me dejaron otros cuantos regalos incluso más extravagantes y sorprendentes, si bien la presencia de algunos ya fue algo suficientemente extravagante y sorprendente. Pero, si eso, ya os lo cuento otro día.

Cuando compro libros en NYC suelo tener mucho cuidado al elegirlos, vale, no tanto como ya he comentado al hablar de otros, pero si el suficiente para evitar comprar libros que ya me he leído. Esto es algo que parece fácil pero que considerando las limitaciones de mi memoria no siempre consigo, sobre todo si han cambiado la edición y eso es justo lo que me paso con Villain. Si, lo compre pensando que no lo había leído y cuando llevaba unas cincuenta paginas me di cuenta de que si lo había leído, incluso diría que no hacía mucho  claro que como tengo la librería desordenada pues no estoy totalmente seguro ya que no he podido comprobarlo físicamente (tengo que acordarme de mirarlo). Así que de momento me salto la crítica de este libro del que sí que recuerdo que me gusto, aunque no lo suficiente para volver a leerlo por lo menos mientras tenga reservas, limitándome a dejar constancia de mi estupidez.



No siempre me olvido de todo, hay veces que recuerdo al autor e incluso recuerdo si me gusta o no me gusta. Claro que hay otras veces en las que recuerdo al autor pero mi opinión sobre el mismo no es clara ya que algunas de sus novelas me han gustado y otras pues no tanto o directamente no me ha gustado. ¿Qué hacer entonces? ¿Compro su nuevo libro o lo dejo pasar? Pues, aunque os sorprenda ya que como me conocéis sabéis que soy un tipo metódico (como buen ingeniero), unas veces decido que compro y otras pues lo contrario. No tengo claro si tengo algún criterio, supongo que sí, pero posiblemente no. El caso es que con Neville, el que ya había leído tres (creo) novelas, aunque eran de una serie, pues decidí darle otra oportunidad y compre Those we left behind sobre todo porque así podría decidir si era un autor destinado a pasar a mi lista de obligatorios o si lo dejaba en el olvido y solo para casos de necesidad. Por increíble que pueda parecer no me ha valido de nada y aun no se en que categoría clasificarlo. A ver, el libro es correcto y entretenido, un best seller convencional con unos niños y una policía y sin embargo ahora a un mes de habérmelo leído creo que podría volver a leérmelo sin problema ya que no me ha dejado ningún recuerdo y poco, o nada, puedo comentar del mismo. Supongo que eso es bastante malo pero igual no lo suficiente; ya veremos en el siguiente.

Una serie que se llame Doomsday Classics es algo que obviamente atrae la atención y una novela protagonizada por un ingeniero y su secretaria que se despiertan como únicos habitantes de un NY post-apocalíptico resulta una premisa cuando menos tentadora tanto por lo de que sea un ingeniero como por la previsión del autor de dejarle con su secretaria que como todo el mundo sabe son absolutamente necesarias, especialmente para un ingeniero.  Si además le añades el factor saldo ya que no se trata de una novela si no de tres novelas en un solo tomo pues comprar Darkness & Dawn resulta casi inevitable para casi cualquiera. Bueno, pues este tipo de cosas es las que hay que evitar a toda costa; las gangas nunca son buenas y escribir sobre ingenieros puede tener su gracia siempre y cuando se trate de un ingeniero de verdad y no de un mecánico sin especial interés. No es que estuviera a punto de dejarla a medias, es que estuve  a punto de dejarla en cada una de las mitades de las novelas e incluso entre novelas pero confiaba – inútilmente – que en algún momento la historia mejorara para poder ser clasificada como un clásico incluso por un editor poco escrupuloso. No hubo suerte.

Really the blues tiene otro de esos argumentos que casi te obligan a comprarlo: un músico – aunque sea de Jazz – en el Paris ocupado por los nazis se ve envuelto en una trama de asesinatos complicada con la resistencia. Pues, ¿cómo no vas a comprar algo así? A poco bien que esta llevada la historia tiene que resultar entretenida, y lo es… pero la verdad es que resulta pobre o por lo menos a mí me ha dejado indiferente ya que ninguno de los personajes tiene la enjundia suficiente para dejar la huella suficiente que te haga recordar la novela especialmente.








Aunque pueda parecer que me dejo llevar mucho por los temas de los libros tal y como los presentan los editores en las contraportadas la verdad es que no lo hago especialmente y es más bien que me dejo llevar por todo tipo de tonterías como, por ejemplo, que una novela pase en un país del que no se nada o prácticamente nada, como es el caso de Australia y la razón, además del título, por la que compre The big whatever ya que, al menos conscientemente, no soy capaz de nombrar un escritor australiano y mucho menos un escritor de novela negra (casi pulp) de las antípodas.  Bueno, esto lo escribo a posteriori ya que la verdadera razón por la que compre este libro es porque me equivoque de Doyle y estaba convencido de que este era el de La mujer que se chocaba con las puertas (o un título parecido) que fue una novela que me gustó mucho en su día aunque no tengo tan claro si otras suyas de (Peter Doyle, creo) que gustaron o no. En cualquier caso la primera explicación es mucho mejor – me hace quedar mejor – así que la mantengo y aprovecho para añadir este otro Doyle a la lista de autores de los que merece leer otro libro antes de tomar una decisión definitiva sobre ellos. Es una buena novela, en su género, que se lee estupendamente y que resulta sumamente entretenida.

Hablando de títulos: Tokio, así a secas no tiene por qué ser un gran título ni un título pésimo, es más bien un título un poco indiferente, pero si en la contraportada hablan de sectas – de sectas suicidas, para más señas – poco importa que también hablen de dos historias que entrelazan el presente y el pasado, algo que obviamente no es tentador, la idea inicial mejora y aunque uno piense que para leer sobre Japón es mejor leer a autores japoneses que a extranjeros hablando de una cultura que no entienden pues uno se decide a darle una oportunidad si el libro está en Kinokuniya ya que es una librería de referencia. Como era previsible, con sus pros y sus contras, es un libro que no llega a estar bien del todo - la historia de la secta se queda sumamente corta – pero que se deja leer pero uno se queda con la sensación de que lo tenían en Kinokinuya solo porque la librería, la de Tokio, sale en la novela lo cual resulta un poco decepcionante.



Algunos libros no cumplen las expectativas depositadas y otros si las cumplen, siendo casi exactamente lo que uno espera de ellos. En este último grupo esta The Killing Lessons, no porque sea especialmente bueno si no porque es exactamente lo que uno espera del título: un best-seller de asesinos en serie sin especiales complicaciones pero de lectura entretenida. Un poco excesivo en cuanto a la capacidad de aguante de sus personajes que están más cercanos a los superhéroes, o superheroinas en este caso, que al común de los mortales que no encajaríamos tan bien tantos golpes como ellos. Puede que más que una virtud del libro el cumplimiento de las expectativas se deba a la actitud del lector ya que tampoco esperaba mucho de el, salvo una historia razonable y razonablemente contada aunque el encontrar una frase que poder decirle a Alvaro, que es incapaz de irse a dormir a la cama por cansado que este, pues siempre alegra la lectura: “Not sleeping in your bed when you could was like not drinking from a wáter hole where you were lost in a desert”.

Y para acabar estos dos meses de lecturas – o para darlos por acabados ya que aun estamos a veintiséis y seguramente aun leeremos algo mas – que mejor que acabar con una serie ya conocida y de lectura agradable: Johannes Cabal, The Necromancer. Si bien no es el mejor de los títulos de la serie, la verdad es que las aventuras de Cabal siempre resultan agradables incluso cuando como en este caso se trate de una absurda apuesta con el Diablo y parezca un poco escrita rápidamente y sin los detalles que le daban color al resto de la serie y la hacían algo especial y de más divertida lectura. La verdad es que si no me equivoco esta es la primera de la serie por lo que igual mi juicio de que le faltan los detalles y se ha escrito rápidamente es un poco injusto y realmente es que poco a poco a mejorado su escritura o por lo menos la mejoro en la segunda no siendo tan buena en la tercera, pero puede que me equivoque y que realmente este bajando la calidad de la serie, con la siguiente lo averiguare.



En fin, como es tiempo de promesas y compromisos (por eso del fin de año) yo haré la mía en este blog que es la de intentar escribir más a menudo y no hacerlo sobre libros si no sobre mi pasado y mis paranoias que al fin y al cabo eran el motivo de iniciar el blog. Espero que no sea como vuestra promesa de ir al gimnasio o de dejar de fumar y/o beber o este tipo de promesas. Aunque nunca se sabe, si eso, ya os lo cuento otro día.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Comentarios de textos - Octubre 2015

Comentarios de textos Octubre 2015

La rubia de ojos negros – Benjamin Black
Last Winter, we parted – Fuminori Nakamura
Fat City – Leonard Gardner
Funny Girl – Nick Hornby
The Creeps – John Connolly
Girl waits with gun – Amy stewart
The lady from Zagreb – Philip Kerr

Pues ya está, ya he cumplido con las obligaciones más importantes del año: ya he estado en NYC y ya he cumplido los 50.

Lo de que he llegado a los cincuenta (edad que ayer me recordaba mi tío Ricardo, Cabut, que, según Saramago – no la gran escritora Sara, Mago, como pensaba aquella política tan leida; si no el de verdad – en aquel libro, El año de  la muerte de Ricardo Reis es “la edad”, creo que la edad más digna decía, o la única edad; aunque obviamente no recuerdo que decía y de momento no voy a releerlo) ya lo sabéis todos porque (creo, aunque no podría asegurarlo) que os vi a todos en la fiesta sorpresa que organizaron por mi cumpleaños.

Sí, estoy casi seguro de que os vi a todos los lectores de este blog (salvo a Juan del bar La Barra en la Calle Garcilaso, que aunque visite poco, continuo recomendando) aunque por supuesto vi a muchos mas no lectores (no ya de este blog, si no seguramente de nada salvo la prensa deportiva y/o económica) de alguno de los cuales decir que hacía mucho tiempo que no veía se queda corto ya que a alguno hacía más de treinta años que no veía. Debería decir, por aquello de justificar que he aprovechado la educación que mis padres se esforzaron en darme, que pese a los años que habían pasado todos estábamos igual, pero considerando que a muchos no los reconocí, teniendo incluso que preguntar (a otra persona, nunca al interfecto que eso sería grosero, y siempre discretamente) con quien estaba hablando pues no resultaría muy creíble. No, algunos estaban realmente irreconocibles, algunos porque habían cambiado para mejor y otros pues en habían cambiado en el sentido contrario (no en la dirección, contrariamente al dicho popular) mientras que a otros les hubiera reconocido en cualquier sitio y en cualquier momento, siempre y cuando me hubieran dicho que eran ellos. Sin ese dato creo que no habría reconocido a prácticamente nadie. Pero divago, lo de la fiesta, si eso, ya os lo cuento otro día.

En cuanto al viaje a NYC, mi peregrinación obligatoria como talibán que soy, podría decir que sin sorpresas aunque he de reconocer que cada año NYC se parece menos a mí(s) recuerdo(s) de ella. Tan poco se parece ya que creo que se hace necesario revisar mi guía Fragile, aquella que hice hace unos cuantos años para María Rodrigo (la Rodrigo, o Mari, Mari; ya que como NYC hay que mencionarla siempre dos veces) y que insensatamente, ya que la mayoría de mis sitios favoritos han desaparecido, sigo dando a todos los que me preguntan por sitios en NYC (Susana, Gemma, siento mucho haberos hecho pasear buscando bares y tiendas que ya han dejado de existir; aunque esa es precisamente la gracia de NYC: pasear sin rumbo). En cualquier caso aún quedan algunos de mis sitios favoritos y otros nuevos, para mí,  se han incorporado a mis favoritos, así que sigue siendo una visita necesaria, casi tanto como la actualización de mi guía. Pero divago, si eso, ya os lo cuento otro día.

Me marche de viaje el 28 de septiembre, no es que el día sea relevante o que lo recuerde especialmente, si no que como no tenía nada que leer utilice la tarjeta de embarque como marcador de páginas en el libro, La rubia de los ojos negros, que tuve que comprarme en el aeropuerto para el viaje – ya que no visite con tiempo la Librería Fuenfria de Cercedilla, algo que debería haber hecho para enfrentarme con seguridad a un vuelo cada vez más largo o simplemente porque es algo que hay que hacer cada cierto tiempo por aquello de la salud mental) y acabo de reencontrarla al volver sobre los libros que he leído (no, aunque tomo algunas notas cuando leo me queda tan poco poso de lo que leo que no puedo escribir de memoria y tengo que volver a mirar los libros para recordar; problemas de la edad). A ver, el libro está bien escrito desde un punto de vista canónico (ja, tomad expresión de critico; entre estas frasecillas y lo poco que escribo de otras cosas quien va a creer que esto no es un blog de libros), tiene lo que tiene que tener una novela negra, hasta algunas frases inteligentes, y sin embargo tan solo os diré que ni estando encerrado en un avión conseguí acabármelo y acabe dejándolo a mitad de vuelo. Como decía aquel: no digo más.
Una de mis librerías favoritas de NYC es Kinokinuya, parada obligatoria no solo para comprar autores japoneses que no son lo suficientemente famosos para ser traducidos al español pero si al inglés, sí no que también es obligatorio pasar por la planta de abajo para comprar, o mirar, chorradas de papelería y confirmar que “están locos estos japos”. El único problema de Kinokinuya es que hay que decidir en qué momento del día visitarla ya que es seguro que (yo) salga con una o dos bolsas de libros y tampoco es cuestión de recorrer luego toda la ciudad como un mulo de carga, que uno va teniendo una edad. Normalmente suelo leer algún libro en NYC, sobre la marcha que diríamos, pero la verdad es que no esta vez no tengo recuerdo de haber leído nada allí y no sería por falta de tiempo ya que ahora no salgo casi ninguna noche a visitar los bares de la ciudad así que supongo que algo leí. En cualquier caso el primer libro que suelo leer a la vuelta suele ser un japonés comprado allí, y esta vez le toco a Last Winter, We parted, que no es un mal libro pero que tampoco es un buen libro. La verdad es que es una historia un poco decepcionante escrita sin demasiada gracia y con menos intriga de la que debería.

Mi otra librería favorita es McNally Jackson (a la que yo llamo RandMcNally, confundiéndola con lo que viene siendo la editorial de los planos de carreteras en EEUU, vamos con la guía Campsa), de la que me gusta todo: desde las libreras y las clientas (incluso fuera de la tienda, me encantan las chicas que llevan una bolsa de McNally que suelen ser sonrientes, guapas, amables, se las ve felices y cuando nos cruzamos por la calle nos intercambiamos “miradas llenas de significados”; y tengo testigos, no es que me lo esté inventando. Quede claro) hasta la disposición de la tienda, el hecho de que tenga uno de los baños más limpios de NYC (aunque ahora cobren por usarlo, supongo que más por mantenerlo limpio que por otra cosa) y los marcadores de los libros que vienen con espacio libre por detrás “for those who don’t write in their books”.  Además, no tiene el problema de tener que elegir el horario en el que se visita ya que está claro que será justo antes de cenar en el Rubirosa, lo que siempre es una alegría ya que sin duda tienen la mejor pizza que se pueda tomar. En McNally hay un poco de todo, desde las novedades editoriales a cosas (para mi) desconocidas pero que tienen aspecto de clásicos americanos y para mi algo clásico americano es el boxeo, bueno más bien el submundo del boxeo que el boxeo en sí.  Ese submundo de barrios bajos, de gente que todo lo que puede hacer es pelear para (mal) salir adelante, de alcohólicos, prostitutas, apostadores. En fin, lo típico… y bueno Fat City parece ser un clásico que incluso, en la contraportada, recomienda alguien como Ross MacDonald. Efectivamente, eso es lo que es, poco más que un rato en la vida de unos boxeadores de poca monta, que no acaban de llegar o que han llegado y ya están de vuelta en el barro, en el barro de seguir tirando como pueden.

Me gustaría poder hablar de Partners&Crime, la que era mi librería favorita de NYC para novela negra pero que lamentablemente cerro hace un año o dos aunque llegamos a tiempo de despedirnos del librero y de aprovechar parte de la liquidación final de libros; e incluso de la Liberia de St Marks que era donde compraba (o no compraba, mejor dicho) los libros de enrollados, contracultura y esas cosas pero esta también ha cerrado. Ciertamente he de realizar otra visita a NYC, recorriendo calles que no visite habitualmente, para reponer mi stock de librerías favoritas ya que ahora mismo tengo el mismo número de librerías favoritas en la Comunidad de Madrid que en NYC. Aun así, he de reconocer que no me cuesta llenar gran parte de una maleta, o una maleta pequeña, con los libros que me compro en este viaje y que necesito para el invierno:



Al igual que me pasa en Madrid, que a veces traiciono a mis dos librerías favoritas (repito por si alguien no lo tiene claro: la Librería Fuenfría en Cercedilla y la Librería Méndez en la calle Mayor) por una gran cadena también visito Barnes&Noble de la que antes era socio para aprovechar los descuentos, lo que me acababa saliendo caro ya que como tenia descuento acababa pagando las compras de todos, y donde además de todas las novedades editoriales, la sección de cocina y la sección infantil siempre reviso todas sus estanterías por aquello del fondo de armario, vamos por buscar otros libros de autores que me encantan pero que no he encontrado en mis librerías favoritas ya que la vida útil de los libros en las librerías es demasiado corta y si no acaba de salir es posible que ya no esté en exposición, vamos que este de canto y ya no lo veas.

Esto me paso con Funny Girl, que es de uno de mis autores favoritos y que no solo se me había pasado en NYC sí no que incluso se me ha pasado en Madrid, ya que estoy seguro de que esta traducido y ha estado en las librerías españolas (posiblemente el invierno pasado cuando yo estaba dedicado a mi cargamento internacional). Asumo, espero no equivocarme ya que me decepcionaría mucho, que todos conocéis a Nick Hornby, aunque sea por Alta Fidelidad, por lo que realmente no hay mucho más que decir. Sí, es un libro de Hornby y es bueno, inteligente, gracioso, entretenido y si bien no es su mejor novela merece la pena pasar un buen rato leyéndolo como casi todos los de Hornby, claro que si no habéis leído ninguno de él, yo no empezaría por este.






Lo mismo os digo de The Creeps, bueno en este caso no solo lo digo yo si no que el propio autor os repetirá que no empecéis por el tercer libro de una serie sin haberos leído antes los dos primeros, ya que obligáis al autor a poner más notas al pie de página para explicar cosas que deberíais saber y en este caso las notas a pie del autor funcionan casi como los paréntesis en La Princesa Prometida, que por si alguno de vosotros solo ha visto la película y no se ha leído el libro son realmente necesarios casi tan necesario como para que dejéis de leer ahora mismo y vayáis a comprar vuestro ejemplar y a leerlo, que no sé porque andáis perdiendo el tiempo leyendo este blog si aún no habéis leído todo Goldman. En cualquier caso The Creeps es realmente divertido. Si bien para los intensos lectores, espero que ninguno de vosotros aunque sé que Rafa lo es (igual que sé que no le gusta que le llamen Rafa, pero es lo que tiene la familia que no hace ni caso de lo que te guste), no es un libro apropiado ya que básicamente tiene un niño, un perro y varios demonios que hacen burlas a casi todo; los intensos no perdáis vuestro tiempo que mejor estará invertido en Murakami (el que es obligatorio en La Bicicleta) o Auster (que también es obligatorio) o en cosas más intensas que en esta novela (y las dos anteriores) que son simplemente muy divertidas. Si preferís el cine de Godard a La guerra de las galaxias o incluso a Hellboy ni os molestéis en empezarlo; en caso de que seáis personas normales empezar por la primera (The Gates) y seguro que llegáis a esta con más de una sonrisa en la cara.

Aunque queda mal reconocerlo la verdad es que yo soy una persona bastante superficial (vosotros  también aunque lo neguéis, o incluso aunque os lo neguéis a vosotros mismos) y he de reconocer que alguno de mis criterios para comprar libros (o discos) son la portada, el titulo o incluso el nombre del autor. Si unimos un título como Girl Waits with gun, con una buena portada y le añadimos estar escrito por una chica, que yo me compre ese libro no debe sorprender a nadie, es algo ineludible. Que luego la novela no esté mal, que no esté mal para ser una historia del oeste de esas que dan lugar a una película normalilla (el malo malvado y rico y las pobres hermanas enfrentadas con el) que tampoco mejora mucho porque la salvadora, en lugar de Clint Eastwood, sea una de las chicas con ayuda de un Sheriff tampoco es tan raro ni tan especial.




Después de leer una novela que no está ni bien ni mal, que no ha sido un descubrimiento, es el momento de volver a un valor seguro, de volver a un escritor e incluso a una serie que no falla, en este caso a The Lady from Zagreb y a Bernie Gunther para que te devuelva la satisfacción de leer una buena novela, la satisfacción de un oficio bien ejecutado. Si además es un oficio bien ejecutado por un novelista (o un buen personaje) que entiende algunas cosas igual que tú y encuentra satisfacción en cosas similares como fumarse un cigarrillo, pues mejor que mejor ya que: “that’s the great thing about a cigarette – it lets you off the hook sometimes, the only thing that need come out of your mouth is smoke, and they can’t arrest you for that; at least not yet. These are the freedoms that are important”.


Hay que tener en cuenta que Bernie Gunther dice esta frase, esta declaración de las libertades importantes, en la Alemania nazi, cuando ciertamente otras libertades mucho más importantes no existían y puede que a alguno le quede la duda de su verdadero significado, del significado de estas pequeñas libertades frente a otras. Me gusta pensar que la gente que piensa así no entendería la ironía de que la palabra nazi en swahili signifique coco (la fruta y no el coco), a la vez que estoy casi seguro de que les parece bien que aunque el estado de Baviera sea quien tiene (hasta el 1 de enero del año que viene) los derechos de autor del Mein Kampf y los donara a varias ONG estas prefirieran renunciar a los proyectos que podrían financiar con este dinero solo por “no mancharse las manos”. Al fin y al cabo hay gente para todo e incluso algunos prefieren que no se modifique genéticamente el arroz, para producir la variedad Golden rice, con el suficiente beta caroteno para asegurar la producción de la suficiente vitamina A que salvara la vida a varios cientos de miles de niños anualmente. Pero divago, si eso, ya os lo cuento otro dia.

viernes, 16 de octubre de 2015

Cincuenta

Cincuenta años, si. Cincuenta. Hoy cumplo cincuenta años, más si uno es de esas personas que creen que uno existe desde el acto de la concepción. En mi caso, incluso un poco más, ya que al parecer yo tenía que haber nacido un par de semanas antes (testaruda como un Reig pese a ser Carriedo) decidió que ella no daría a luz hasta que no volviera su médico de vacaciones. La leyenda familiar cuenta que cuando el medico volvió de vacaciones llamo a mi madre y le pregunto “¿Qué, que tal el parto, que ha sido, niño, niña?” y mi madre le respondió tranquilamente “de momento, nada, estaba esperando a que volvieras”. El médico no daba crédito por lo que tras unos cuantos improperios dirigidos a la santa de mi (futura) madre, como le gusta decir a mi amigo Nacho Zarandieta (aka “Nacho El Gordo”) se vistió y se marchó a ejercer de docto doctor y traerme al mundo, con un retraso que parece que aún no he recuperado.

¿Cincuenta? No parece mucho. Lo sé, lo sé. Desde luego no es un record en la familia considerando que mi abuela aún sigue viva (aunque en su caso, estoy seguro, es solo por molestar) aunque casi está por encima de la media familiar, o no demasiado lejos. No, no somos muy longevos en mi familia (afirmación que hago sin comprobar ningún dato, ya que la realidad está sobrevalorada); me gusta pensar que en mi familia, lo pasamos bien mientras vivimos pero no conseguimos que nos dure mucho. Al menos yo no tengo ninguna imagen de un viejecito adorable (o no adorable) en mi familia; no, no tengo abuelos, ni tíos, de Heidi. Esta figura no forma parte de la tradición familiar… en casa somos más del pitufo gruñón, del viejo verde y cosas similares que del abuelo adorable o de la abuela encantadora y cocinera. Si tuviéramos que hacer caso a aquel tan citado escritor supongo que nuestra familia es distinta de las demás por mucho que todos y a la vez seamos muy parecidos a todas las familias felices.

No, cincuenta no parecen muchos y sin embargo estoy convencido de que cuando mi padre tenía la edad que yo tengo ahora (esto es, en algún momento de los primeros ochenta – es algo que me apetece calcular e imaginarme: como era yo cuando mi padre tenía la edad que tengo yo ahora; es algo que creo que puede dar para un par de post interesantes o divertidos) ni siquiera el habría apostado que llegaría vivo y en pleno (o parcial) uso de mis facultades mentales a esta edad. Si tenemos en cuenta que  mi padre siempre ha sido el optimista de la familia creo que nadie hubiera cubierto una apuesta como esta, seguramente ni yo mismo me habría atrevido a apostar a que aquí seguiría a los cincuenta años.

Es verdad que no sigo muy entero – ya ando con achaques- es verdad que  partes importantes de mí, como mis mejores amigos o mis amores de verdad no han sobrevivido a estos años (on sobrevivido en la lejanía de mi);  y es verdad, esto es lo más triste,  que, en cierta medida,  he hecho trampa estos últimos años en los que he vivido a rebufo y solo parcialmente paralizado, en gran parte, por el miedo a no llegar hasta aquí. Aunque no tuviera claro donde fuera aquí o porque quería llegar hasta aquí.

Sean muchos o pocos… aquí estamos y posiblemente sea el momento de volver a empezar. De empezar con más ganas.

A algunas personas ya solo puedo echarlas de menos bien porque no han conseguido llegar hasta aquí o porque han llegado hasta otro sitio, muy lejos de donde yo me encuentro ahora; es verdad que mi guía Fragile de NYC está llena de lugares que han dejado de existir (por lo que es necesario revisarla) y que ahora soy el mayor en casi todas las reuniones de trabajo a las que asisto; es verdad que no entiendo gran parte del mundo que me rodea y que a cada rato me vuelvo más ludita (en el sentido habitual pero equivocado del termino) y me gustaría retirarme a vivir lejos “como un noble arruinado entre las ruinas de mi propia inteligencia” (que decía aquel).

Otras siguen aquí, siguen soportándome y, pese a mi oposición, siguen dándome muestras de cariño que me hacen sentir especial. Estas son las que ahora mismo me importan, esta es la vida que ahora voy a vivir.

Aviador Dro ya no son aquel grupo que vi con quince años, que repartían bebidas lácteas de colores en el Rock Ola (diría que en el Marquee, pero esto no puedo jurarlo); ahora serán el grupo al que veré esta noche para celebrar mi cincuenta cumpleaños, razonablemente sobrio, en un escenario y con una compañía diferente.

Sera distinto, pero será mejor porque “Here I am” que cantaba aquel.


PS: espero que Dro toquen “La única solución es la venganza” y que la cantemos a coro si nos vemos; si no, que nos veamos otro día y si no nos vemos que sea por falta de luz.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Comentario de textos - Septiembre 2015

Arenas movedizas – Henning Mankell
Los viernes en Enrico’s – Don Carpenter
Los soldados de Cataluña – Eduardo Mendoza
La historia de la lluvia – Niall Williams
Medusa – Ricardo Menéndez Salmon

Pues este mes empiezo antes mis tareas, no porque haya observado en las estadísticas que me proporciona la red que mis escasos lectores tenéis tendencia de mirar si he escrito algo antes de que acabe el mes, cosa que, por cierto, hacéis y que, todo sea dicho, me impone un poco de presión psicológica (un poco, pero vamos tampoco gran cosa) sí no más bien como si fueran deberes vacacionales y yo me hubiera vuelto un buen niño que quiere acabar sus tareas para ir a rasgarse las rodillas o, preferentemente, abrirse la crisma montando una bicicleta durante todo el verano, No, no es que escribir estos comentarios los considere deberes, es que asi os puedo dar envidia contándoos que en pocos días debo cumplir con mi deber de peregrinación anual y visitar NYC (esperemos que con menos avalanchas que la Meca) y que e estos días no van a ser muy productivos desde un punto de vista de escribir (lo digo como si el resto del mes hubiera estado escribiendo a destajo, teniendo muchos días productivos para esto de escribir) ya que son días de celebración con el noveno aniversario del Wurlitzer, de conciertos y de cervezas (aunque menos que normalmente por eso de la gota y otras complicaciones propias de la avanzada edad que uno va alcanzando. Ya es casi seguro que a los cincuenta llego, prácticamente en cuanto vuelva de mi peregrinación). Pero divago, si eso, ya os daré envidia otro día.

La visita aplazada a Cercedilla tampoco ha sucedido este mes, en parte porque como era el cumpleaños de Rafa le vería en Madrid y tampoco es cosa de ver a los hermanos mayores tantas veces, así que en lugar de visitar la librería Fuenfría de Cercedilla, lugar de referencia y de peregrinaje (un poco menos obligatorio que NYC), y seguir las recomendaciones de mi hermano mayor he visitado mi librería de referencia madrileña, ya sabéis, la librería Méndez de la calle Mayor, donde son casi tan discretos como en un sex-shop (tengo entendido, ya que  yo estos establecimientos no los frecuento, ni para visitar a las amigas que trabajan en ellos, que en un cómputo mental rápido son, increíblemente, más de dos) pero donde implícitamente (probablemente también explícitamente si eres sociable) te recomiendan gracias a su preselección de libros que permanecen “de cara” cosas interesantes, aunque luego algunos sufran un poco de crítica en este blog, algo que suele deberse a mis erráticos criterios de selección de libros y de mi escasa (nula) memoria por lo que me acabo llevando libros de temas o autores que no me interesan o no me gustan directamente.

Arenas movedizas no es una novela – lo que ya la predispone contra mis gustos básicos – si no que se trata de una especie de biografia, notas sueltas, que su autor escribe tras ser diagnosticado con una enfermedad importante que obviamente cambia su vida en gran medida, tema que, por razones personales que todos sabéis ya que no me canso (seguramente vosotros sí) de repetirlas como si el mundo, mi mundo, girara en torno a ellas (cosa que hace, de momento, aunque intento superarlo), he de reconocer que si me interesa (aunque después de la carta de Oliver Sacks, creo que ya no es necesario leer mucho más sobre este tema). Así que en este sentido había un cierto empate técnico en cuanto al tema, por lo que el comprarlo o no podemos suponer que dependería básicamente de mi conocimiento previo el autor. Porque si, conocía al autor y había leído tres o cuatro novelas suyas, todas policiacas, con resultados muy dispares. La primera (que leí y que se publicó) me gusto, me atrevería a decir que bastante, y las siguientes diría que no, me atrevería a decir que poco a poco dejo de gustarme hasta llegar a esta novela que he de reconocer que básicamente no me ha gustado, cansándome hasta el extremo la obsesión personal (o colectiva) sobre la gestión de los residuos nucleares que se mantiene durante todo el libro.

No habiéndome gustado he de reconocer que tiene algunas reflexiones sumamente interesantes sobre las desigualdades que suscribo plenamente y en las que solo había pensado marginalmente: “Esa es una de las mayores injusticias del mundo en el que vivimos, que algunas personas tengan tiempo para pensar mientras que a otras nunca se les ofrece esa posibilidad. Poder buscar el sentido de la vida debería de incluirse en las declaraciones de derechos como algo obvio”; algunas otras en las que si pienso a menudo pero que no había formulado tan precisamente: “La prisa es casi siempre una manifestación de necesidades humanas ficticias”; y alguna idea para algún que otro posible escrito para este blog con motivo de mi próximo cumpleaños que de momento no confieso, no por la superstición de no hablar de lo que uno escribe, si no por si mi vagancia me supera y no la llevo a la práctica nunca.

Creo que ya he contado que ahora estoy viendo una serie de televisión, El ala oeste de la Casa Blanca, recomendada por Álvaro y Helena, que me está gustando bastante y que pese a que se supone que va sobre el presidente de Estados Unidos y sus equipo realmente va sobre la parte de su equipo que le escribe, o presenta, los discursos; es decir, sobre los guionistas del presidente. Trabajo que, ni que decir tiene vistas las declaraciones de nuestros políticos, en España uno debe suponer que no existe pese a su más que indudable necesidad pero que se dé buena tinta que en los casos de campañas importantes existen, porque conozco (vosotros seguro que también, pero no puedo dar nombres ya que eso queda para su biografía, o autobiografía de las que ya tiene una) a uno que ejerció este oficio, entre otros igual de poco o nada respetados  y ocultos.

Claro, cuando un guionista o un escritor –razonablemente bueno – escribe sobre  el oficio de escribir suele acabar saliendo una buena película, serie de televisión, biografia, o novela y esa fue mi reacción ante Los viernes en Enrico’s que, según la contraportada “disecciona con rotunda sobriedad las ambiciones literarias y las aspiraciones a la fama y el dinero de un heterogéneo grupo de amigos”. Vamos que va sobre unos cuantos conocidos, amigos, que quieren escribir (unos con mayor éxito que otros) o que no quieren pero lo hacen igualmente y cuyas vidas se van cruzando a lo largo de la novela, aunque no en Enrico’s (el bar) como podría suponerse del título y de la portada. Dicho de otra forma seguramente sobre los conocidos, amigos escritores, de Carpenter y que alguien con más cultura que yo seguro que puede asociar a personajes más o menos reales. Como ya digo se echa mucho de menos la presencia del Enrico’s en la novela la verdad es que se lee bastante bien, es entretenida e incluso parece realista, para ser una novela de escritores sin bar, algo que obviamente no es muy plausible.

La verdad es que en un momento se plantea uno de esos problemas que siempre me han intrigado sobre el hecho de escribir ficción y no sentirse decepcionado luego con el mundo real: “Había olvidado lo deprimente que era todo. Había estado viviendo en su propio mundo secreto con la que gente que ella misma se había inventado, que hacia cosas que ella misma decidía y que resultaban como ella pretendía. De pronto, había vuelto al mundo real, donde todo estaba fuera de control.”  Supongo que esta puede ser la causa de que tantos escritores crean saber tan bien como funciona el mundo, no el real, si no el que ellos han inventado (detalles, detalles para ellos).

Como contrapartida ofrece una descripción aplicable a la mayoría de los trabajos restantes (los no creativos) cuando uno de los escritores se plantea si seguir con su trabajo por aquello de mantener el realismo de sus escritos y estas en contacto con el mundo real: “No había nada maravilloso en un trabajo cualificado. La parte maravillosa de su jornada laboral, como con cualquier trabajo, era terminarla. Jaime envolvía el trabajo de romanticismo, del mismo modo que envolvía de romanticismo su escritura”.

El mes pasado, como mi homenaje personal a Chirbes, releí uno de sus libros y la verdad es que soportaba el paso del tiempo excelentemente por lo que al encontrar una nueva edición de La verdad sobre el caso Savolta, absurdamente retitulada (al parecer no retitulada, si no recuperando su título original) Los soldados de Cataluña me decidí a comprobar si realmente era el libro que yo recordaba y que, recuerdo que en su momento (no cuando salió, que fue hace 40 años, si no cuando lo leí, probablemente hace tan solo treinta y cinco) me pareció muy bueno (no tanto, como sus obras menores: el laberinto de las aceitunas o el misterio de la cripta embrujada que siguen siendo de mis novelas favoritas suyas). En fin, me veo obligado a reconocer que, a diferencia de Chirbes, este no ha pasado la criba del tiempo y que aun estando muy lejos de la opinión de la censura franquista: “Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza… … todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir”; si me lo leyera ahora por primera vez es posible que no estuviera tan lejos de esa opinión.

La mejor escena es la de la caravana de mujeres libertarias vagando por los pueblos patrocinado el amor libre; posiblemente la mejor frase (lamento coincidir con Montalbán en desatacarla) seria: “No lo conozco a él, sí no a su careta. La naturaleza crea infinitos tipos humanos, pero el hombre, desde su origen, solo ha inventado una docena de caretas”; pero el mayor (re)descubrimiento es el uso del verbo ramonear en la novela asociado a un comportamiento de perder el tiempo, de hacer el gandul, lo que igual puede ser interpretado como su sentido actual asociado a los Ramones. Al encontrar este verbo, después de confirmar su existencia con mi filólogo de cabecera (aka: el librero tarambana) decidí comprobar su presencia en una fuente fiable: el Roca Barcia, denominado más formalmente el “Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española, 1881” del que, por azares de los repartos familiares, tengo una copia en buen estado y cuyo contenido es indiscutible como puede deducirse de la portada masónica del mismo.

Para ampliar vuestra cultura la definición del Roca Barcia es: “Neutro. Cortar las ramas de los arboles || Cortar los animales para su pasto las ramas de los árboles. ETIMOLOGÍA. Ramon: francés, ramonear, limpiar el cañón de una chimenea.” Dicho esto, yo seguiré usando ramonear para hacer canciones, o versiones de canciones, a modo de los Ramones y para otros comportamientos asociados a los Ramones. Vosotros haced lo que queráis, ramonear cortando ramitas, limpiando chimeneas o versionando canciones infantiles (“… ser un feliz… deshollinador… tralala… tralala…”).

Otra de mis extrañas debilidades, a mí me gusta pensar que más que debilidad es una deformación profesional (como si una deformación fuera mejor que una debilidad), es la de comprar casi cualquier libro que tenga una referencia hídrica en su título. La historia de la lluvia resultaba por lo tanto una compra obligatoria ya que si bien hace mucho que no trabajo en ello, mi primer trabajo “profesional” fue de hidrólogo (becario de, más bien) estudiando las lluvias de Valencia para desarrollar un sistema experto de previsión de avenidas. Al menos ese era mi puesto oficial, hidrólogo, si bien mi trabajo real consistía en probar los sistemas de inteligencia artificial que desarrollaban los informáticos y ver si funcionaban: básicamente probarlos en distintas hipótesis a ver si se “rompían”.  En el Laboratorio de Sistemas Inteligentes (así se llamaba, lo juro) aprendí de hidrología, de informática, de inteligencia artificial y me convertí en un experto en conseguir que el ordenador emitiera el temido (por los informáticos) mensaje de “Bus error. Core Dumped” que demostraba que había llevado mi tarea a cabo con éxito rompiendo el programa  al someterlo a una situación real no contemplada por los informáticos que enseguida ponían cara de estupor volvían a modificar el programa y vuelta a empezar. Pero divago, si eso, ya os lo cuento otro día.

Volviendo al libro he de decir que una vez más me siento engañado por el título, ya que la lluvia si bien omnipresente ya que la historia pasa en Irlanda tampoco sale especialmente y por supuesto, nada de su historia si es que tal cosa pudiera existir. Mi impresión inicial del libro es que un irlandés se ha leído todos los libros del realismo mágico sudamericano y ha intentado trasladarlo a contar la historia de una familiar irlandesa, colocando incluso una inmensa biblioteca a disposición del autor para que le ayude en las referencias de sus personajes. Las cosas no iban bien, ya había pasado de la página 150 y empezaba a sentirme decepcionado (no tanto como para dejarlo, pero cerca) y de repente: “…los chicos pueden enamorarse más profundamente que las chicas, son mucho más grandes y pesados y pueden caer desde mucho más alto y mucho más fuerte, y al darse contra el suelo de la realidad queda un tremendo desastre que alguna otra mujer se encontrara e intentara volver a meter en la botella”. Los suscribo y añado que lo que luego se mete en la botella nunca es lo que había antes de romperse.

Poco a poco el libro se va animando, no la historia, si no la sensación agradable del libro y empieza a transmitir una gran pasión por la lectura que le hace dejar algunas frases memorables sobre distintos aspectos de los libros y la lectura. Comparándola con la realidad, “Papa y yo fuimos a unos cuantos lugares, y puesto que algunas cosas, la mayoría de las cosas según mi experiencia, son más nítidas cuando no las has visto, conozco el Mississippi mejor que Moyasta” (Moyasta, para aquellos con poca cultura hídrica y poca imaginación, es el rio de su pueblo); describiendo el propio objeto , “los libros son seres vivos, tienen lomos, olores y longevidad, y de tanto vivir unos acusan desgarrones y están combados, y otros tienen manchas”, vamos, más o menos como nosotros mismos; sobre lo difícil que es trasladar algunas cosas a la ficción, si uno escribiera lo que realmente ha sucedido sin duda el lector pensaría que se está exagerando y creando coincidencias imposibles, por no hablar de que “todo el dolor de la vida no funciona en la ficción. No se puede transmitir tanta pena: los lectores tirarían el libro contra la pared”, excusa, más que razón, por la que hay algunas cosas de las que no escribo (de momento), eso o tal vez porque a mí como al padre de la protagonista “Le encantaba leer, nada más. Y leía libros que consideraba tan superiores a cualquier cosa que pudiera soñar el que cualquier noción de escribir se evaporaba de inmediato en la certeza del fracaso”. Lo cierto es que al final del libro te quedas con un gran sabor de boca y es posible que al libro, como dicen los catadores finos de vinos, solo le faltara dejarlo respirar un poco, aguantar el principio, para que se abriera y saborear un gran caldo.

Como me hace quedar bien y a todos nos gusta sentirnos bien os confesare que este mes he hecho algo que nunca antes había hecho pese a que podía haberlo hecho en cualquier momento de los, digamos, últimos quince años: irme a la casa de Piles yo solo. No, nunca había estado en Piles solo y eso que muchas veces, en mitad de alguno de mis ataques de anti sociabilidad, he pensado en marchame allí y quedarme un tiempo, aislado, como decía aquel con la idea de “vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia”. Pero nunca lo había hecho, ni siquiera ahora he hecho ese plan ya que la única razón de ir hasta Piles fue la de ir a buscar a un amigo que andaba pasando un momento un poco malo y que había decidido encerrarse en su casa de Oliva, el último piso de una torre, con su cámara cenital a pleno funcionamiento y grabando su desesperación. Así que más que una escapada de la sociabilidad al final he ido a Piles por algo parecido a un acto de sociabilidad, apoyar y recoger a un amigo, sacándole de un mal momento. aun cuando la verdadera razón dudo que haya sido la amistad sí no más bien el intentar compensar el mayor error de mi juventud. Pero divago, si eso, ya os lo cuento otro día.

El caso es que pese a que este amigo no es especialmente lector, una forma fina de decir que salvo libros de esos de aeropuerto sobre inteligencia emocional, desarrollo personal y similares (incluido por supuesto el libro “Tu, calvo, gordo, hijo de puta cómprame este libro de cómo hacer amigos”) dudo que haya leído algo, alguna novela, en toda su vida, se empeñó en recomendarme un libro, de hecho en dejármelo para que lo leyera. Y así acabe leyéndome Medusa, que podría resultar interesante al ser el personaje central un cámara de la Alemania nazi que filma las grabaciones del horror cometido, ya sabéis fusilamientos, experimentos con seres humanos, vamos el holocausto. Los aspectos psicológicos de cómo alguien puede filmar algo como eso, como puede justificar el participar, aun con la excusa de ser un mero observador, en algo tan inaceptable, es un tema inquietante, muy inquietante, como lo es toda la psicología de los asesinos en serie. Sin embargo el libro no acaba de contar nada y solo describe una extravagante historia sin profundizar en ninguno de los aspectos que podrían resultar interesantes. Diría que una decepción, pero no estaría diciendo la verdad ya que el origen de la recomendación no me había hecho concebir muchas esperanzas.

Hora de dejar de escribir y de prepararme para volver al aniversario del Wurlitzer, ya que aunque ahora mi cansancio existencial y vital me hagan retirarme pronto perdiéndome cosas como la barra llena de aficionadas practicando lo aprendido en la lectura del ultimo Cosmopolitan, puede que incluso en algún curso especializado para futuras divorciadas, sobre ser bailaría de barra, quiero hacer acto de presencia, ver los conciertos y disfrutar de estos eventos antes de marcharme a NYC (si, ya lo he contado pero os lo repito para daros un poco de envidia).



Nos vemos a la vuelta con la maleta de mano rellena de las lecturas del otoño invierno. No seáis envidiosos, no caigáis en la trampa: sed felices y, ya puestos, como decía aquel, “tened cuidado ahí fuera”.   

lunes, 31 de agosto de 2015

Comentariode textos - Agosto 2015

El entierro de Genarín – Julio Llamazares
Padres e hijos – Ivan S. Turguénev
Pedigrí – Georges Simenón
Los huesos dormidos – Deborah Crombie
Sé dónde estás – Claire Kendal
No está solo – Sandrone Dazieri
La buena letra – Rafael Chirbes
Lo que nunca sabrás – Jeong I-hyeon

Es curioso esto del Blog, no lo del Blog de Libros sobre el que – al no ser mi blog de este tipo – no tengo nada que comentar, si no sobre el resto ya que pese a que recibo pocos comentarios, o más bien ninguno (cabrones silenciosos que sois los lectores, que se que estáis hay rumiando vuestra venganza), los poco que recibo suelen tener la intención de corregir alguna historia que he contado y básicamente pueden resumirse en “así no fue como paso. No, no fue nada parecido a eso”

Por aquello de no enfadar a mis escasos lectores (si, a ti, que no escribes seas quien seas) no diré aquello de “estáis equivocados, todo lo que se cuenta aquí es cierto, aunque puede que no todo sea verdad (como decía aquel)”; tampoco lo diré porque parece que mi memoria me engaña continuamente y puede (casi seguro) que nada sucediera como os yo lo cuento, ni como vosotros os lo contáis, puede incluso que algunas cosas nunca sucedieran y desde luego hay muchas que sucedieron que aún no he contado, que probablemente no cuente nunca, o tal vez si ya que puede que así descubra a mas lectores.

Pero ya que estamos y a tenor de un comentario recibido de viva voz – es lo que tiene ver habitualmente a muchos de mis (escasos) lectores: que no me dejan comentarios porque saben que soy un poco ludita y que mejor me lo dicen de viva voz que usando medios tecnológicos – me veo obligado, en honor a la verdad, a realizar una importante corrección. 

¿Cuál, igual os preguntáis?

Puede que incluso alguno anticipe, por su importancia, la corrección en cuestión, que es:
la serie que me recomendaron Álvaro y Helena no es “House of Cards”, como dije, si no  que es “El ala oeste de la casa blanca” (serie que he empezado a ver y que realmente es divertida e incluso recomendable). 
Puede parecer una corrección estúpida pero ciertamente es necesaria. Si alguno esperaba una corrección mayor que esta, lo mejor es que se compre una mecedora, se ponga su bebida favorita y … siga esperando porque puede tardar, o incluso no llegar nunca. 

Cuando empieza el verano intento estar bien abastecido de libros por aquello de que igual me da por ir a Piles a pasar unos días y tomarme un arrós (si, con s y con acento, que es como se toma allí; con s, con acento, con morcilla, con garbanzos, con ternera, con tomate, incluso con pelota; asi es como se toma el mejor arrós) en el mejor y poco conocido sitio de Gandía, del cual no voy a poner ni nombre ni dirección ya que prefiero – aunque sea malo para ellos – no revelar esta informacion para que siga siendo uno de mis sitios favoritos y no se llene de gente, aunque sea de lectores de este blog; todos personas excelentes, qué duda cabe.

Por supuesto para abastecerme lo más razonable, lo más apropiado y lo que, ni que decir tiene, os recomiendo habría sido, qué duda cabe, visitar la Librería Fuenfría de Cercedilla pero como el imaginaros a todos congregados en la librería me producía un poco de ansiedad social. Vale, esto es una excusa pésima, ya que segun me informan no os pasais tanto como debierais y solo vais un poco mas que yo. La realidad tiene más que ver con mi pereza existencial, con la distancia hasta Cercedilla y por supuesto con la falta de un mecanismo transportador adecuado aun por inventar (Rafa, en cuanto desarrollen sistemas de tele transportación instantánea prometo subir a visitarte; sin falta).

No pudiendo hacer lo más razonable y apropiado y no confiando en que mi hermano continuara con el transporte a domicilio me acerque por la librería Méndez de la calle Mayor, que es obviamente lo que os recomiendo a todos los que tengáis una movilidad reducida, alternativa o como se diga, aunque , eso que quede claro, esto solo lo recomiendo a los que cumpláis esta condición; a los demás, al igual que vuestro médico de cabecera, os recomiendo que deis un paseo por el campo (concretamente pos la sierra de Madrid, específicamente por Cercedilla. Nada como eso para mejorar la salud de cuerpo y mente).

Como había acabado el mes pasado leyendo Best-Sellers  y solo por hacerme el culto e intenso mi primera elección fue comprar un “clásico ruso”, Padres e Hijos, que es una de las mejores maneras de parecen un cultureta sin tener que pasar horas en La Bicicleta esperando a que te traigan un café o incluso días si pides un cold-brew. En la contraportada clasifican al protagonista como “hípster nihilista” que supongo debe de ser un calificativo que les encantaría a muchos de los parroquianos bebedores de Cold-brew (sea eso lo que sea) ontraportada que, obviamente apoyada por el título, vende el libro como un “conflicto  generacional”. Desde mi punto de vista, si bien es cierto que hay dos generaciones representadas en el libro (vamos que hay unos padres y sus hijos) más que un conflicto generacional se trata de un folletín mas bien insulso, una historia de unos amoríos adolescentes en la que la historia general me parece bastante floja pero que deja perlas brillantes con las que me siento bastante identificado: “Tengo muchos recuerdos, pero nada que recordar, y ante mí un largo, largo camino que recorrer, pero sin ninguna finalidad… Y no tengo ganas de recorrerlo”; así como explicaciones de porque algunas personas tomas ciertas decisiones vitales (generalmente en relación con las parejas que escogen) que me apenan profundamente por lo extendidas que están, a la par que equivocadas: “¿Ves lo que estoy haciendo? En la maleta me queda un hueco vacío y lo estoy llenando con heno. Pues lo mismo ocurre con la maleta de la vida: la llenamos con cualquier cosa con tal de que no esté vacía”. En mi, nada humilde, opinión no vale meter cualquier cosa o persona para rellenar un hueco, yo prefiero tener un hueco a tener un mal relleno. No sé si me explico.

Siendo consciente de que el verano – sobre todo si incluye viajes en tren a Piles – requiere un buen abastecimiento de libros e incluso un tipo específico de libros que puedan empezarse y terminarse en un viaje, me compre El entierro de Genarín, una novela que vista su longitud y el tamaño de la letra resulta lo suficientemente corta como para durar un solo viaje de tren, o incluso menos. 

La verdad es que es un divertimento gracioso en el que se narra la historia, casi el evangelio, de un borracho-putero de León que fue atropellado por un camión de la basura y que, al parecer, ha dado lugar a una procesión en Jueves Santo en su honor. Obviamente, siendo yo una persona acostumbrada a realizar, en otras épocas,  via-crucis alcohólicos por Madrid, más concretamente por la manzana de la calle Lerida 88 toda la historia de la procesión me parece bastante interesante. 

La verdad es que el libro tiene menos gracia de lo esperable, menos gracia de lo que una historia como esta podría tener bien desarrollada, la verdad es que resulta agradable de leer. De todo su contenido, aparte de lo que me asusta pensar que mi sobrino pueda tener como objetivo vital el parecerse a Genarín (aunque solo fuera para que le hicieran una procesión), me quedo con la descripción de “varios advenedizos y cantamañanas, sin catadura física ni autoridad moral suficiente para ostentar el grado de macarras, pero con la afición y el tesón necesarios para intervenir como reservas cuando la ocasión lo permitía” que creo plenamente aplicable a algunos de los malotes actuales que a veces se encuentran en las noches del Wurlitzer. Si es que ya ni los macarras con lo que eran (no como los del No-Fun u otros sitios miticos); de hecho, ya ni siquiera la nostalgia es lo que era.

La verdad es que aunque ya llevo bastante años visitando la librería Méndez mis conversaciones con los, según yo, hermanos Méndez son bastante escasas y es muy raro que hablemos sobre libros, mucho menos que me hagan recomendaciones así que cuando el hermano mayor de los Méndez (de que uno sea mayor no tengo ninguna prueba pero es algo casi seguro, al no ser gemelos; de que el hermano al que me refiero sea el mayor aún tengo menos pruebas pero es por entendernos) me recomendó Pedigrí diciéndome que era un libro que le había encantado, que tenía que leérmelo me resulto inevitable hacerle caso y me lo lleve a Piles para leerlo tranquilamente en el porche, que es donde me gusta leer en Piles. 

Allí, en el porche de Piles, estaba yo leyendo y disfrutando tranquilamente de la lectura de Simenon cuando pasa un vecino del lugar (me atrevo asegurar que no aborigen, aunque podria ser) se para y me empieza a contar lo mucho que le gusta Simenon (como si se tratara del mismísimo Faulkner y Piles fuera el pueblo de Amanece que no es poco), que este no se lo ha comprado porque estaba caro, en fin… lo que viene siendo su vida. Algo raro si resulto esto, pero no tanto como cuando al poco rato pasa con su familia y en lugar de saludarme me hace una especie de señal secreta como si ambos compartiéramos un secreto único en el mundo: el respeto por Faulkner, digo por Simenon. 

El caso es que el libro me gusto pero no tanto como para apuntarme a la secta secreta de admiradores del autor aunque haya sido cordialmente invitado con ese saludo secreto; de hecho lo que más me ha molestado de la lectura del libro ha sido no poder acabármelo en Piles y habérselo regalado, o por lo menos prestado, para que el pudiera disfrutar de la lectura ya que la única razón, segun me explico compungido, para no comprárselo había sido su precio, 36 euros es mucho para un libro en estos tiempos. Lástima que la crisis y mi lentitud en acabarlo, le hayan privado de momento de leerlo.

La verdad es que existe la creencia de que el verano es una temporada ideal para leer novela negra igual que existe la creencia de que es ideal para tomar una cerveza. A mi esto no me afecta, tal vez por haber sido atérmico durante mucho tiempo y no tener muy claro eso lo de las estaciones, yo bebo cerveza todo el año igual que leo novela negra todo el año pero es innegable que parece haber más novedades editoriales de novela negra en verano por lo que el resto de mis compras en la librería Mendez fueron de novela negra.

Comentar novelas negras tiene el problema, que últimamente a la gente le importa mucho, de descubrir si la trama es interesante, de dar pistas de lo que pasa en la misma, vamos de hacer lo que ahora se llama “Spoilers”, lo que antes venia siendo joder-estropear el final. La verdad es que salvo los spoilers excesivos, tipo quien es el asesino, yo no estoy en contra de ellos, de hecho creo que esta moda de considerarlos como algo pernicioso para los libros, el cine o la televisión, le hace poca justicia al hecho de contar historias, ya que para mi no es desenlace de la historia lo importante, si no el conjunto de la historia y sobretodo la manera de contarla. Incluso cuando tenía algo de memoria nunca me ha importado volver a ver una película o volver a leer un libro (si son lo suficientemente buenos) ya que siempre hay mucho más que cual es el desenlace de la historia o de algún personaje y la forma de leerlo cambia segun el momento de cada uno. En serio, las buenas historias pueden contarse (verse) muchas veces independientemente de si sabes o no el final; es solo en las malas cuando el saber el final te estropea la historia. No son los spoilers los que estropean las historias.

En cualquier caso como ahora ya no tengo nada de memoria el problema para mi es que si la novela no tiene alguna frase que me impacte especialmente y que la anote en mi cuaderno – con esa letra pequeña de psicópata que tan nerviosos pone a algunos miembros de mi familia y allegados; bueno, en general a cualquiera que me vea escribiendo a mano – lo único que me queda de las novelas es la sensación general de haberlas leído y lo que la relectura de las contraportadas (que leo como spoileres) me aportada.

Esto es lo que me pasa con Los huesos dormidos, que no he apuntado ninguna frase y que me ha dejado la sensación general de no ser una novela especialmente interesante, excepto tal vez para escritores o filólogos ya que toda la trama se basa en una especie de coincidencia entre la vida – y la muerte – de una filóloga que está estudiando la obra de una escritora. Como estoy seguro de que me he perdido las referencias concretas al grupo de escritores al que se refiere la filóloga pues me resulta algo un poco ajeno. Además, las coincidencias y yo no nos llevamos bien, ni en la vida real ni, mucho menos, en las novelas.








Con Sé dónde estás el problema es ligeramente diferente: creo que retrata bien la obsesión y el daño que el acoso puede producir en una persona ya que básicamente de eso va la novela, de un acosador, o más bien de su víctima. Como esta todo el tiempo jugando con la posibilidad de que para todo pueda existir una interpretación alternativa, que él no la esté acosando, que ella este malinterpretando toda la historia, o incluso y esto es la peor de las opciones que si bien todo es cierto todo pueda ser interpretado de otra manera y al final ella sea la culpable la novela me parece un poco tramposa.

Entiendo que esto pasa, lo de que siempre hay interpretaciones alternativas, que ciertamente malinterpretar las señales es un temor legitimo, y soy consciente de lo facil que es tergiversar las historias para conseguir una interpretación partidista, de hecho ya he comentado que casi todos los comentarios que recibo de mis historias – totalmente ciertas – son que no sucedieron así y casi todos por personas que estuvieron en la historia. Esto no lo dudo y sobre esta premisa se pueden construir grandes historias (Perdida es un ejemplo claro y contundente) pero, no se, creo que el problema es que jugar con este tipo de malentendidos resulta difícil y hay que ser un maestro y no estoy seguro de que sea el caso.

La verdad es que a veces que alegro mucho de ser, lo que algunos podrían llamar, un tipo descentrado, y de ser perfectamente capaz de comprar un libro sin acabar de leerme lo que dice la contraportada, o incluso pese a haberlo leído (lo que dice la contraportada, me refiero; lo de comprar involuntariamente un libro que ya he leido solo me ha pasado un puñado de veces. No mas por mucho que os cuenten, puede que el puñado sea de granos de arena pero, no mas que eso). 

Esto es lo que me ha pasado con No está solo del que al releer ahora la contraportada veo que tiene todos los ingredientes para que no me apetezca comprarlo; pero si hasta hay “un joven genio cuya capacidad de deducción solo es igualada por sus paranoias”, un personaje principal que es “incapaz de superar lo que llama el desastre”,  “ramificaciones insospechadas”… Vaya truño podria uno anticipar.

¿Por qué lo compre? Pues, no tengo ni idea, desde tampoco fue por la portada ni por el título ya que ninguno me parece nada especial. No sé, igual lo compre porque todo parecía tan malo, tan fuera lugar que a la fuerza tenía que haber algo.

La verdad: es que el libro tiene algo. No sabría decir que, pero es una buena historia pese a todas las pegas que se le puedan poner, se lee estupendamente y creo que su compra ha sido un acierto, aunque dudo que la continuación que aventura el final de para otra buena historia. Ya veremos.

Casualmente me acabe las compras del mes con algo de adelanto y coincidiendo (aproximadamente) con algo que ya no es noticia y creo que realmente tampoco ha sido mucha noticia, o no toda la que debería haberlo sido: la muerte de Rafael Chirbes. Un grande, sin ninguna duda. 

Yo no le conocido, salvo por sus novelas que es una forma marginal de conocer a alguien, pero la verdad es que por increíble que pueda pareceros a punto estuve de verme obligado a conocerlo (en contra de mi voluntad, he de decir) ya que cuando mi padre leyó La buena letra y se enteró que vivía, razonablemente cerca de Játiva, se empeñó en que tenía que escribirle una carta como primer paso para ir a presentarle sus respetos (lo que casi seguro me involucraba a mi como chófer).

Mi padre, tras leer ese libro, se sentía en la obligación moral de decirle lo mucho que le había gustado, deseaba sentarse con él a charlar y obviamente deseaba que nosotros leyéramos y entendiéramos el libro. 

Es imposible saber si lo entendimos. Es seguro que no lo entendimos como él quería, como el lo había entendido (ya digo, cada uno entiende las cosas a su manera) y sin embargo para mi esa lectura me obligo a leer todos sus libros, los que ya había escrito y todos los que escribiría después. En este caso usar el verbo obligar es absurdo, ya que he disfrutado, mucho, con (prácticamente) todo lo que ha escrito Chirbes; no, para mí no ha sido una obligación pero sinceramente creo que debería ser una lectura obligatoria.

Estoy seguro de que en mi estantería hay un ejemplar de la primera edición de La buena Letra pero como me sentía incapaz de encontrarlo me acerque a la Fnac (ya que era justo la semana de vacaciones de los Mendez y la tele transportacion aun es un "leve pensamiento en la mente de sus padres", como cantaban aquellos) a comprarme otro ejemplar para volver a leerla como homenaje a ambos. Es verdad que podía haber comprado La larga marcha o cualquier otro más largo para disfrutar más tiempo de la lectura de Chirbes pero este fue el que descubrió mi padre y será siempre el que yo recuerde asociando a ambos. 

En esta edición el propio Chirbes le ha quitado un capitulo – el ultimo – ya que no le parece justificada esa “justicia” que el tiempo proporcionaba a la historia borrando las heridas y creo que no le falta razón y que incluso ahora la historia mejora, si esto es posible.

Sencillamente se trata de una novela casi perfecta (hay es nada) aunque por no faltar a mi imagen de critico injustificable (e injustificada) le pondría la pega de que repite dos veces la misma frase para describir el estado de un personaje “metido en un pozo, y sin fuerzas ni siquiera para gritar”. Mordaz que es este critico, por lo demás: la descripción de todos los personajes y de las situaciones con una economía total de medios, el trazado de casi toda una guerra y una posguerra, de las trasformaciones y de las relaciones familiares en poco más de cien páginas es verdadera poesía. Y no solo poesía.

Si no lo habéis leído, deberíais. No solo este, deberíais leer (casi) todo Chirbes pero por si no lo hacéis os dejare tres mis frases favoritas de este:
“Del mismo modo que un huevo lleva dentro encerrado un pollo ya desde el principio, las actitudes de la gente llevan dentro lo que van a acabar siendo, e incluso en sus rasgos mas generosos puede adivinarse el embrión de sus peores defectos”.
“Hay palabras que son de un vidrio tan delicado que si uno las usa una sola vez, se rompen y vierten su contenido y manchan”.
“El tiempo lo deshacía todo, lo convertía en polvo, y luego soplaba el viento y se llevaba ese polvo”
Obviamente después de Chirbes casi cualquier cosa que puedas leer te tiene que saber a poco, así que para poder salir de este atolladero – tampoco hay tantas obras maestras – decidí comprarme un libro cuya única virtud parecía ser la de ser un Best seller en Corea (no quedaba claro si en la de los buenos o la de los malos), Lo que nunca sabrás; al fin y al cabo a un best seller coreano nadie va a pedirle mucho. Serviría a modo de los sorbetes esos que daban en algunos restaurantes, muy finos,  para cambiar de sabor entre plato y plato. 

La verdad es que es una novela curiosa, que desarrolla una trama de esas que se complican un poco innecesariamente pero que se deja leer. Bueno, esto no es exactamente cierto ya que los nombres confunden mucho y  a veces te confundes (yo al menos) de personaje.

Sin ser bueno, no es malo y se deja leer y sobretodo en este caso te saca una obra maestra de la cabeza lo que nos permitirá seguir leyendo el mes que viene, con un poco de suerte (un puñado) igual incluso alguna otra obra maestra. Si eso, ya os lo cuento.