lunes, 12 de enero de 2015

Comentario de Textos - Diciembre 2014

The ways of the dead – Neely Tucker
You should have known – Jean Hanff Korelitrz
The man who wouldn’t stand up – Jacob M. Appel
Ojalá nos perdonen – A. M. Homes
Anatomy of a murder – Robert Traver
Brooklyn – Colm Tóibín
Neverwhere – Neil Gaiman

Este mes (bueno, realmente el mes anterior, no esté en el que escribo) he tenido motivos suficientes para haber escrito más entradas ya que ha sido un mes con suficientes cambios/noticias que habrían justificado más entradas. El principal es que he vendido mi casa, la casa de Santa Ana; por supuesto sin haberme comprado otra antes (uno es así) por lo que ahora mismo estoy a la espera de tener un nuevo domicilio, y vuelvo a vivir “provisionalmente”.

Esto por si solo habría justificado varias entradas en este blog (que no, que no es de libros: que es de mis chorradas, aunque no lo parezca) y podría haber enumerado las casas en las que he vivido,  o las mudanzas entre ellas que al final son casi más significativas, o tal vez solo aquellas en las que he vivido provisionalmente; podría haberos contado mis inquietudes frente a la provisionalidad de estar sin domicilio o incluso haberos contado porque me he decidido a vender mi casa actual arriesgándome a esta inquietud frente a la provisionalidad; podría incluso haber recuperado recuerdos de muchas cosas que han aparecido de la que preparaba la mudanza (no al hacerla, que uno ya esta mayor y esta vez se la he encargado a profesionales, algo más profesionales que Charlie, Saban(dija)  y, por supuesto, Álvaro que han sido los encargados de las ultimas que he tenido que hacer); en fin, que temas había y ganas de escribir también, pero…

Precisamente por esta provisionalidad de la que os hablo y por la inquietud que me produce (si, lo reconozco; soy tan malo afrontando cambios como haciendo abdominales. Cosas que pasan) no me han quedado suficientes ganas para vencer la pereza, casi en grado de molicie, que se me ha venido encima. Eso que os ahorráis.

Pero solo os lo ahorráis de momento, ya que gracias a la colaboración de los de siempre (ellos ya sabes quienes son y seguro que vosotros también; probablemente seáis los mismos ya que esto tampoco lo lee tanta gente, así que me ahorro la enumeración nominativa) ya tengo apalabrada una nueva casa, aunque aún tardare un tiempo en tenerla lista por temas diversos (administrativos y de obras) lo que incluso podría añadir posibilidades de entradas a este blog. Pero, si eso, ya os lo cuento otro día que hoy toca hablar de lecturas.

Aunque algo más que diezmada a principios de mes todavía tenía mi montañita de libros comprados en NYC de la que nutrirme con solo estirar la mano desde el sillón de mi salón (ya ex salón) y ¿qué mejor forma de empezar el mes que con una policiaca, de un autor para mi desconocido, como The ways of the dead?. En principio ninguna, aunque una vez leída se me ocurren mejores formas u opciones. No porque sea una mala novela, que no lo es, incluso es una buena novela, pero un poco demasiado típica o tópica (que no sé qué es más acertado en estos casos). Tiene sus asesinatos, su detective duro, sus conspiraciones de poderosos y en general lo suficiente para pasar un rato entretenido; buena, pero le fala algo que la haga un poco especial, ese poquito que la llevaría un poco más allá, que la haría destacar de entre el montón de novelas policías convencionales. Eso sí, tiene una de las mejores clasificaciones de lo que vienen siendo las distintas especies de White Trash (aunque no puedo valorar su precisión, intentare recordar las diferencias para posibles conversaciones y discusiones):
“Dipshits from Georgia, north Florida, the Carolinas, those are crackers. West Virginia, Kentucky, Tennessee, Arkansas? Hillbillies. Hicks from Mississippi, Alabama, and north Louisiana – and just up in the western part of Tennessee and just across the river in the Arkansas delta? Those are rednecks. South Louisiana? Cajuns. Not even God can help you with them.“Y’all look the same to me.“I can’t help you with your prejudices.“Which  ones are the poor white trash?“The ones who’ll shoot your ass somewhere between you calling them ‘white’ and ‘trash’”
Ya he comentado varias veces que los libros escritos por chicas, más aun si son thrillers, siempre despiertan mi curiosidad – al igual que los de japoneses, que me siguen pareciendo la última civilización exótica (novelas de misterio escritas por mujeres japonesas he leído pocas pero las que he leído me han gustado bastante, por si os lo estabais preguntando; si, las hay y tienen su punto)- por lo que ciertamente tenia ganas de leer You Should have known. Pese a que la premisa del libro (que una psiquiatra, consejera matrimonial, que está a punto de publicar un libro con ese mismo título, descubra que ella es una de esas personas que deberían haber sabido lo que pasaba en su relación) no era demasiado tentadora, ¿un poco simplista, diría yo?.  Además, como yo considero que tengo una buena capacidad para engañar (tendría, podría mentir muy bien, quiero decir, podría, si quisiera - que no quiero, quede claro -  ya que eso me convertiría en un buen mentiroso y como siempre digo “la sinceridad es muy importante, si consigues fingirla está hecho”) la premisa de que es difícil engañar a alguien durante mucho tiempo y que uno debería haberlo sabido me parece un poco falta de realismo. Es verdad que sí que creo que hay muchas cosas que la gente debería haber sabido de las personas con las que se relaciona si tan solo hubiera querido fijarse un poco en algunos signos, especialmente en las relaciones de pareja, todos conocemos a alguien que sabemos que no se está fijando adecuadamente en su pareja, que no está leyendo las señales de su verdadero comportamiento (¿no? Bueno, yo sí, aunque no daré nombres hoy), señales tan obvias que no podemos evitar pensar, cuando todo se acaba descubriendo, “debería haberlo sabido”. No sé, será eso de que el amor es ciego o sencillamente: subnormal en algunos casos (y no, ni daré nombres, ni me refiero a nadie en particular). Con todo, es una novela entretenida aunque tampoco brillante.

Si es cierto que las relaciones de pareja producen esta ceguera en algunos casos, no son ni con mucho las relaciones que más ceguera (o subnormalidad) producen a día de hoy. Desafortunadamente, hay relaciones mucho peores: el patriotismo, la fe religiosa o incluso la fe en un equipo de futbol, por poner algunos ejemplos. No solo peores por la intensidad que despiertan y por el número de participantes simultáneos, sí no porque además tienen, pueden, a volverse contra aquella persona o grupo de personas que no comparta este mismo sentimiento. Puedes (es difícil, pero se puede según la publicidad institucional) conseguir convencer a una chica de que ese tipo que le parece excepcional y que tanto se preocupa por ella, en realidad es un auténtico cabrón machista que seguramente termine haciéndole daño, incluso, probablemente, físico e incluso posiblemente mucho pero intenta, sin embargo, convencer a un grupo de que no te importa especialmente su equipo deportivo favorito, su dios favorito y probablemente único, o su única patria y sus símbolos.
Inténtalo y, si eso (si sobrevives, quiero decir) pues ya me lo cuentas otro día. Sin llegar a matarle esto es lo que le pasa al protagonista de The man who wouldn’t stand up, alguien que sencillamente durante los preliminares de un parrido decide no levantarse cuando suena el himno nacional; alguien que harto de tanto patriotismo vacío, empeora las cosas cuando intentan afearle su conducta mostrándole sentado, en la inevitable pantalla gigante del estadio, durante el himno mostrando un dedo(y no uno cualquiera, se entiende) a la cámara y manteniéndose sentado; alguien que luego se reafirma en que no quería levantarse ese día, sencillamente no quería, para unirse a la multitud. Por supuesto debes imaginarte a este americano díscolo en la América actual, en esa América post 11 de septiembre en la que se han recortado tantos derechos civiles (además de acabar con los complementos masculinos en los viajes en avión) y en la que se requiere tanta ciega adhesión a los símbolos patrios que este insulto es equiparable a los peores insultos de algunos dibujantes de caricaturas para otros colectivos. Esa es la prometedora premisa del libro y la única queja es que no esta tan bien desarrollada como sería deseable, aunque lo suficiente para ser una lectura entretenida.

Puesto que mi pila de libros de NYC empezaba a disminuir preocupantemente y como todavía tenía un libro llegado desde la Librería Fuenfria de Cercedilla, vía mi servicio personal de mensajería (aka mi hermano, aka el librero tarambana), me decidí a cambiar de idioma y leer Ojala nos perdonen. En principio no me interesaba demasiado ya que estoy un poco cansado de esas historias de familia que en la contraportada tienen que citar a Tolstoi (aquello de “todas las familias felices son iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera”), además la foto de la autora disfrazada de neoyorquina de Annie Hall revisitada a lo moderno no me parecía nada tentadora, un poco demasiado institutriz  a la vez que un poco demasiado super-star literaria. Puesto que era mi única opción en español en ese momento: o me estiraba hasta alguna de mis librerías de referencia o esperaba hasta las navidades y me arriesgaba con las opciones de regalo que seguro llegarían en esas fechas. Entre esas opciones y considerando mi vagancia consustancial la opción estaba clara y la verdad es que la elección fue acertada ya que el libro me gusto bastante. He de decir que creo que es bueno, aunque puede que mi visión este un poco afectada por el hecho de que el protagonista sufre un ictus, que si bien creo que no es exactamente lo mismo que yo sufrí (creo que hay matices medidos entre un ictus y un derrame cerebral) hace que sienta cierta identificación con él y con algunas de sus reflexiones sobre su la recuperación:
“Estoy empezando a recuperar la normalidad o lo que no es normal del todo pero se considera normal en este último mes. No puedo decir en absoluto que me sienta yo mismo; de hecho, en realidad no recuerdo como me sentía y lo que podría significar ‘yo mismo’”
 e incluso, ya puestos, sobre las sensaciones anteriores: 
“¿Cómo explicarse uno mismo? Es como si lo único que pudiera hacer fuera gruñir y confiar en que me entiendan por la entonación. Podría culpar al ictus, pero mentiría. ¿Cómo puedo decirle a alguien que siempre me ha habitado una sensación herrumbrosa de asco, un agua insípida, salobre, que sospecho que es mi alma?”.

Volviendo a NYC, a las compras realizadas allí quiero decir que para volver aun tendre que esperar un poco, repetiré que una de las cosas que me gusta del mercado editorial americano (de sus librerías) es que se pueden encontrar reediciones de libros con facilidad, no solo de libros clásicos en un sentido estricto, con mayúsculas, que esos también se encuentran aquí, si no de libros que solo son clásicos en un sentido de serie-B: clásicos no importantes, como Anatomy of a murder. Si, ese mismo, el libro en el que se basa la película que si bien todos confundimos con otra (seguramente cada uno de nosotros la confunda con una película distinta) reconocemos la cartelería de la misma como un icono atemporal y que  es uno de los clásicos de las películas de juicios. Por mucho que todos (yo incluido) la confundamos con otra película basándonos solo en la imagen clásica de su anuncio una vez que uno empieza a leer el libro se le vienen a la cabeza imágenes inconfundibles de la misma y se da cuenta de que es un gran libro al que realmente la película hace justicia y que el reparto seria difícilmente más acertado. Siendo ambos (libro y película) excelentes, como esto (no) es un blog de libros me veo obligado a decir que el libro es mejor que la película aunque solo sea por cosas como describir lo que el abogado principal hace un día que está preocupado al abandonar la sala al final de la jornada laboral (recordemos que esto es América y que la jornada acaba algo antes de las cinco de la tarde): 
“So I did the only sensible thing a worried man could do – I stopped off at the Halfway House for one tall drink, just one. By midnight, having bought my way into the jazz combo, that old hepcat Polly Biegler and his borrowed fly-swatters was making crazy with the drums. ‘Lissen to the ma-a-n….’”
¿A quién no le ha pasado, salir agobiado de trabajar a tomarse una copita y seguir seis horas después disfrutando como un poseso de la atmósfera de un bar? ¿A ti, no? Pues, lo siento. En serio, deberías probarlo, hay pocas cosas mas gratificantes.

Puede que aún no lo haya dejado claro pero NYC me gusta mucho, probablemente sea mi ciudad favorita y si, lo sé, digo esto desde mi casi total incultura de ciudades ya que tampoco conozco tantas y me falta por conocer muchas de las obligatorias. Pero lo digo tranquilamente, y lo defiendo con la insensata seguridad que caracteriza muchas de mis afirmaciones categóricas. Pues pese a ser NYC mi ciudad favorita he de reconocer que nunca le he cogido el punto a Brooklyn, que se supone que ahora es lo cool de NYC (si es que todavía se dice cool, que lo dudo).

Pese a intentarlo no consigo que me guste (mucho menos ahora que Katherine ya no vive allí) y eso que dos de mis restaurantes favoritos, de mi top ten diría, están precisamente en este barrio (¿Cuáles, os preguntais? Pues, si eso, ya os lo cuento otro dia). Así que si veo una novela que se titula simplemente Brooklyn pues claro, me la compro para seguir intentando cambiar de opinión, porque nunca se sabe e igual la gente tiene razón y yo estoy equivocado (seguro, seguro, será eso). Aunque la novela no es mala, solo os diré que no lo ha conseguido, no ha conseguido que cambie de opinión, pero yo seguiré intentándolo y quien sabe, igual algún día me guste Brooklyn (tal vez, tal vez, si consigo mudarme allí).





Como ya es costumbre y para no decepcionaros os diré que sí, que este mes también me he leído Neverwhere, que, en cierta medida, ya me había leído. En mi descargo diré que esta vez no es que hubiera leído la novela, si no que había leído la adaptación de la misma a cómic, que no es exactamente lo mismo, aunque en este caso sea casi lo mismo ya que se trata de una novela fantástica más propia de un cómic que de una novela. Por lo tanto es discutible eso de que ya la hubiera leído, siendo indiscutible que era como si no lo hubiera leído ya que no me acordaba de nada, absolutamente de nada. Al contrario que en el caso de las versiones cinematográficas y para demostrar que esto no es un blog de libros os diré que creo, confío realmente, en que el cómic sea mejor que la novela por que la novela no tiene nada especial y lo poco que tiene puede quedar mejor bien dibujado (salvo tal vez la referencia a The great Stink de Londres que en 1858 obligo a remodelar todo el saneamiento de la ciudad dando un importante impulso a la ingeniería sanitaria, que tampoco os interesara mucho pero que casi seguro no aparece en el cómic).

Estas lecturas han hecho disminuir mí ya mermada pila de libros notablemente (dejando solo dos para enfrentar el final de las festividades y lo que venga después) por lo que incluso teniendo en cuenta las aportaciones de las fiestas navideñas harán inevitable la visita a mis librerías de referencia o bien el uso de suministros alternativos.

En cualquier caso que sepáis que este mes si he visitado la Librería Fuenfria de Cercedilla, algo de lo que tengo testigos ya que por increíble que parezca (con lo poco que la visito) me encontré con Nacho, justo antes de que él se marchara para el sudeste asiático a disfrutar de las fiestas con la guapa y encantadora Patty de Pantones (afortunado él y añado, para no parecer excesivamente machista: afortunada ella), que andaba de convivencias empresariales y se había escapado para acercarse a la nunca suficientemente reconocida librería Fuenfria de Cercedilla (si él ha podido, vosotros no tenéis escusa. Que lo sepáis).


Pese a tener testigos de mi visita por increíble que parezca no tengo pruebas de ella ya que al final se nos alargó la mañana hablando de otras cosas y me baje sin ningún libro de mi librería de referencia, algo que no os recomiendo hacer ya que luego os arrepentiréis de no tener buenas lecturas como estoy haciendo yo ahora mismo.