lunes, 27 de julio de 2015

Ordenando cosas en casa

¿Ordenando? Realmente no, más bien solamente colocando. Eso de ordenar me resulta sumamente difícil ya que hay que – como decía Nick Hornsby decía en High Fidelity – lo más difícil de ordenar es encontrar el criterio de ordenación. ¿Cómo ordenar, por ejemplo tu colección de discos? ¿por estilos, por autor, por fecha de edición, por fecha de compra?

Imposible decidirse así que yo más que ordenar, de momento, me he limitado a colocar las cosas en sitios que, ni mucho menos, serán definitivos pero que de momento han cumplido su función de permitirme sacar todas mis mierdas de las cajas, lo que unido a una limpieza general y varios cientos de visitas a los contenedores municipales me permite tener, por primera vez en bastante más de quince años, mi casa prácticamente libre de cajas. Algo que, junto con el tener lámparas, es un cambio sustantivo en mi vida y que realmente resulta muy, pero que muy agradable.

Una de las cosas que necesitan colocación son mis discos. Mis discos digo y  no mi colección de discos porque yo no tengo una colección de discos: tengo algunos discos, un número indeterminado – elevado, puede – pero que no es una colección, igual que tampoco tengo una colección de libros, simplemente tengo libros. Siempre me hace gracia cuando la gente se refiere a sus discos como su colección, no sé cómo un montón de discos se convierte en una colección pero sospecho que tiene que ver tanto con la vanidad del propietario como con el tener una elevada proporción de ediciones extrañas. Así que puede que realmente tenga una colección, ya que vanidad no me falta y ediciones extrañas tengo algunas aunque sospecho que el menos del mínimo necesario para cualificarla como colección. Nunca se sabe, si eso, un día lo miro.

El caso es que tras intentar colocar mi colección de discos en unas estanterías, de esas de Ikea, que había cortado a medida de la pared que me quedaba libre y que había colgado con sumo cuidado la primera vez solo para que se me cayeran casi instantáneamente, que había colgado una vez más, con más cuidado incluso, solamente para ver como se me volvían a caer en una preciosa cascada: primero la de arriba que tiraba la de en medio, que tiraba la siguiente hasta que todas ellas y todos los discos quedaban en el suelo, incluso después de que con la ayuda de Álvaro las hubiera colgado una tercera vez con resultados idénticos, pues después de eso me decidí a comprarme un mueble para colocarlos. Mueble que extrañamente encajaba casi mejor que las estanterías en la parte de mi casa en la que pensaba colocar los discos. La verdad es que no sé porque no me decidí por comprar el mueble directamente ya que soy perfectamente consciente de que el bricolaje no es lo mío. Supongo que la vanidad de hacer las cosas por uno mismo.

Finalmente, el mueble y el rinconcillo de los discos me ha quedado bastante bien aunque aún me falta encontrar el sitio en el que poner ese equipo, o las partes del mismo, para el que tengo algunos vales regalo de mi familia que espero algún día hagan efectivos. Incluso espero que los hagan efectivos antes de que cumpla los cincuenta años, algo que puede parecer como muy lejano pero que realmente será dentro de poco, de demasiado poco, de lo suficientemente poco como para ya estar casi seguro de que “a los cincuenta llego, mal se tienen que poner las cosas”.

Como tan solo había colocado los discos, sin ordenar, pues no me había fijado en que discos quedaban a la vista y probablemente no habría reparado en ello si no fuera por un comentario de Cabut (nuestro sexto hermano) que como pintor que es pues también es observador y nada más llegar me soltó a bocajarro: “muy bien, muy bien, así me gusta con LLuis Llach”. Obviamente, al principio, ni idea de que estaba hablando y casi empezaba a pensar que se estaba haciendo mayor, delirando en su propio mundo interior, hasta que seguí su mirada y observe los discos que habían quedado a la vista. No deliraba. Efectivamente de los discos a la vista, uno era de Lluis Llach, algo que resultaba curioso porque creo que es el único vinilo que tengo de Lluis Llach (bueno igual ni es un vinilo, no sé si los discos de cantautores pueden ser considerados vinilos por los puristas).

Ciertamente resultaba curioso, pero no solo eso resultaba curioso. No, la verdad es que había cosas bastante curiosas fruto del azar de colocarlos sin pensar y sin ordenar, casualidades que seguramente resultan significativas si uno es aficionado a la búsqueda de coincidencias místicas. Yo no lo soy, pero la verdad es que igual me convierto ya que ese tipo (curiosamente había escrito timo en lugar de tipo) de coincidencias místicas, la búsqueda de ellas, permiten contar cosas y aunque no me faltan temas la verdad es que siempre es difícil buscar un “inicio”.

La primera y que podría ser esperable es que cada uno de los discos que se ven ha sido importante en mi vida, de una u otra manera; aunque esto es fácil porque muchos de los discos que tengo lo son. De hecho es probable que cualquier otra combinación tuviera un resultado parecido o incluso mejor ya que tampoco es que sean los discos más significativos de mi vida. (No, no tengo ni idea de cuáles podrían ser los que pudiera considerar los más significativos en mi vida. Hay tantas opciones, tantos discos que guardan recuerdos muy especiales en mi vida que creo que de vez en cuando volveré a colocar los discos sin mirar a ver que discos y que recuerdos salen con ellos). Pero divago, si eso, ya lo probamos otro día.

La coincidencia mística más llamativa que no es visible a primera vista (yo he tenido que comprobarla) es que son del mismo año. Sí, no solo son del mismo año si no que  precisamente son del 77 (tanta historia con el punk del 77 y ya ves tú, los tres discos que a mí me salen al azar son de ese año y ninguno se acerca al punk ni por asomo).

Obviamente yo no los compre en el 77 – ese año aun tenia entre once y doce años y aunque a todos nos guste imaginarnos como precoces en nuestros gustos y aficiones tampoco conviene exagerar y modificar el pasado – pero si es cierto que en mi recuerdo estos discos comparten los mismos años de escuchas simultaneas (de ecléctico podríamos clasificar mi gusto, si aún estuviéramos en los ochenta  incluso de sinérgico).

El Campanades a mort de Lluis Llach seguramente si lo oía en el 77 ya que este es un disco que he heredado de mis padres que si debieron de comprárselo el año en el que se editó. Si, esa era parte de la música que oían mis padres: cantautores, canción protesta, esas cosas. En mi casa se cantaba L’estaca y todos los hermanos (salvo Helena que por nacer más tarde se perdió parte deesta infancia musical, no toda, ni mucho menos) todavía podemos cantar, letra incluida, las canciones de Quilapayun, de Víctor Jara, de Atahualpa Yupanqui, de Mercedes Sosa, de George Brassens, de Paco Ibáñez, de Raimon, de Joaquín Diaz… ya os hacéis una idea, o no.

Afortunadamente, o desafortunadamente, eso no era lo único que oían mis padres que también le daban, fuerte y flojo, a todos los ritmos sudamericanos (supongo que por haber vivido dos años en Cali, Colombia)  con el resultado de que ahora, pese a mi voluntad, los ballenatos me siguen emocionando aunque no sean buenos y casi me avergüenzo de que mi cuerpo no pueda resistir el impulso de bailar (aka: mover un poco el pie o la cabeza) cuando oigo un ballenato o similar (si, incluso ese de la camisa negra).

Podía haber sido peor… mucho peor…

El caso es que este disco de Llach me sigue encantando. Bueno, obviamente si lo conocéis sabréis que como mucho me gusta la mitad del disco ya que la cara A es completamente inaceptable, con una composición que pretende ser clásica, con sus coros mayestáticos y su orquesta completa de un montón de maestros, vamos, totalmente pretenciosa y prescindible. Pero la cara B compensa totalmente este desastre de cara A (si, yo ya era hípster en los ochenta y me gustaban las caras B mucho más que las caras A y estoy seguro de que la edición japonesa es todavía mejor).

No, la primera cara creo que no he vuelto a oírla (si es que alguna vez la he oído) pero desde luego Laura es una de mis canciones de amor favoritas, creo que es sencillamente una canción perfecta (letra y música), es de esas canciones que estoy seguro aceptarían una revisión y actualización y seguirían siendo excepcionales. Esa guitarra española, de repente, es sencillamente tan buena, si no mejor, que la que consiguieron meter The Church en el Almost with you

Es oírla y me entran ganas de  enamorarme de una Laura para poder cantársela, pero como no he conocido ninguna Laura que no esté loca –  tengo una amplia teoría  sobre los nombres y la personalidad – de lo que de verdad me entran ganas es de cambiarle el nombre a alguna chica que se lo merezca y achacarle el error a mi memoria dispersa o al daño cerebral, que para algo tendrá que servir ¿no?.

Por supuesto cantar Viñes verdes vora al mar a voz en grito por la carretera de Valencia siempre me traerá a la memoria un viaje con Cabut en su 4L amarillo, acelerando y desacelerando para que al sacar la mano por la ventanilla pareciera que estábamos acariciando un pecho, un pecho distinto según la velocidad a la que circuláramos.

No sabría decir que año descubrí a Springsteen pero si tuviera que apostar diría que fue en el 79, con su aparición en el concierto de No Nukes (Si, ¿Qué pasa? ¿Vosotros no tenéis un pasado antinuclear? Ya, claro y seguro que tenéis microondas en casa. Pues yo sí, que antes era un hippy) con un medley que hacia (Devil with the blue dress) pero sobre todo con la versión de Stay que se marcaba con el propio Jackson-Jackson Brown (versión que luego disfrutaría más al comprarme una grabación pirata del concierto de Springsteen que encontré en Record Runner y  que sigue siendo impactante. Si, soy más hípster que tomar cold-brew tengo discos piratas e incluso tengo un disco doble con solo tres caras grabadas ). Ese disco y el descubrimiento de mucha música: desde Crosby  Stills Nash hasta Graham Nash, pasando por Poco o James Taylor, hasta por supuesto Tom Petty y Springsteen es lo mejor que ha dejado el movimiento antinuclear, con diferencia.

En ese momento con Springsteen pasaba una cosa curiosa: uno podía ir hacia atrás cuando era un hippy que se consideraba heredero de (ni más ni menos) Bob Dylan y similares y hacia canciones de siete o nueve minutos con letras enrevesadas, o podía ir hacia delante, hacia el rock (con mayúsculas, supongo) hacia canciones más cortas (tampoco mucho) pero con menos instrumentación…. mejor dicho: con menos instrumentos exóticos (hacia el futuro del rock que dijo alguien al verle tocar). ¿Qué hice yo? Pues de todo un poco: un poco hacia adelante, hacia The River,  al que llegaría justo a tiempo para quedarme extasiado; otro poco hacia atrás, hacia el Greetings y el The Wild, the Innocent & The E-Street Shuffle, porque, repito: yo era un hippie y el primer Springsteen también lo era; pero sobre todo hacia el medio, hacia el Born to Run y hacia Darkness on the edge on town que como todos sabemos o reconoceremos son dos obras maestras. (si no lo reconoces: fuera de este blog inmediatamente, pero eso si, deja un comentario para que no sepa quién eres y prohibirte la entrada)

Supongo que, por fechas, este fue uno de los primeros discos que me compre. Puede que  ahorrando toda mi paga, pero más probablemente convenciendo a mi padre de que la música era tan cultura como la literatura ya que calculo que mi paga no llegaría para tanto (menos considerando que en Madrid a esa edad ya se ponía beber. Y si se podía, ¿Quién no iba a beber?). En mi casa tenías el derecho a comprarte un libro al mes, mi padre nos regalaba un libro que escogiéramos al mes, igual que dé más pequeños nos regalaba un tebeo (normalmente un joyas literarias juveniles) todos los domingos antes de salir a comer, porque se suponía que era cultura. Mi primera gran victoria familiar fue conseguir que se aceptara un disco como equivalente a un libro y casi seguro que este fue uno de los primeros que se benefició de esta victoria.

Es un disco que me sigue encantando pese a que no haya una canción que dure menos de cuatro minutos y que más de la mitad de las canciones duren más de siete minutos (hay una de 9:56 que pese a ello es excelente). No sé, siempre me recordara a Manolo Die y a nuestros primeros intentos de ser músicos, de convertirnos en el nuevo Bob Dylan, el nuevo Neil Young o el nuevo James Taylor… los primeros intentos de tocar la guitarra, la armónica o incluso el piano (obviamente el saxo de Clarence Clemons tendría que aportarlo otro ya que eso era sencillamente inalcanzable. ¡Cómo si lo otro no lo fuera!).

A Elvis Costello lo descubrí a través de Jacobo, a través de los discos de sus hermanos mayores, lo cual nos sitúa en 1980 aproximadamente. Sencillamente fue como una epifanía (no era la primera: ya habíamos descubierto a Steve Forbert , a los Only Ones, a Lou Reed; y no, no sería la última) eso es lo que queríamos ser de mayores, incluso de menores; sencillamente era lo que queríamos ser en cualquier momento, a partir de ese momento. Sí, eso es lo que íbamos a ser, aunque para ello tuviéramos que ponernos gafas y  ser feos (más feos incluso). Ibamos a componer canciones de tres minutos, canciones divertidas y brillantes, incluso podríamos componer canciones de amor excepcionales. Simplemente componer Alison habría bastado para hacernos felices y el disco tiene muchas, muchas más que sencillamente son excepcionales, son buenas hasta cuando las versiones son malas (y hay versiones muy, muy malas).

Lo intentamos. No lo conseguimos, pero, si eso, ya os lo cuento otro día.

Puede que alguno de mis lectores haya sido observador y se haya dado cuenta de que además de estos tres discos en la foto se ve otro disco, un single: el de Los Benditos, que no, no es de 1977, así que esa casualidad que se ha anunciado a bombo y platillo no es tal.

Podría defenderme diciendo que los singles son otro tema, un tema completamente distinto, pero no tendría mucho sentido, diréis: un disco es un disco y este no es del 77, es del 2007. Listillo, añadiréis, así, obviando datos, es fácil encontrar casualidades  cual defensor de la homeopatía o de algo peor.

Vale, pues no hay ninguna casualidad en los discos pero quedaba mejor así.

Cada disco tiene su historia, mejor o peor aunque la verdad es que en todas ellas hay partes peores que no he contado y mejores que tampoco he contado. Si eso, ya os cuento otro día.


Pero sí que hay otra cosa que estos discos tienen en común y que tampoco es muy normal: a los cuatro autores los he visto en directo: a LLuis LLach fui a verle a un teatro en el barrio de Salamanca (en pleno barrio pijo de Madrid) y me emocione cuando toco Laura (aunque la gente se emocionó mucho más cuando canto L’Estaca, que como canción no tiene nada); para ver a Springsteen me fui hasta Montpellier la primera vez que paso relativamente cerca de Madrid; a Costello tarde mucho en verle, demasiado, ya que para entonces Jacobo ya había muerto y pese a que había reunido a los Attractions  para ese concierto me supo a decepción ya que todo había cambiado; a Los Benditos los vi en El Sol en un evento del que ya os contare otro día y que aunque no consiguió devolverme a aquella epifanía que tuvimos consiguió reconciliarme bastante con la música y con la vida en un momento de horas bajas.

domingo, 5 de julio de 2015

Comentario de textos - Junio 2015

Una Juventud – Patrick Mondiano
La noche del ilusionista – Daniel Kehlmann
Irène – Pierre Lemaitre
Cuentos completos – Kingsley Amis
Otro tiempo, otra vida – Leif GW Persson
Perros de paja – Gordon Williams
Harvard Square – André Aciman
Caza al asesino – Jean-Patrick Manchette
El Reino de la noche – William Hope Hodgson
Crónicas de la era K-pop – Fernando San Basilio

Ya, ya, yo también me he dado cuenta: obviamente en la última entrada no puse todos los libros que me había leído en los meses anteriores ya que no resulta creíble que me haya leído todo esto en este mes, considerando que ya estoy instalado en mi casa, que tengo televisión y que pese a que cada vez me parezca más aburrida (cuantos más canales hay, parece que hay menos variedad) he visto bastante este mes.

Además, ahora al repasar las lecturas, resulta obvio que he hecho dos visitas a mi librería de referencia de Madrid (si, a la librería Méndez de la calle Mayor; la misma que la vuestra espero), aunque ninguna a mi referencia de la sierra (si, a ese que también debe de ser la vuestra, si queréis que sigamos siendo amigos; la librería Fuenfría de Cercedilla). Esto último es algo imperdonable, sobre todo si os confieso que tuve que volver desde Guadarrama a Madrid en autobús un día que me dejaron allí tirado después de una visita de obra. En fin,  menos mal que el librero tarambana no lee este blog porque si no se enfadara. Razón no le faltara.

No es solamente porque haya estado colocando mi casa y halla visto, no ordenado ni releído, lo que podría llamar mi colección de libros de magia (sí, soy tan prototípico que en mi adolescencia hacia magia, supongo que con la intención de ser más sociable) si no porque creo que estas cosas soy incapaz de evitarlas y si un libro tiene la palabra ilusionista (o similar) en la portada o un fotograma de Melies pues yo voy y me lo compro sin dudar (o dudando). La Noche del ilusionista tiene ambas cosas y…. poco más. Creo. La verdad es que ahora miro la portada, lo abro al azar, leo una o dos frases…  y nada, nada me viene a la memoria y lo que me viene hace que no me apetezca leerlo.





La verdad es que eso de abrir un libro que he leído hace poco y ser incapaz de recordar nada es algo que siempre me ha pasado (vale, ahora me pasa un poco mas) por lo que ya no me preocupa lo mas mínimo. Si no consigo ni recordar la sensación de haberlo leído es que no merece la pena, puedo no recordar la historia o recordarla mínimamente pero de los libros buenos (buenos para mí, según mi criterio) siempre recuerdo la sensación de haberlos leído. No me preocupa, en general no me preocupa. Me pongo un poco más nervioso, mejor dicho, me preocupa un poco más cuando el libro es de un premio nobel, de un premio nobel de literatura se entiende pero así es la vida. En cualquier caso que Una juventud tampoco me haya dejado ningún recuerdo me molesta un poco más que el caso del libro anterior, incluso un poco más – no por lo del premio nobel – si no porque sinceramente me apetecía y pensaba que podría ser bueno, que incluso podría, en cierta medida, identificarme con alguno de los personajes. Pero no, se ve que no.

Irène tiene una premisa interesante: un asesino imitando crímenes e otras novelas policiacas, de clásicos de la novela negra y es una pena que no consiga nada con esta premisa. Con una premisa parecida, aunque a la vez muy distinta, Kerr consiguió montar una novela muy entretenida en Una investigación filosófica; pero Kerr es Kerr y… no es lo mismo, incluso son libros malos son mucho mejores que este. Realmente creo que lo que más me molesta de este libro es que acaba derivando hacia una especie de final de Hollywood tipo Seven sin desarrollar esa premisa que podría dar mucho juego si se sabe usar.

Como todo buen recopilatorio, Cuentos Completos, tiene cosas que no están a la altura del resto y que bajan un poco el nivel general del conjunto, más si el conjunto es de Amis que siempre resulta entretenido (aunque a veces repetitivo). El caso es que me deja una frase que me gustaría que tuvierais en cuenta al leer estos comentarios: “seguro que ustedes considerarían una farsa tener que tomarse en serio a un montón de esquimales que afirmaran que alguien es un magnifico jugador de criquet. En fin, yo si lo haría”.  Obviamente yo soy el montón de esquimales y la frase es tan aplicable para las críticas buenas como para las malas.
Por supuesto varios de los cuentos tienen relación con la bebida, hablamos de Sir Kingsley Amis, por favor y pese a que muchos de ellos son de mediados de los sesenta o setenta, algunas reflexiones siguen siendo totalmente ciertas y las subscribo y con ellas mi manía por esta nueva cultura de la cerveza (que no por la cerveza en sí, ni por su variedad): “el esnobismo del vino se está extendiendo cada vez más: la gente bebe vino porque cree que le otorga cierta categoría. Como la gente ‘equivocada’, sin clase alguna, está empezando a beber vino, los pubs y la cerveza comienzan a considerarse una forma de distinguirse del vulgo”. Y, añado yo, así se están cargando la paz espiritual de los que bebemos la cerveza porque nos gusta, sin tener que recordar si las preferimos de fermentación al bies o  si preferimos el lúpulo de la Conchinchina. Algunos solo queremos una cerveza, una cerveza normal, rica y fría, o casi helada.

El caso es que terminados estos cuentos de Amis recuerdo (si, aunque os parezca increíble aún recuerdo cosas, algunas, más bien pocas), recuerdo que me había quedado sin nada para leer, algo que, en principio, me haría visitar algunas de mis dos librerías de referencia pronto, si no fuera porque ahora paso las mañanas de los sábados con mi sobrina Alicia y aunque nuestro plan habitual incluye ir a comprar plantas de colores para plantarlas en mi casa, condenándolas a una muerte anunciada, a veces consigo variar nuestra rutina de carceleros de plantas variadas y llevarla a algún otro sitio; digamos por ejemplo a la casa del libro (a la de la calle Fuencarral, que es la más nueva de las nuevas. Tan nueva para mi que la verdad es que sigue siendo Rodilla, La casa del libro de Rodilla).

Pues sí, un sábado conseguí llevarla (o que me llevara ella; eso nunca queda claro) hasta la casa del libro y tras media hora viendo todos los libros infantiles para elegir el que más “cositas de mover” tenía me permitió distraerme cinco milisegundos para escoger yo, y eso de camino hacia la caja.

Tras aprovechar al máximo el tiempo disponible para esta tarea agarre un libro de bolsillo de un autor que me sonaba había leído en la esperanza de que no fuera este que cogía el que libro que ya había leído y que mi difuso recuerdo del autor fuera porque me había gustado. Así fue como me hice con Otro tiempo, otra vida, que resultó ser la segunda parte de una trilogía pero que, afortunadamente o por ir con Alicia, resulto que el libro que me había leído era la primera parte de la trilogía. Así que todo estaba bien, de hecho estoy pensando en que en lugar de pedirle a Alicia unos milisegundos para escoger un libro yo, dejarle que lo escoja ella directamente y con la buena fortuna de los niños seguro que o coge la tercera parte de esta trilogía o coge uno tan bueno o mejor que el que yo podría escoger, incluso contando con todo el tiempo del mundo. Ciertamente leerme la tercera parte de la trilogía no me molestaría nada ya que los dos primeros me han gustado (creo) bastante.  No geniales pero si buenas, lo suficientemente buena como para copiar una frase: “Hay algunas verdades sobre otras personas que solo podemos encontrar con ayuda de nuestra propia fantasía”.

Lo malo de la novela negra, de las buenas y en general de las novelas buenas es que se leen rápido y claro, si solo te da tiempo a comprar una pues enseguida te quedas otra vez sin lectura. Afortunadamente Zippi por fin iba a presentar su primera novela Una gota de sangre en el Martini, por favor de la que tuve el privilegio de leer el borrador y que me apetecía volver a leer en su versión final. Así que, sin traicionar a mis librerías de referencia, me acerque a la presentación en la librería Cervantes y Compañía para felicitar y acompañar al autor, aunque esto último no era necesario ya que Zippi siempre está bien acompañado y en este evento más. Allí estaba el todo Malasaña.

Algunas personas pensaran que es de mala educación comprar más libros que el presentado cuando se va a una presentación, es posible; pero yo tengo una incapacidad para estar en una librería y comprar un solo libro por mucho que sea una presentación.

(Nota: igual os estáis preguntando porque no está el libro de Zippi entre la lista de leídos esta vez. Por si acaso, os contare la verdad: pues no me lo he vuelto a leer. No porque no me apeteciera, si no porque al poco era el cumpleaños de mi sobrino Rafa y aproveche que no me había dado tiempo a que Zippi me lo dedicara (ya os digo que estaba el todo Malasaña formando cola para la dedicatoria) para regalárselo a mi sobrino, que para algo estudia, o dice que estudia, Filología, y a mí no se me ocurría nada mejor. Así que,  Zippi, si lees esto: ya sabes, guárdame un ejemplar que me he quedado sin)

Afortunadamente, debido a mi taradez, el regalar el libro de Zippi no me dejaba sin lecturas ya que también había comprado Perros de paja. Si, se trata de ese Perros de Paja, el de la película de Peckinpah, que obviamente yo desconocía que estaba basada en un libro. Podríamos entrar en el debate de si el libro es mejor que la peli, si eso siempre es así o no, pero, si eso ya lo comentamos otro día. En este caso los dos se parecen y a la vez son completamente distintos. El problema que plantean, ese problema tramposo de si los pacifistas lo son cuando les toca a ellos o solo lo son cuanto las cosas conciernen a los demás, es el mismo pero las diferencias en la raíz y la forma del conflicto hacen el caso completamente diferente. Se trata de dos situaciones no equiparables y que pese a ser parecidas no tienen nada que ver. Pero es un buen libro y, por cierto a mí también me parece que es una buena película.

Si antes he dicho que podría dejar a Alicia elegir los libros que me compro, la verdad es que lo he dicho en serio porque mi última compra no ha sido nada acertada. De hecho uno, El reino de la noche, que se supone es una obra de terror y ciencia ficción que “inspiro a grandes autores del género” tuve que dejarlo a medias; otro, Harvard Square, sobre una amistad imposible en Boston entre un árabe y un judío me costó acabarlo y es como si no me lo hubiera leído salvo por el tiempo perdido; otro, Caza al asesino, se deja leer pero desde luego el personaje del asesino está muy lejos de ser un personaje carismático, a años luz de buenos personajes de Goldman, de Trevanian, o de Baldacci, lo que obviamente desilusiona hasta sabiendo que es una novela francesa  (la verdad es que decepcionan más las críticas de la contraportada que demuestra un grado de desconocimiento de la literatura bastante deprimente); y el ultimo Crónicas de la era K-pop es tan malo como seria esperable, como yo esperaba quiero decir y solo lo compre porque pensaba que el san Basilio podía ser nuestro viejo amigo Samba y sentía curiosidad. Ahora espero que no sea Samba ya que si le veo tendré que disimular o directamente mentir. Tampoco se trata de hacer daño por hacer daño.




Así acabo este “compromiso” y espero poder contar con el tiempo y las ganas de aburriros con otro tipo de aventuras en breve, que esto no es un blog de libros aunque con lo poco que escribo de otras cosas podrían llegar a parecerse a uno.