martes, 6 de diciembre de 2016

Comentario de textos - Noviembre 2016

Estos meses de otoño invierno son los que dedico a leer mis compras de NYC por lo que dejo de visitar mi librería de referencia campestre, la librería Fuenfría de Cercedilla (aunque como mi hermano no deja de afearme, con toda la razón del mundo, tampoco es que la visite mucho en los meses de poco frío) e incluso mi librería capitalina, la librería Méndez de la calle Mayor, y me dedico a ir viendo como disminuye la pila de los libros comprados en mis librerías de referencia de NYC.

Supongo que es una mala política y que igual debería continuar visitando mis librerías de referencia durante estos meses de otoño invierno, no solo porque así equilibraría idiomáticamente mis lecturas si no porque seguramente podría ver la nieve en Cercedilla o perderme entre la multitud de paseantes que en un centro sin coches convierten el centro de la ciudad en una especie de parque temático robándonos la vida a los que nos gusta el centro de la ciudad tanto que entendemos que parte del mismo es el acceso al mismo para personas diferentes (no solo para jóvenes hípsters que pueden acceder en bicicleta, si no para la familia que lleva a dos niños pequeños y que o no puede meter el carrito en el autobús – solo cabe uno por autobús – o no tiene el coraje de enfrentarse con sus retoños a las interminables escaleras mecánicas de acceso y salida del infierno que es el metro, a según qué horas). 

No es mi intención entrar en polémicas absurdas pero me temo que las personas que vivimos en el centro, porque el centro de Madrid nos gusta (incluso sus incomodidades) tenemos derecho a que nuestros amigos puedan venir a visitarnos en coche, a poder recibir paquetes o la compra después de las once de la mañana, en fin, a tener los servicios que realmente conforman el centro de una ciudad y no a volver a vivir en el campo solo porque a algunas personas no les guste ni el centro de la ciudad ni nuestra forma de vida. Esas mismas personas que luego se quejaran cuando el centro de Madrid se convierta en una zona solo para turistas o jóvenes (no tan jóvenes) con elevado poder adquisitivo y se rasguen las vestiduras con conceptos como la gentrificación (sí, porque eso es lo que producirá; no tengáis dudas). 

Yo personalmente y ahora que se acercan las navidades echare de menos (entre mucha otras cosas) aquellas tardes del nochebuena en las que nos acercábamos con mi padre hasta el corte inglés con una lista casi interminable de los regalos que faltaban por comprar,  hacíamos rapiña de todo lo que encontrábamos que se parecía a lo que teníamos en la lista (con un criterio de parecido cada vez más laxo a medida que pasaban las horas) y al final arrastrábamos todo, como auténticos mulos de carga y a duras penas, hasta el coche que habíamos dejado en el aparcamiento justo a tiempo para volver a preparar la cena y luego los regalos. Para mi este stress de comprar regalos, lo que faltaba del supermercado para la cena e incluso bengalas en la plaza mayor, era gran parte de la navidad pero  me temo que esto ya no será posible ya que no habrá forma de llegar en coche al centro. Pero ya, si eso, lo comentamos otro día.

Hace unos años para entrar a The Strand a ver libros uno (yo por lo menos) tenía que mentalizarse antes e incluso si tenía pensado ver libros más de cinco minutos resultaba muy aconsejable disponer de un respirador portátil (absolutamente necesario si uno quería completar la visita descendiendo al sótano de la tienda, donde aunque no estuviera averiado el baño el olor, hedor más bien, era propio – imagino – de ciertas zonas del infierno, sin duda superior al de bares míticos con el CBGB). Afortunadamente ahora está parcialmente remodelado (vuelve a estar en unos niveles de agobio excesivos pero aceptables, en cierta medida los mismos que tenía hace muchos más años, cuando yo era más joven y resultaba visita obligada) por lo que puede añadirse, si no como visita obligada, si como visita recomendable para completar colecciones o comprar novedades a precios muy bajos. Creo que fue Rafa el que me conto que gran parte de las novedades que venden proceden de los libros que las editoriales mandan a los medios y a los críticos para que hagan una reseña y que, incluso cuando la reseña aparece, el crítico vende el libro sin leer. La verdad es que estoy seguro de que fue Rafa el que me conto esto, no por ser la típica maledicencia familiar (¿cómo va a vender el crítico el libro que va a reseñar antes de leerlo? Os preguntareis, pues parece que no es tan raro y que es incluso lo de reseñar sin haber leído el libro es parte de lo que se llama tener oficio.) si no porque es al fin y al cabo él es del oficio (no, no digo que Rafa haya hecho esto. Sé que Rafa es incapaz de algo así… Rafa es incapaz de tener un libro cerca, por malo que sea, y no leérselo).

El caso es que este año decidimos darle una oportunidad y entramos (tras llenar bien los pulmones por si teníamos que entrar en apnea) y para mi sorpresa tenían una colección de reediciones de Evelyn Waugh muy tentadora. Lamentablemente yo estaba seguro de que tenía todo Waugh (salvo las cosas para eruditos como Rafa, tipo las cartas completas y las biografías) por lo que aunque quería comprarme alguno, no me sentía muy justificado para hacerlo, así  que miraba y remiraba los títulos en inglés y comparaba mentalmente mis propias traducciones de los mismos con libros que estaba seguro de haber leído y, mierda, estaban todos. ¿Todos, seguro? ¿Igual Black Mischief no es Merienda de negros, o Vile Bodies no es Cuerpos viles? Ya casi había decidido que Brideshead Revisited no era, obviamente, Retorno a Brideshead (por muy libremente que a veces se traduzcan los títulos de libros y películas no podía ver la relación entre ambos) y que por lo tanto me lo podía comprar sin problemas cuando me di cuenta de que había uno que no había leído: The ordeal of Gilbert PInfold. Extraño, muy extraño pero, mira: decidido, me llevaría este. (Luego en casa, ya con calma vería que hay otro juraría que no tengo, aunque ya digo con la traducción de algunos títulos no se puede estar seguro y puede que sí que tuviera Helena, que no, que no estaba en The Strand)

Una vez leído me quedo bastante claro porque no me lo había leído antes. No, maliciosos, que no es porque sea malo, es porque al parecer es autobiográfico y yo prefiero leer coas que no son verdad (aunque, o tal vez precisamente por esto, soy consciente de que casi toda la ficción es, en gran medida, autobiográfica. Casi nadie, casi ningún escritor bueno, se inventa nada; casi todo es verdad, aunque reformulada). En cualquier caso, es un libro curioso en el que cuenta un ataque de paranoia  inducida por la toma de distintas sustancias para tranquilizarse (como Chloral, Bromuro y Crema de menta) que sufre el autor en un viaje en barco y que se va incrementando a medida que para tranquilizarse va aumentando la dosis que se toma. Ya digo, curioso pero lejos de los mejores, o incluso de los buenos de Waugh.

Como ya he dicho una de las principales características de The Strand es que está llena de gangas (todo son gangas, en cuanto al precio) por lo que es la librería ideal para comprar libros en los que no tienes especial interés, ya sabéis ese tipo de libros que no estás seguro de si te van a gustar y para los que te niegas a pagar el precio completo de los mismos, e incluso hay algunos por los que no pagarías más de uno o dos dólares (puede que incluso esto sea mucho) ya que solo lo compras como un (molesto) homenaje a alguna persona. Este es el caso de The informers que obviamente me compre solo por recordar (y molestar) a mi hermano Rafa y su, posiblemente, justificable odio por el autor (aunque me suena que hace unos años lo entrevisto y no le pareció tan tarado como en el momento en que gasto dinero comprando su primer libro por cierta recomendación que no es necesario repetir). He de confesar que a mí personalmente y por un precio mínimo no me parece una mala lectura, ya que creo (diría sé, pero resultaría excesivo) que sí que hay gente tan vacía como la que refleja este libro (y otros del autor) y que esta carencia de cosas interesantes en sus vidas o en las historias de su vida que nos cuenta el libro tienen cierto interés (si bien más que literariamente, lo tienen desde un punto de vista psicológico). En cualquier caso homenajear (aunque sea molestando) a un hermano mayor es una tarea que los hermanos pequeños debemos realizar de vez en cuando.

A diferencia de The Strand, Kinokuniya, no es solo una librería si no que también es papelería y otras cosas; también a diferencia de The Strand es una tienda tranquila y elegante y sobre todo muy japonesa, tan japonesa que hay zonas enteras que quedan fuera del alcance los no nipones (o nipones parlantes) ya aquello de estar solamente en japonés. Eso sí, para mi sigue siendo una parada obligatoria en NYC, para mí es obligatorio bajar a la planta sótano para dar vueltas entre los increíbles objetos de papelería que tienen, entre los que hay algunos para los que ni siquiera encuentro explicación racional para su diseño o sus posibilidades de uso; y por supuesto mirar toda la sección de autores japoneses completamente desconocidos (para mí, que soy un cultureta y que ya llevo años yendo, algunos ya son más que conocidos) y luego dar una vuelta por la zona de novedades y por la selección de libros que a mí personalmente me sirve como baremo y es precisamente por lo que tengo librerías de referencia (tiendo a fiarme del criterio del librero en la selección delos libros que pone visibles). De hecho lo único que para mí no es obligatorio, aunque si lo es para mi sobrina Alicia es visitar el baño (tiene que visitar todos los baños públicos a su alcance) o incluso la cafetería en la que creo que nunca he estado pero que seguro que es fascinante.

Este año solo he encontrado una nueva novela japonesa: The Kingdom, que tampoco es que sea nueva (el original es de 2011, siendo de este año la traducción al inglés) que ni siquiera es de un autor nuevo para mí, sí no de uno que me atrevo a clasificar como conocido y que me veo también obligado a confesar que no es de mis favoritos. Creo que he leído tres novelas suyas y la verdad es que siempre pienso algo parecido: está bien, es interesante pero le falta… le falta algo, no sé bien que, puede que sea intensidad, ritmo, tal vez lo que le falte sea simplicidad y frescura tiene demasiada tendencia a complicar las historias un poco más de lo necesario. Con todo leer sobre el Japón actual a mí me sigue gustando, no es mal libro y resulta sumamente extraño encontrar referencias a la mitología griega (de la maño de la cortesana Friné) en una novela japonesa, imagino que igual que para un japonés lo serán todas las referencias a la cultura antigua de Japón en una novela occidental.



Hace algunos años (bastantes, ya) en NYC había bastantes tiendas de discos, así que todos nos dedicábamos a mirar y comprar discos (fundamentalmente CD’s tanto para nuestras casas como para los bares) y era raro que no pasáramos un par de tardes, o más, mirando cada uno discos por nuestra parte, comentándolos y llevándonos tanto una montaña que podríamos denominar colectiva como montoncitos pequeños (colinas, podríamos decir) de forma separada. Ahora ya casi no quedan tiendas de discos en NYC, prácticamente tienes que irte a Brooklyn para comprar discos, y la mayoría de ellas están más centradas en los vinilos (cosas de hípsters) y es Álvaro el que fundamentalmente se dedica a escoger discos con alguna aportación puntual, más del tipo “¿has visto este?” que del tipo “Este me lo llevo yo”, así que ahora básicamente salimos con una única montaña de discos que en cierta medida es para todos pero que, necesariamente, es algo más de Álvaro ya que es él el que hace el grueso de la selección (este año, aprovechando que vuelvo a tener plato, yo he cogido algo que no llega ni a colina y de los que ya os hablare otro día).

Algo parecido ha pasado con las librerías, especialmente desde la desaparición de Partners & Crime, y desde que Alicia se dedica a cotillear la sección infantil en compañía de sus padres, y si antes terminábamos (yo) con algo más de una maleta de libros (un poco de todos) y cada uno con sus mochilas personales repletas, estos últimos años básicamente solo salimos con una única maleta de libros (justo para poder llevarla como equipaje de mano) que aunque es un poco para todos, ha sido escogida, casi en su totalidad, por mí.  No puedo decir en su totalidad porque siempre hay alguno que o bien Álvaro ha escogido por su cuenta o ambos hemos escogido de forma separada o que hemos comentado y decidido escoger más o menos de acuerdo. Este año, uno de ellos ha sido The insides (que todo sea dicho a Helena no le inspiraba ninguna confianza por aquello de que en la portada ponía “A novel” y si tiene que ponerlo parece una mala señal). Creo que ambos (bueno, en mi caso es algo más que una creencia) la escogimos por la careta de cerdo que aparece tanto en la portada como en el lomo y que presagiaba que podía ser una novela divertida. Acertamos, se trata de una novela bastante divertida, escrita para divertir con una historia que contiene dagas misteriosas, médiums y todo tipo de tonterías tipo agujeros en el espacio tiempo que la hacen bastante entretenida.

Se que decir que te gusta Barnes&Noble no es cool, ni mucho menos hipster, que es como que te guste la librería de El Corte Ingles, incluso, es posible que haya entre mis conocidos libreros quien piense que tiendas como estas representan el mal, pero a mi gusta pasear por Barnes& Noble (por casi todos ellos, aunque cada vez hay menos, pero especialmente por el de Union Square). No puedo evitarlo, me gusta perderme en la inmensidad de sus pasillos de la tercera planta y ver montones de cosas que no conozco, rellenar mi fondo de armario, y normalmente me gustan las selecciones que realizan. Siempre aprendo algo o encuentro un autor interesante del que me apetecía leer más cosas editadas hace algunos años. Sera solo porque tengo una incultura enciclopédica, no sé, será esa incultura mía o mi pésima memoria, pero me quede sorprendido de enterarme que The exorcist fue novela antes de ser película. Seguro que los que lo sabéis también sabéis que el escritor es el guionista y director de la película pero igual no os habéis fijado en lo acertado de la primera descripción del padre  Karras “a lone black  cloud in search of the rain”, dejando claro desde el principio que este personaje no va a traer nada bueno. Tal vez tampoco hayáis reparado en esa gran frase para referirse a alguien qe no sabe de cine que es “Oh, you though Psycho needed a laugh track”, una perfecta combinación de ironía y mala fe. O igual si, pero seguro que si la habéis leído hace tiempo – antes de estos tiempos en los que todo es cooperación y participación comunitaria o ciudadana – en la respuesta que el diablo le da al padre Karras cuando este le pide que si es poderoso se quite el mismo las correas con las que le tiene sujeto: “I much prefer persuassion, Karras; togetherness; community involvement”. O igual también la recordáis, yo ni idea así que para mí ha sido un descubrimiento.

Sick on you, es la biografía de un grupo de punk (teóricamente y puede que musicalmente si bien estilísticamente habría que clasificarlos en el Glam): The Hollywood Brats que como es bien sabido no consiguieron llegar a nada como grupo (aunque luego gran parte de ellos montarían The Boys, que llegaría a ser un grupo mítico al que finalmente he visto en directo en el X aniversario del Wurlitzer y que cerraron, o casi, el concierto con la única canción conocida de The Hollywood Brats, la que da título al libro). El libro ha sido cortesía del fantástico Lindsay Hutton, que es el tipo de persona que a mí me gustaría ser de mayor (vale, de más mayor) aunque para ello tendría que cambiarme por otra persona o multiplicar mi nivel de sociabilidad por, digamos como minimo, diez mil millones (y eso después de haberle sumado uno, ya que  -amigos de letras – cero por diez mil millones sigue siendo cero; y si, soy consciente de que mi nivel de sociababilidad actual es cero). A diferencia de las biografías de cantantes o grupos que triunfan resulta mucho sincera, divertida de leer y aclara los lados oscuros de esa ideal genial que todo el mundo tiene que es lo montar un grupo de música para además de ligar (salvo que seas el batería) hacerse millonario (“… para olvidarme de los amigos, coleccionar chicas con cicatrices, ir personalmente a pagar las multas…” o cosas peores como cantaban aquellos) . Es divertido, desde el principio, en el que el autor recoge las cinco reglas de oro para su grupo (que con mucho más humor yo resumo en: como mucho cuatro miembros y sin instrumentos chorras – léase panderetas, sintetizadores, címbalos, etc. – el cantante solo canta, nada de posar con instrumentos; tener un gran pelo, nada de rizos; por supuesto nada de pelo facial, ni barbas, ni bigotes y mucho menos perillas; y nada de novias) y de cómo las van rompiendo, una a una o incluso varias a la vez, hasta el epilogo en el que ven la primera audición privada de los Sex Pistols (“The first time they had played in front of humans that weren’t named Malcolm or McLaren”)y de su conciso veredicto: “Nine minutes. Four Songs. Three Chords. One verdict: dentist drill in molar, sans novocaine… very early in the tenth minute we left:”

Personalmente las novelas que mezclan el humor con la ciencia ficción (o la fantasía) siempre me parecen geniales, me encanta leer tan solo para divertirme y esta mezcla de géneros (desde ¡Tierra!) cuando está bien hecha resulta verdaderamente divertida ya que le permite al autor crear todo tipo de situaciones hilarantes fuera de cualquier intento de verosimilitud. En esta línea es en la que encaja perfectamente Futuristic Violence and Fancy Suits con la que pasas un rato verdaderamente divertido siguiendo a sus descabellados protagonistas. Además siempre aprendes algo que no sabías, en este caso yo he aprendido lo que es arte japonés del kintsugi, que no es un simple florero roto  y arreglado de cualquier manera, sí no un arte en el que: “The pot is shattered, then carefully reasembled with a resin mixed with gold. It symbolizes how we must incorporate our wounds into who we are, rather than try to merely repair and forger them”.

Si es que están locos estos japoneses, tengo que decir parafraseando a Obelix. Como cencerros pero fascinantes… si hasta tienen una palabra para la pila de libros que uno se compra pero que se quedan sin leer… En fin, si eso, ya os la cuento otro día.

The Ordeal of Gilbert Pinfold – Evelyn Waugh
The informers – Bret Easton Ellis
The Kingdom – Fuminori Nakamura
The insides – Jeremy P. Bushnell
The exorcist – William Peter Blatty
Sick on You – Andrew Matheson
Futuristic Violence and fancy suits – David Wong


domingo, 27 de noviembre de 2016

Ordenando mi libreria

(Iba a poner un disclaimer comentando que este es un post especialmente largo pero no lo pongo porque he decidido dejar el trabajo a mitad de camino por lo que aun siendo excesivamente largo no está ni mucho menos acabado. Eso si, sigue siendo algo largo).

En casa de mis padres, cada cierto tiempo, había que ponerse a ordenar la librería del despacho (la de novela negra que estaba en la salita, y a cargo fundamentalmente de mi madre no solia presentar este problema; las de cada uno de los hermanos pues a su estilo) ya que a mi padre le gustaba tenerla ordenada alfabéticamente pero no le gustaba mucho colocar los libros a medida que los iba leyendo (realmente es algo que a nadie le gusta ya que cada poco tiempo tienes que mover toda la librería para encajar un solo libro en su sitio; si es de alguien por Z pues no pasa nada pero como te leas uno por la A y no te quepa, ya puedes prepararte para ir moviendo libros de balda a balda hasta el infinito y mas allá), simplemente mi padre (y todos) nos limitábamos a dejar que los libros se fueran acumulando sobre los ya existentes, bien en horizontal sobre los colocados o en un equilibrio estrictamente inestable en una segunda fila hasta que tocaba reorganizarlo todo, generalmente cuando los libros empezaban a caerse casi de forma continua  (no achacable a la presencia de fantasmas, sí no más bien fruto de su precario equilibrio) o cuando empezaba a formarse una pila molesta en el suelo del despacho (con molesta, me refiero a que hacia algunas estanterías inalcanzables).

Era una operación verdaderamente cansina. Afortunadamente no tanto como la operación que mi padre intento montar cuando le dio su vena informática y quería que creáramos bases de datos de todo (videos, libros, etc.) que entonces no solo había que colocarlos, si no revisarlos y ponerse a teclear toda la información, porque obviamente a mi padre no le valía solo con el título y el autor; no señor, ya puestos había que meter todo tipo de información sobre el libro y la editorial.

En cualquier caso la operación no resultaba cansina para mi padre que como buen ingeniero básicamente se dedicaba a dirigir y subcontratar las operaciones, si no para nosotros que éramos la mano de obra que debía realizar esta y casi cualquier otra operación. De hecho mi padre solía comentar con sus amigos que eso del mando a distancia de la televisión era una tontería, que no acababa de verle al utilidad: al fin y al cabo él tenía hijos y si quería cambiar de canal pues simplemente le bastaba con decir “cambia el canal” y el canal se cambiaba (es verdad que esta actitud sobre las ventajas de la mano de obra frente a la tecnología no era exclusiva de mi padre, sí no más bien sospecho que era/es una predisposición genética ya que en su día, hace muchos, muchos años, mi tío Pepe Armero – el comunista que trabajaba para la NASA desde su nave al final de Alcalá – le comentaba a mi otro tipo Pepe – el rico, el que construyo una planta para fabricar Carborundum, algo que no tenía ni idea para que servía pero como le sobraba electricidad de un salto hidroeléctrico que tenía en explotación, miro que era lo que más electricidad consumía en su fabricación y se decidió por ello. Obviamente la casualidad quiso que resultara ser un producto que le ayudaría a aumentar su fortuna ya que es uno de los abrasivos más utilizados en construcción y que coloco en las bandas negras de todo el metro de Madrid. Pues eso, que mi tío intentaba explicarle que estaba desarrollando un sistema para que un coche te llevara a donde tu quisieras sin necesidad de conducir, le explicaba las bondades del sistema, intentaba convencerle de su utilidad, e incluso le comentaba las vías tecnológicas posibles para llevarlo a cabo. Cuando mi tio Pepe acaba todas sus explicaciones, mi otro tío Pepe “el rico” se limitó a decirle algo así como: “muy bien, muy interesante, muy interesante. Eso sí, le veo un problema”. Para añadir antes de que mi tío Pepe pudiera preguntarle cual era el problema “para mí que eso ya está inventado, se llama… chofer y yo ya tengo uno”. Ante esto mi tío Pepe Armero solo pudo darle la razón ya que era un argumento irrebatible para cierto sector social – el único que seguramente pudiera permitírselo – y aparco, sin sistema de navegación especial, el proyecto de coche autónomo dejando, como luego se vería, el paso libre para que ahora puedan intentarlo compañías como Apple, Google y similares volviendo a poner sobre la mesa los problemas éticos de una decisión autónoma por parte de una maquina en casos extremos (de hecho el MIT ha creado una plataforma/juego en internet para intentar averiguar cuál sería el comportamiento ético aceptado por las personas en casos como ¿si, en un paso de cebra, tienes que elegir entre atropellar a distintos tipo de personas – por un lado dos ejecutivos y por otro, digamos, una mujer embarazada (con muerte para todos) -  que elegirías? ¿y si algunos solo acaban heridos y otros muertos? ¿Si algunos estaban cruzando bien y otros mal? Y ¿si el accidente en un caso supusiera tu muerte pero salvar a tres señoras embarazadas y dos niños?... Es fascinante…)

Podríais suponer que después de haber sufrido en carne propia estas reordenaciones de librerías en cierta medida intento mantener mi librería ordenada para no tenerme que enfrentar a ellas, pero os equivocaríais ya que para no enfrentarme a reordenar mi librería, astutamente, me decidí hace mucho por mantener la librería desordenada entre mudanzas (en cada mudanza se produce un orden aleatorio de libros que se quedan como van saliendo de las cajas) y ordenando los nuevos libros por orden de compra. Vamos que me limitaba a poner las cajas de libros existente al azar y luego los libros nuevos en cualquier sitio en el que pudieran encajar a medida que los compraba. Y tan feliz, oye. Si, sé que así me resultaba muy difícil saber lo que tenía, por no hablar de encontrar un libro para prestar o para releer, vamos que más que una librería tenía un almacén de libros. Almacén, que todo sea dicho, empezaba a resultar un poco excesivo para mi espacio de estantería ya que prácticamente todas las baldas tenían dos filas de libros.

Este era el aspecto de mi librería principal (la poesía, los libros de Rafa, los libros de magia y algunos otros están en otras zonas) el otro día:



Obviamente estaba si ya que deshacerse de libros es algo difícil para los que nos gustan los libros y nos da un poco de yu-yu lo de tirarlos a la basura, alegre o tristemente: es un poco una especie de pecado venial o mortal (depende del libro) y para evitar esto la última vez organice una barbacoa en casa – cuando tenía una casa con terraza – en la que cada invitado estaba obligado a llevarse una caja, o una bolsa de libros, truco que me sirvió para deshacerme de bastantes libros con la conciencia limpia, aunque sospecho que muchos de ellos acabaron en Las Vistillas olvidados como parte de la resaca de las fiestas y seguramente mezclados con todo tipo de basura en la recogida selectiva del ayuntamiento.

Así que andaba yo pensando que hacer con los libros que empezaban a no caberme y que incluso tampoco empezaban a caber en casa de Álvaro y Helena, donde llevo años acumulando libros, fundamentalmente en inglés, con la excusa de dejárselos para que los lean pero que nunca retiro una vez se los han leído, conformando así lo que yo llamo mi librería alternativa, cuando como caída del cielo me surgió una oportunidad mucho más que aceptable, imitando a Hernández o a Fernández: aun diría más, me surgió una aceptable oportunidad, una oportunidad excelente: un buen amigo mío tenía el compromiso de montar una librería en un centro de ancianos, así que andaba buscando libros a ser posible gratuitos y necesitaba como unos quinientos.

José Ramón, el amigo en cuestión, no tenía muchos requisitos para los libros. Según él no había ningún requisito lo que prácticamente me permitiría deshacerme (corrijo: contribuir a una buena causa) con un buen puñado de libros liberando espacio para futuras adquisiciones o por lo menos para reducir el número de baldas con doble fila y ver un poco los libros que tenía, así que le dije que yo aportaba los que pudiera… que tenía bastantes de los que no me importaría librarme, de hecho lo agradecería aun cuando eso requiriera mirar los libros uno por uno para ver cuales quería quedarme y cuáles no. Trabajo que parece sencillo pero que no lo es – en muchos casos es difícil decidir si quieres quedarte o no un libro – además de agotador ya que hay que mover todos los libros varias veces pero, oye, todo sea por los ancianitos (y egoístamente por hacer hueco).

Pero ¿Quién dijo miedo? Yo no, así que el jueves por la tarde empecé a mover los libros haciendo dos montones: por un lado los libros que – por algún motivo – quería quedarme y por otro lado los libros de los que no me importaba deshacerme, por el bien de los ancianitos (algo, el bien de los ancianitos, que todo sea dicho no me permitía deshacerme de libros en ingles ya que al parecer los ancianitos de Castilla León no están interesados – según José Ramón – en leer en inglés, cosa que hará que mi librería quede un poco idiomáticamente desequilibrada al poder deshacerme de todo lo que quiera en español pero de nada en ingles).

Con todo y tras varias vueltas, al final el reparto ha quedado razonablemente igualado, quedando para los ancianitos de Catilla León unos doce metros lineales de libros y para mí, curiosamente, los suficientes para que en mi librería haya sitio con una sola fila de libros por balda: vamos que me he librado (perdón: he contribuido con y por el bienestar intelectual de los ancianitos) de algo menos de la mitad de los libros que tenía.

Como ya los había movido todos, ya que estaba hecha la parte más dura, pues me he dedicado a ordenarlos alfabéticamente (más o menos) antes de colocarlos en su nueva ubicación.

Ordenar tu librería es una experiencia extraña, es un poco como ir a una reunión de antiguos alumnos del colegio: hay algunas personas que no te suenan de nada y que dudas mucho estuvieran contigo en el colegio, hay muchos otros que te suenan pero de los que prácticamente no tienes recuerdos; están las personas que compartían recreo contigo pero a las que siempre has odiado por ser totalmente ajenos a tu forma de entender la vida; están los conocidos, de los que tienes recuerdos agradables pero a los que nunca llamarías por teléfono para ir a tomar unas cervezas; están algunos amores de esos que estabas seguro serian eternos pero que ahora te resultan completamente indiferentes, y entre ellos, por los rincones y alejados de los demás, están esos amigos de toda la vida, a algunos de los cuales no has visto en años, algo que no evita que sigan siendo tus mejores amigos, mientas que a otros los vistes hace tan solo unos días y estas seguro de que volverás a verlos en un par de días; pero también están las ausencias, todos aquellos que te gustaría que estuvieran allí y que sin embargo no han aparecido, algunos sabes que tienen excusa y que están en otro sitio atendiendo a otros compromisos, de otros no sabes nada hace tanto tiempo que es posible que solo existieran en tu imaginación, y hay otros que, simplemente, sabes que ya no estarán nunca aunque para ti siempre estén a tu lado.

Sí, en una librería hay un poco de todo, como en botica que diría aquel, y es posible que si la reunión tuviera lugar en otro momento de mi vida la clasificación de cada uno de mis amigos, mis libros, cambiaria pero, de lo que no hay duda, es  que al cabo de estar un rato entre todos esos conocidos es que, sin duda, son demasiados. Aunque afortunadamente menos que antes de empezar la selección como puede verse en esta foto del después de la librería:


Como alguien, un anónimo, me comento el otro día que porque no hacia alguna lista de mis libros favoritos, o de mis libros favoritos de este año y como no recibo muchas peticiones me he decidido no a hacer una lista (que es algo demasiado complicado, además de ser una opción demasiado obvia para llevar a cabo por un Anonimo) si no a hacer un resumen de esta reunión con mis viejos y nuevos amigos, conocidos y desconocidos, eso sí, solo de los que he “salvado” de los ancianitos de Castilla y León o, mejor dicho y puesto que se trata de una causa noble: para los ancianitos de León. (de estos igual os hablo otro día cuando José Ramón haya procesado la lista de títulos que les deberían llegar, aunque puede que Rosa exija su diezmo y no todos lleguen a los ancianitos).

Así que prepararos porque resumir este tipo de reuniones es un proceso largo, tedioso para todo el mundo incluso, aunque un poco menos, para el que lo lleva a cabo y al que le gustaría haber pasado más tiempo con alguno de los amigos de verdad rememorando cosas y eso teniendo en cuenta que uno nunca ha sido muy sociable y que sobre muchos de ellos se reserva su opinión (no solo sobre todos los que han sido descartados para el beneficio de los ancianitos de Castilla León, sí no incluso de muchos de los que se quedan).

(digresión entre paréntesis: mientras escribo este, cuasi eterno, post estoy sentado en casa oyendo discos de vinilo – sí, aunque me haya quitado la barba algunas maneras de hípster siempre se quedan – y ahora mismo escucho un disco del 91, Deliciosamente amargo de La Granja, y me sorprende mucho la letra de la última canción de la primera cara, Cucharas de plata, esa que dice eso de “el futuro está cada vez peor, que alguien me explique cómo hemos llegado hasta aquí” y me sorprende pensando que las cosas siguen yendo a peor y entonces ya estaban mal).

Así que con los libros ordenados por apellidos (que es la forma en la que uno recuerda a los conocidos del colegio o de clase de la universidad, por lo menos cuando pasaban lista en clase) detecto la primera ausencia significativa al no poder localizar Ariadna en Naxos de Azpeitia (Chavi para algunos, Javier o incluso Don Javier para el resto), un libro que en mi recuerdo, al menos, es excelente a la par que educativo, en la frontera entre ser un libro histórico y uno de mitología y cuya perdida no se ve compensada por encontrar una copia de Hipnos junto a dos ejemplares, en todas las clases hay al menos un par de gemelos y en esta no podía ser menos (de hecho no son los únicos) de El impresor de Venecia (el ultimo de Chavi) a los que resulta necesario separar por el bien de los ancianitos y porque, total, visto un gemelo visto el otro.

Como no podía ser menos en la B se me acumulan un buen montón de Baldacci, pero sé que no están todos ya que ni siquiera aparece Poder Absoluto, libro absolutamente imprescindible (mejor que la película, lo que siendo el guion de Goldman, William – guardado en la G - lo dice todo), tampoco aparece Sombras verdes, ballena blanca ese excelente libro de Bradbury sobre la preparación del guion de Moby Dick para John Huston que es otro imprescindible, lleno de anécdotas de una Irlanda que uno puede suponer bastante tradicional poblada de bebedores y buenas gentes; y tampoco aparece Kitchen Confidential de Bourdain que imagino como una visión realista del mundo de los cocineros – jugando a piratas con sus cuchillos y preparándose rayas de cocaína en la máquina de cortar fiambres, entre otras cosas – no solo por ser Bourdain un chef de reconocido prestigio si no también por algunos de mis conocidos, aunque sea una versión diametralmente opuesta a lo que hacen creer los programas de cocina de la televisión (por presumir, aunque no venga a cuento, diré que sí, que he estado en el restaurante de Bourdain, Les Halles en NYC, aunque por aquello de decir toda la verdad reconoceré que fue una casualidad debido a una lluvia persistente, su cercanía a nuestro hotel, un inicio de catarro y la promesa de una sopa de cebolla y no por visitar un restaurante famoso). Pese a ser libros todos ellos, para mí, imprescindibles llevo bien su perdida porque estoy convencido, o quiero estar convencido, de que están en mi librería auxiliar (la de casa de Álvaro y Helena) por lo que no están realmente perdidos.

Pero no todo son perdidas, si no que como contrapartida ha aparecido la primera edición de ¡Tierra! de Stefano Benni, que había dado por perdida y repuesto con una nueva edición de bolsillo mucho menos elegante, aunque mucho menos maltratada por las multiples lecturas,  que ahora podrán disfrutar los ancianitos de Castilla y León si es que entre ellos hay aficionados al género de Ciencia Ficción o al de las novelas de humor ya que es una novela verdaderamente divertida de viajes espaciales, o espacio temporales, y chorradas varias.

No podrán disfrutar sin embargo de las memorias de Burgess ya que pese a ser yo más de ficción que de realidad (por lo que tampoco podrán disfrutar de La Naranja Mecánica) y no recordar nada de lo que cuenta, he considerado necesario quedármelo ya que creo que tiene uno de los mejores títulos posibles para una autobiografía: Ya viviste lo tuyo.

Nunca he estado muy interesado en el futbol, ni en el deporte en sí mismo, ni en casi nada de lo que le rodea, ni mucho menos en la intelectualidad del futbol que puso de moda (creo) que un tal Valdano comentando de libros y de todo de tipo de cosas desde la televisión como un verdadero intelectual – cuando ser intelectual era cool – pero  he de reconocer que en su día Entre los vándalos de Bufford me sorprendió mucho con su retrato tipo periodismo de investigación sobre el mundo de los Hooligans y sus relaciones (supongo) humanas.

Un libro precioso, en un sentido literal ya que tiene dibujitos acompañando a una serie de poemas, es La melancólica muerte de chico Ostra, que me he quedado para evitar las tentaciones de que los ancianitos de Castilla León les reciten poemas de Tim Burton a sus sobrinos más pequeños y puedan asustarlos con estas historias de la chica cerilla, que acabara achicharrada y similares (ya hay suficiente drama y maldad en las versiones originales – pre Disney – de los cuentos clásicos, como para añadir más al arsenal de los ancianos).

Con todo la mayor alegría en la letra B, me la ha proporcionado reencontrarme con Balzac, pero estar tranquilos que no me refiero a haber localizado cosas como La comedia Humana o Eugenia Grandet. No, no me refiero a estas grandes obras y a su valor literario (un par de ellas han ido para los ancianitos de Castilla León, que seguro que saben apreciarlas) sí no que estoy hablando de Cuentos libertinos, un libro que en su día me regalo Jacobo y que puede que no tenga el valor literario de las grandes obras de Balzac pero que para mí tiene mucho más valor que todas ellas juntas. Cosas del cariño, que no del libertinaje, que conste.

Dos autores completamente diferentes, salvo por la letra de ordenación, de los que me quedo todo lo que tengo (lo siento mucho por los ancianitos de Castilla León) son Connolly y Chirbes y creo que lo tengo todo (aunque en casa me faltan, por lo menos,  uno de cada autor, de los que sé que he tenido, que espero estén localizados en mi librería alternativa).

A Connolly (no confundir con Connelly,. Yo lo he hecho y tengo una novela suya que, sin ser mala, no está a la altura de Connolly) hay que leerle por su serie de Charlie Parker que mezcla novela negra con fantasía y cuya primera novela (que por cierto esta entre las que he perdido, o, sinceramente espero,  está en mi librería auxiliar) Todas las cosas muertas tiene uno de esos principios verdaderamente brillantes (claramente entre los mejores principios que he leído: un tipo – policía, para más señas - ha salido a tomar una cervezas después de una discusión un poco acalorada con su mujer y cuando vuelve a casa tanto su mujer como su hija han sido brutalmente asesinadas, siendo el obviamente el principal sospechoso y siendo lector consciente de que él no ha sido) y no solo eso, sí no que mantiene el ritmo y el nivel durante toda la novela y prácticamente durante casi toda la serie (es verdad que tiene algún punto bajo que, al menos yo, le he perdonado) pero también hay que leerle por su otra serie que es un poco más infantil pero verdaderamente divertida (que recurre a las notas a pie, como Morgenstern/Goldman recurre a los paréntesis, para arrancar más carcajadas que las que ya de por si provoca el texto) en la que un niño (Samuel) se enfrenta a diferentes fuerzas infernales primero en la tierra (The Gates), luego en el mismísimo infierno (The Infernals) y al fin del mundo de vuelta en la tierra (The Creeps). Como casi todos están en ingles pues ya puestos también me quedo los cuentos cortos que están en los volúmenes de Nocturnes.

A Chirbes, ya lo he dicho otras veces (siempre que puedo), hay que leerle; sobre esto no puede haber discusión alguna, debería ser obligatorio y a ser posible (no se me ocurre ningún motivo para que no sea posible, salvo en el caso de los ancianitos de Castilla León que se quedan de momento sin sus libros) leer algo más que Crematorio ya que por mucho que esta sea la novela que le ha dado fama frente al gran público por una serie de televisión (que yo, como cultureta que soy no he visto) esta infinitamente lejos de La buena letra, de La larga marcha (que es el que no tengo localizado) o de casi todas las demás (salvo un par de excepciones).Obligatorio, ya digo.

En esta letra alguna cosa más hay, como las obras completas de Lewis Carroll, The Complete Lewis Carroll, que a estas alturas no necesita presentación y menos de mi parte, aunque diré que hay cosas que, entre tanta obra,  me han resultado imposibles de leer como The hunting of the Sanrk ya que mi ingles nunca llegara a ese nivel (ni ya puestos al de leer a gran parte de Joyce); un único libro de Crichton, The Lost World, que no está a la altura de otros suyos que realmente merecen la pena y que para mi siempre estarán asociados a unas sesiones maratonianas de lectura que nos metíamos Lourdes, Rafa y yo en la calle Lérida ; y por supuesto en esta letra también está la serie de Howard, que yo he decidido unilateralmente y sin criterio, clasificar en esta letra por el personaje principal y del que solo hay uno (de los cuatro) en mi librería y ya ni siquiera recuerdo cual era, digamos que es Johannes Cabal: The necromancer (aunque sospecho que no es este).

En la D obviamente era necesario mantener alejado de los ancianos Jack el fatalista de Diderot ya que no se trata de que se organice un motín en la residencia a la hora de la comida al clásico grito que este prohombre de la ilustración ponía en boca de sus personajes, ese “comamos jesuita, comamos jesuita” que siempre recordare como cantico de última hora de algunas noches de borrachera inolvidables; y también por inevitable e inolvidable tengo que mencionar a Dickens del que por diversión me quedo con Los papeles del club Pickwick, dividido en tres tomos pequeños, casi a modo de fascículos, de la edición de Alianza que aun estan localizados.

Tampoco estoy muy seguro del efecto que casi cualquier novela de K. Dick (si, ordenado en la D, que la K es de segundo nombre) podría tener en los ancianitos así que he decidido quedarme la colección cuasi completa, incluyendo por supuesto ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas? que todo el mundo ha llegado a conocer como Blade Runner, pero también la única novela que no es de ciencia ficción de K Dick, Ir tirando, que es una pequeña joya y por supuesto Fluyan sus lágrimas, dijo el policía, que es uno de esos títulos que atrapan (la novela también), por no entrar en muchas otras que hacen que K Dick sea uno de los más grandes de la Ciencia Ficción y que he decidido que los ancianitos de Castilla León no conseguirán apreciar.

Con Roald Dahl debería haber sido generoso y haber dejado para los ancianitos algún libro que pudieran leerle a sus nietos, tipo Charlie y la fábrica de chocolate, o Las Brujas, o incluso haberle dejado alguna de las recopilaciones de cuentos adultos que destilan un humor inglés y negro verdaderamente entretenido como Relatos de lo inesperado (en el que creo que esta ese cuento de la pareja de ancianos que se van a ir en un crucero de larga duración y él está todo el tiempo recordándole a ella que no se olvide esto o lo otro y le anda metiendo prisa, a la vez que insiste continuamente en que van a llegar tarde. Al final él se marcha antes mientras ella recoge unas últimas cosas que el insistía que se le olvidarían y quedan en verse en el barco. Cuando ella llega al barco no consigue localizarlo y piensa que al final él ha perdido el barco…. ella hace el viaje con cierta preocupación y al volver se entera de que su marido ha muerto atrapado en el ascensor cuando salida de casa. O igual era al revés y era el ella la que se marcha antes porque teme perder el barco… no sé, mejor leerlo que contado por mí ni se le parece; mejor aún leed todo Roald Dahl porque puede que me equivoque de libro, o tal vez de autor y este cuento en concreto sea de Sakui y no de Dahl) pero la verdad es que es tan bueno que tendrán que perdonarme los ancianitos pero me los he quedado todos.

Desde mi punto de vista (aunque puede estar mal ordenado) esta letra también incluye a Fernando del Paso, cuyo Palinuro de México, me parece una novela excepcional pero que por mucho que la recomiende (antes recomendaba libros) no he conseguido encontrar a nadie que le guste ya que ni siquiera le gusto a Lourdes cuando se lo deje (aunque puede que esto fuera por dejárselo tarde y un poquito destrozado por lo que me lo acabo devolviendo forrado aunque no feliz de su lectura), por supuesto del Paso también tiene (aunque ahora mismo perdida de mi librería y creo que esta si está realmente perdida para siempre) Linda 67, una novela policiaca que tiene otro de esos principios que estarían entre los diez mejores que he leído nunca (donde un tipo en un coche se enciende un cigarrillo y el olor tan agradable del mismo le recuerda que ahora puede volver a fumar en su casa ya que, al fin y al cabo, acaba de asesinar a su mujer que es a la que le molestaba el olor del tabaco en su casa).

Por supuesto que de esta letra también estoy obligado a quedarme y a mencionar a uno de esos autores que estoy seguro de que no he entendido, De Lillo, pero que me gusta leer y del que prácticamente lo he leído todo desde aquel Ruido de fondo que me recomendó mi hermano Rafa hace ya muchos años y que primero me leí en inglés y como pensaba que me había perdido algo me lo volví a leer en español por si era un problema de mi nivel de inglés, pero no, no era eso. Es sencillamente que con DeLillo me quedo siempre con la sensación de haberme perdido algo muy importante de la novela, algo se me escapa en todas y cada una de ellas.

Hablando de mi hermano Rafa y de recomendar libros justo en la letra E esta Menos que cero de Easton-Ellis, novela que como ya he contado otra vez motivo una airada carta de mi hermano por hacerle gastar unos cuantos dólares en ella en un momento en que andaba bastante apretado de fondos y que creo todavía no me ha perdonado (o no del todo), razón por la que obviamente tengo que quedármela aunque releída al cabo de unos años no me parezca especialmente brillante, posiblemente ni siquiera buena.

La F por supuesto incluye a Flaubert, no por Madame Bovary o La educación sentimental que obviamente están bien, si no que el que se queda es la desternillante Bouvard y Pécuchet que seguro que tiene muchas cosas, referencias culturales se llaman creo (burlas llanamente en muchos casos), de las que seguro que me he perdido muchas pero que es sencillamente divertida, divertida. Además de divertida, pues es de Flaubert y leer a Flaubert siempre hace muy elegante y culto, así que ya sabéis.

También en esta letra era necesario conservar Una habitación con vistas que es una referencia cinematográfica inolvidable (diría que de cine de chicas porque al parecer a todas las chicas les gusta Daniel Day-Lewis – desde Mi hermosa lavandería , peli de culto del cine homosexual - , incluso o especialmente, cuando hace de imbécil insoportable como es este caso, pero añadiría que de buen cine de chicas ya que a mí me gusto bastante) para los que tenemos una edad (debería serlo para cualquiera, chicas y chicos, pero imagino que no lo es) y ya que andaba guardando referencias era inevitable recoger Belver Yinn que si bien es una novela que a mí me pareció muy mala tuvo un gran éxito entre la mayoría de las chicas que conocía en la época en la que salió (concretamente creo que era la novela favorita de Isa, la hermana de Lourdes, a la que si no recuerdo mal también le gusto. A mí me pareció una mierda pero que sabré yo).

Me habría gustado guardar Perdida que es una de esas novelas excepcionales que verdaderamente sorprenden y que uno se enorgullece estúpidamente por la casualidad (cogerla al azar en una librería) de haberla leído varios años antes de que fuera conocida (sí, vale, yo no me he leído Perdida, me he leído Gone Girl que es mucho más cool) pero como debe estar en mi librería alternativa he guardado las que tenía y que los ancianitos no querrían por estar en ingles Sharp Objects esperando que Dark Places este también en la librería alternativa porque sin ser tan buenas, merecen la pena y tienen la ventaja de ser anteriores lo que me permite decir que ya conocía y seguía a Gillian Flynn desde antes de su éxito.

Así llegamos a Goldman y por supuesto a Morgenstern, autor que para mi sorpresa si bien es conocido como guionista es extrañamente poco conocido como escritor, especialmente por escritores y estudiosos de la literatura como mi hermano Rafa o su amiga, Lidia, una casi hermana por derecho propio y también por matrimonio con nuestro casi hermano Claudio (algo que confunde mucho el árbol familiar y nos hace parecer White Trash de la americana profunda en la que cuasi hermanos se casan con cuasi hermanas; pero así son las relaciones familiares) y digo esto porque sé que a los dos les descubrí yo a Goldman (concretamente en un viaje a Maine y New Hampshire que ya, si eso, os lo cuento otro día).

Me gustaría mucho que los ancianitos de Castilla León pudieran leer a Goldman entero: desde The temple of Gold hasta Brothers, pasando por Marathon man y Tinsel y por supuesto a la versión reducida a la vez que ampliada del Morgenstern de La Princesa prometida o al de The silent Gondoliers pero no puedo renunciar a ningún título de mi colección, ni siquiera o especialmente al que aún me queda por leer: Wigger.


Creo que es el momento de parar aquí – que mejor que Goldman – aunque amenazo con continuar revisando los libros que se han quedado en mi librería en futuros posts (si hay demanda, o si no la hay y me apetece acabar el trabajo que ya he avanzado hasta casi Pujol, Don Carlos Pujol que, creo y espero, no tiene nada que ver con el jugador de futbol que es casi el único que se encuentra en internet) aunque puede que en un formato un poco más compacto.

martes, 1 de noviembre de 2016

Comentario textos Octubre 2016

Septiembre acabo con los eventos del décimo aniversario el Wurlitzer lo que, pese a que ya bebo mucho menos de lo que bebía antes (prácticamente soy abstemio y monacal) me dejo, sí no con una resaca, si un cierto cansancio. Uno de esos cansancios alegres, felices, de los que hablan las madres y los padres cuando te dicen que te esfuerces, que por mucho que te canses el esfuerzo merece la pena y otras majaderías de educación católica que resultan ser ciertas (no como muchas otras, aunque la verdad es que no puedo asegurarlo porque yo fui a un colegio laico y mis padres eran cuando menos muy laxos en sus creencias católicas).

Aunque he perdido la practica (y las fuerzas) para salir todos los días del aniversario a ver todos los conciertos estuve en un par de ellos y la verdad es que además de ver a los grupos fue una alegría ver a mucha gente que, por aquello de salir poco, hacía mucho que no veía y a la que, la verdad sea dicha, echaba de menos aunque luego interactuara con ellos poco menos que un saludo cortes y un brindis rápido. La verdad es que me gusta estar en el Wurlitzer (pese a no poder fumar dentro y a que mi cerebro se sature rápidamente), me gusta tomarme unas cervezas en mi esquina disfrutando de un buen concierto o incluso disfrutando de criticar uno malo, o de un estilo incomprensible para mí, ya que criticar cosas siempre ha sido una debilidad de los miembros de mi familia (teóricamente solo ha sido una debilidad  la crítica constructiva, en la que tanto insistía mi padre, aunque no estoy seguro de que tal cosa exista, - creo que vista desde el punto de vista del criticado casi ninguna crítica es constructiva – y en caso de existir me temo que no es la que más practico).

En cualquier caso como ya comentaba el mes anterior había conseguido llegar al doce de octubre sin haber terminado ningún libro, aunque prácticamente me había terminado Razor Girl; un libro que había comprado en el aeropuerto de Atlanta tan solo porque tenía una portada bonita. Aunque, a priori, no lo incluiría en mi top ten de principios la verdad es que resulta curioso y prometedor eso de empezar una historia con un accidente (leve) en el que (desde el punto de vista de protagonista) su coche es golpeado por detrás y cuando se baja para hacer el parte el conductor del otro coche es una chica que le saluda con una navaja de afeitar a la vez que se disculpa por haberse distraído al conducir por andar depilándose sus partes íntimas para acudir a una cita. Una portada y un principio prometedores a los que, desgraciadamente, el resto del libro (ni la historia, ni los personajes, ni los diálogos) terminan de corresponder quedándose en tan solo eso. Un libro correcto pero que desaprovecha el tirón inicial del principio de la historia.

Conseguí acabar el libro con tiempo de sobra para empezar a preparar mi bolsa (las maletas dirían algunos) para marcharme a NYC el día catorce por lo que me volví a presentar en el aeropuerto sin nada para leer en el viaje. Como esta vez no viajaba solo no era algo que me preocupara mucho ya que quieras que no, entre charlar un rato sobre las peticiones de comida especial de Álvaro (que en este viaje le dio por pedir comida Kosher) y los múltiples entretenimientos que mi sobrina Alicia requería de mi hermana Helena (su madre) para no quedarse, bajo ningún concepto, dormida, junto con las pequeñas discusiones que estos causaban pues se pasa el viaje bastante entretenido.

Aunque no me preocupaba mucho montarme en el avión sin nada que leer, como ahora tienes que estar unas cuantas horas paseando por la terminal del aeropuerto sin nada que hacer pero sin dejar tu equipaje desatendido (eso nunca), una vez desayunado y antes de visitar el Duty free para comprar cigarrillos y otros productos varios con los que completar la maleta de entretenimientos de Alicia, pues me acerque a la tienda de prensa a ver si había alguna cosa interesante. La verdad es que no había mucho, pero entre lo poco que había un título me llamo la atención: Blancanieves debe morir. Ya, no parece un título especialmente bueno por lo que posiblemente debería explicar ahora porque me llamo la atención. Sin embargo pese a que dudo que surjan muchas más oportunidades para hablar de mi relación con Blancanieves (o Schneewittchen como Thomas Gemperle me enseño, con poco éxito en la pronunciación, que se decía en alemán hace ya muchos, muchísimos año) ya que no es un tema que surja habitualmente ni en las conversaciones ni, así, en general o en este blog; y pese a que precisamente la idea de este blog era la de contar(me, a mí mismo) parte de mi pasado la verdad es que hoy no me siento con ganas de ponerme a escribir sobre estas cosas y no quiero buscar una excusa para hablar de esto. Así que dejémoslo así, ya, si eso, hablamos otro día de esto.

¿Qué decir del libro? Pues supongo que podría empezar por el final, si hubiera conseguido terminármelo, pero ni con las más de siete horas de vuelo, ni siendo la única lectura que tenía a mi alcance los primeros días, por lo menos hasta que visitara McNally Jackson (u otra de mis librerías favoritas) y teniendo en cuenta que esta visita se iba a retrasar con casi total seguridad hasta que consiguiéramos mesa en El Rubirosa, creo que esto lo dice todo. Es una historia demasiado previsible (digo estoy consciente de no haber leído el final, pero estoy seguro de que no tiene un giro mortal al final; o aunque lo tenga sigue siendo demasiado previsible. Contradicción incluida y aceptada) y la verdad es que la escritura tampoco aporta nada (aquí me hago el cultureta y me refiero a eso de el estilo). Prescindible o como mucho aceptable como libro de playa.

NYC me gusta. No solo me gusta si no que para mí es sumamente agradable visitarla en la compañía de siempre (o de casi siempre, debería decir, ya que es una ciudad que he visitado con mucha gente); la visita anual es una de mis tradiciones favoritas (tal vez, la única tradición que realmente me sigue gustando) y digo esto siendo perfectamente consciente de que las visitas ya no las mismas que eran antes.

Nosotros no somos los mismos (especialmente yo, que soy consciente de haber cambiado mucho y no precisamente para bien lo que provoca no pocas tiranteces en algunos casos) y aunque ya llevemos siendo el mismo número varios años las prioridades no son las mismas: unas crecen en importancia, otras disminuyen, pero muchas otras se mantienen compatibles entre todos y resulta difícil saber quien disfruta más las tiendas de caramelos y chucherías o en las tiendas de comics o de chorradas varias.

La ciudad tampoco es la misma, nunca lo ha sido (afortunadamente) y precisamente en eso radica su encanto: en que cada vez que vas hay nuevas cosas que descubrir, nuevas cosas con las que sorprenderse. En los últimos años, sin embargo, algunas de las tiendas favoritas, de nuestras tiendas más especiales han desaparecido y uno se lleva algunas decepciones al ver locales que a uno le encantaban vacíos o sustituidos por negocios infinitamente más anodinos que los que había, que los que uno esperaba encontrar. Supongo que es ley de vida, o la ley de la ciudad, pero este año yo lo he notado más y si bien es cierto que mi guía de NYC (una que escribí para María Rodrigo hará unos cinco años) perdía algún local cada año la verdad es que creo que ahora la mitad de ellas ha desaparecido. No, no me malinterpretéis, no es pena lo que siento (aunque echare de menos muchos locales), no, lo que siento es simplemente la pereza de volver a descubrir mi ciudad favorita y volver a compilar una guía. Pero es una tarea a la que pondré con gusto en breve. Si, muchas cosas han desaparecido pero hay otras nuevas, otras perduran y muchas quedan por descubrir antes de que desaparezcan.

(Precisamente hoy leo una noticia sobre el Bronx – que no, que no es un barrio que yo visite – en la que comentan que cuando cierre el Barnes & Noble que hay allí – a finales de este año -  ya no quedara ninguna librería en todo el Bronx. Más de un millón y medio de personas y ni una sola librería. Significativo. Afortunadamente parece que hay planes de abrir una librería – pastelería este año, que no es lo mismo pero algo es algo)

En cualquier caso, será porque nos hacemos mayores o más glotones, pero los lugares que no solo se mantienen si no que aumentan son nuestros sitios favoritos para comer. De hecho parte de las excursiones ahora las planeamos en función del día que conseguimos mesa en alguno de ellos. 

Obviamente la excursión a Brooklyn depende de cuando hayamos conseguido la mesa en Peter Luger para devorar su Porterhouse y su ensalada de tomate, cebolla y beicon (cortado con un grosor superior al del menique de una virgen adolescente, o superior al dedo DIN para los más tiquismiquis o los que no tengáis claro como es el menique mencionado) y para que Alicia pueda meter la cabeza en un cuenco de nata montada (el equivalente unipersonal a las guerras de merengues que hacíamos en Játiva cuando éramos pequeños); la excursión a McNally depende de la tarde en la que tengamos pensado cenar en El Rubirosa para degustar sus pizzas y (algunos, no todos pero no daré nombres) ponernos tibios a cocteles mega-extra alcohólicos a la par que deliciosos; la excursión a las tiendas de la calle dieciocho contempla el parar a comer las delicias nada apetecibles por escrito, pero exquisitas, del The Gander, un sitio en el que hay que ser valiente a la hora de pedir para poder disfrutar; y así sucesivamente. En fin, que estamos hechos unos gordos, o mejor dicho siempre lo hemos sido (había gente que a nuestro primer bar, el Morgenstern, lo llamaba el bar de los gordos: Gordo se nace, no se hace y, por cierto, no depende del peso ni de la talla. Es puro vicio y placer.  Pero divago, ya, si eso, comentamos otro día de sitios para comer bien en NYC.

Curiosamente, pese a que a mi Brooklyn no me gusta (el único año que me gusto un poco fue el que estaba Catherine viviendo allí pero creo que incluso las cloacas de Bombay – si Bombay tuviera cloacas – me gustarían con Catherine), nunca encuentro nada interesante, este año, incluso antes de perdernos en las tiendas de discos conseguimos localizar una librería, Word, con buen aspecto (no excesivamente Hípster) en la que, puede que por la ausencia de lectura, decidí llenar mi mochila hasta casi los topes incluyendo el ladrillo (672 paginas) de la autobiografía de Elvis Costello: Unfaithful Music & Dissapearing Ink.

Esa misma noche empecé a leerla y he de reconocer que enseguida encontré cosas interesantes: “A lot of pop music has come out of people falling to copy their model and accidentally creating something new. The closer you get to your ideal, the less original you sound”, que creo que no solo es aplicable a la música si no también a los libros. Íbamos por buen camino, aunque como ya creo haber contado, eso era fácil ya que durante un tiempo no me habría importado ser Elvis Costello, de hecho me habría encantado así que me gustara no tenía mucho mérito.

Lo que tiene mérito es que haya estado a punto de dejarla a mitad porque se estaba convirtiendo en una pesadilla casi imposible leer, además cada vez más.

Si al principio algunas notas biográficas sobre su padre aportaban un toque que podía explicar algunas cosas (al fin y al cabo creo que es difícil entender a los hijos sin saber nada de los padres o de cómo se criaron) poco a poco este personaje se volvía agotadoramente insufrible resultando sumamente curioso que pese a que el mismo reconoce que fue su madre la que siempre le crio y siempre estuvo de su parte, mientras que su padre le hacía un caso mínimo realmente es de su padre del que habla todo el tiempo mientras que lo dedicado a su madre es casi anecdótico.

Si al principio reconocer algunas tropelías o episodios de su vida te satisfacía, al ir pasando páginas y no encontrar ninguna referencia a episodios muy significativos de su carrera (como cuando grabo bajo otro nombre una canción contra Margaret Thatcher, la que pasaría a la historia como la dama de hierro, mote que supongo que prefería al que tenía al principio de su carrera política cuando se la conocía como la ladrona de leche, o la robaleche: the milk snatcher en su ingles natal) te deja totalmente insatisfecho y preguntándote cuantas cosas relevantes se ha dejado sin contar.

Si al principio alguna cita de sus canciones sirve para ilustrar algo la reproduciendo de letras enteras al final te hace sospechar que su vanidad le hace pensar que puede postularse para otro nobel de literatura incluso antes de que se confirmara el de Bob Dylan.

Debería haberla dejado sin acabar (yo de leer, o incluso el de escribir) aunque me ha encantado saber que The Band le gustaban mucho (¿a que persona sensata pueden no gustarle muchísimo?) y algunas otras curiosidades que sirven para reafirmar algunos de mis criterios musicales (aunque se haya dejado otras importantes y casi todas sus opiniones sobre sus contemporáneos) y sobre todo me ha encantado esta frase sobre cuando sabe uno que realmente se ha hecho mayor: “They say that it is a sign that you are getting older when policemen start to look young”. Interesante a ratos pero decepcionante en general.

He de confesar que no conseguí acabarme la autobiografía de Costello antes de que fuera necesario preparar las maletas para el viaje de vuelta por lo que le toco viajar con el equipaje mientras yo llevaba en cabina una lectura más llevadera: I, Lucifer, que pretendía ser una biografía del diablo o como dice en la portada del libro su parte de la historia. Si bien creo que esto no lo consigue, lo de contar la historia de Lucifer desde su punto de vista, digo,he de reconocer que en The Strand (que fue la librería en la que lo compre entre, al parecer, 18 millas de libros, casi 30 kilómetros) tenían un cartel que decía algo así como “si te gusta la primera página, no podrás dejar de leer”. Decidí probar y leerme la primera página (y no el resumen de contraportada, que como siempre me dice Rafa es justo lo único que no ha escrito el autor por lo que es una mala referencia para decidir). No me entusiasmo, me pareció flojilla pero decidí comprarlo (supongo que ya lo había decidido al ojear, que no leer, la contraportada). Aunque no cumple las expectativas (lo puedes dejar sin problema, aunque, ya digo, a mí no me gusto la primera página) tiene puntos de vista divertidos, o mas bien curiosos de los cuales mi favorito es ese de que si es el diablo (Lucifer, venga) es el que de verdad está a cargo del infierno y realmente quiere molestar a Dios ¿a santo de qué viene eso de sufrir en el infierno? “No one gets it. Which do you think would annoy Him more? Souls in Hell Suffering and whishing they’d been Good? Or souls in Hell partying and thinking, ‘Thank fuck I didn’t bother with all that morally sound behavior crap?’ You see the logic, surely”.

Como esta hay alguna otra que merece la pena (como la de Judas y su traición). Una lectura entretenida a ratos, en otros confusa, pero que además permite añadir un pecado a la lista de todos los artistas incluidos (o especialmente) escritores al reflexionar “.. since every artist knows more than he can tell, all art is lying by omission” incluyendo principalmente a Dios y en mucha menor medida al que esto escribe que obviamente omite algunas cosas que sabe (aunque no está seguro de recordar, como cantaba aquel: “I can’t forget, I can’t forget… but I don’t remember what”).

Dejo de omitir, o de contar, de pecar por omision por hoy, que hoy, día de todos los santos, por eso de ser festivo, para mí es como domingo y tampoco es cosa de regodearse en el pecado en un domingo.
  
Razor Girl – Carl Hiaasen
Blancanieves debe morir – Nele Neuhaus
I, Lucifer – Glen Duncan

Unfaithful music & Disappearing Ink – Elvis Costello

miércoles, 12 de octubre de 2016

Comentario de textos - Septiembre 2016

Tengo la sensación de que ha sido un mes bastante raro y lo más curioso es que no tengo mucha idea de porque ha sido tan raro. Supongo, pero es solo un suponer que se ha debido a la tensión creada por varios asuntos relacionados con el Wurlitzer, al fin y al cabo estábamos metidos en unos cuantos temas que se debían de resolver durante este mes de Septiembre.

Por una parte teníamos en marcha una ampliación de aforo que nos había preparado un estudio de arquitectura, (digo lo de estudio por que es como a ellos les gusta denominarse pero para los demás es lo que viene siendo una pandilla de arquitectos. Y no, no añado el calificativo de negados al título de arquitectos, ya que – no solo como ingeniero, si no como ser humano que ha tratado con arquitectos – se, todos sabemos, que, salvo honrosas excepciones añadir este adjetivo no aporta nada ya que va implícito en el titulo), ampliación que después de realizar las obras propuestas por la caterva de negados, el técnico del ayuntamiento, con más razón que un santo, había considerado que no era aceptable, que era casi un “fraude de norma” y la había denegado.

Como consecuencia de esta negativa del ayuntamiento (que habíamos conseguido parar y que no fuera una negativa formal, si no provisional) habíamos preparado, nosotros esta vez, otra solución con un poco más de obra y el técnico tenía que venir a revisar, lo que obviamente creaba una cierta tensión. Si bien, como todos los que me conocéis sabéis, mi vanidad es tal que obviamente no debería preocuparme lo más mínimo que la solución fuera aceptada ya que yo había participado en definirla por lo que, por definición, tenía que estar bien, lo que si me preocupaba es que no cumplía con lo que decían las normas: no cumplía la norma ya que esta norma (escrita por arquitectos) no era interpretada por los arquitectos (ni los de la pandillita ni los del ayuntamiento) conforme a lo que pone si no a lo que al parecer querían haber puesto en la norma y que debido a su incapacidad habían escrito mal pero que afortunadamente todos ellos interpretaban igual de mal (aunque con variantes).

Por otra parte teníamos que resolver un asunto laboral, o por decirlo más claramente: un asunto de chantaje laboral en gran medida respaldado por la ley. Un asunto sobre el que la verdad es que todavía no me apetece extenderme pero que también era una importante fuente de tensión, más incluso que el de la licencia ya que en este caso las opciones no estaban tan claras y todas salvo una opción, una posibilidad remota (pese a ser la que se ajustaba a la realidad) eran malas y esta única opción no dependía de nosotros sí no de la posible interpretación de las posibles mentiras que determinadas personas pudieran contar (corrijo: de las mentiras que esas personas ya iban contando y que, para bien o para mal, incluso algunos conocidos, casi hasta amigos, se estaban creyendo a pies juntillas, e incluso iban repitiendo. No, no daré nombres porque ¿para qué? Ellos saben quiénes son, yo sé quiénes son algunos y los demás casi seguro que también).

El caso es que fue un principio de mes, con cierta tensión y con muy pocas lecturas ya que me faltaban las ganas de acercarme a mis librerías de referencia pese a que tras el verano no me quedaba nada que leer y no fue hasta que no a la vuelta de un viaje decidí pasarme por la librería del Circulo de Bellas Artes que casi me pillaba de camino desde Atocha a casa y me compre dos libros para saciar mi necesidad lectora.

La primera elección era bastante obvia ya que se trataba de Por la mañana me habré ido, cuyo autor ya conocía (incluso lo recordaba), policiaca y en la Irlanda del norte de los ochenta, que más se podía añadir. La novela es bastante buena y sin embargo no es tan buena, o a mí no me ha gustado tanto, como la anterior que leí de McKinty. ¿Por qué? Bueno, diría que en la primera la presencia del IRA, y de la violencia asociada, era algo más cotidiano con lo que los protagonistas convivían y sin embargo en esta el IRA esta en cierta medida más presente a través de distintos personajes lo que le quita esa cotidianeidad que le daba un cierto toque; y por otra parte hace un homenaje a esos casos de habitación cerrada de la literatura policiaca centrándose en exceso en la resolución de ese caso. Pero tal vez estos sean factores para que a algunos os guste más, os parezca más una novela policiaca o la disfrutéis ya que, sin duda, yo diría que es una buena novela y un autor a seguir (de momento, por lo menos). Eso sí, creo que la traducción debería estar un poco más trabajada porque si bien es cierto que la palabra que (posiblemente) usa en el original para describir una determinada zona de la ciudad, caracterizada “con sus hileras de casa grises, sus pilluelos callejeros, sus hogueras, sus coches quemados, sus incitantes dibujos de AK-47 en cada muro” pueda traducirse literalmente por urbanización, nadie en España entenderá esa zona como una urbanización si no como un suburbio, una barriada o algo similar. Pero vamos, que esto no pasa de ser una anécdota.

La segunda elección también respondía al mismo criterio de conocer al autor y de hacer una compra de supervivencia (algo muy distinto a una compra por placer como las que hago en mis librerías de referencia o en las librerías que me gustan que no es el caso de la del Circulo) ya que era la segunda parte de House of Cards: Jaque al Rey. Simplificando mucho podría decirse que es más de lo mismo, intrigas políticas en Inglaterra, con el mismo personaje central que la anterior pero que esta vez está decidido a derrocar la monarquía ya que ya ha llegado a ser primer ministro derrocando al anterior con sus intrigas. Lo más interesante es que esta vez cuenta con el apoyo de un personaje femenino especialista en la realización de encuestas de opinión lo que le permite explicar como en muchos casos las encuestas de opinión no intentan conocer la opinión si no formarla mediante la selección dela pregunta sobre la que se hace la encuesta o incluso el momento de realización de la misma. Que el autor es un buen observador de la realidad queda patente en muchas afirmaciones que hace a lo largo de la novela como cuanto explica el amor de algunos tipos de personas por el campo y su contenido animal: “los tipos nacidos y criados en bloques de hormigón y rodeados por farolas rotas y coches destrozados tendían a sentir cierta ingenua empatía con el campo y los seres que vivieran en él”. Me encanta lo de ingenua empatía. Es una buena novela pero yo he echado de menos las frases que en la anterior habrían cada capítulo y que eran ciertamente excelentes.

La verdad es que con solo estas dos novelas, me había plantado casi en el día veinte de septiembre y ya estaba pensando en un viaje que tenía que hacer a Nueva Orleans para un congreso y que me tenía un poco tenso. No solo por el hecho de ir solo y tener que pasarme todo el día hablando en ingles en distintas reuniones sí no que además tanto a la ida como a la vuelta tenía que hacer escala (lo que viene siendo hacer transbordo en otros medios de transporte como el metro) y cambiar de avión que es algo que me molesta bastante porque siempre creo que voy a perder la conexión (por mucho tiempo que tenga) y que me acabare quedando atrapado en el aeropuerto, completamente perdido y, ya digo: solo. Por supuesto que nunca me ha pasado nada parecido y siempre he hecho las conexiones de vuelos sin ningún problema,  pero es algo a lo que no consigo acostumbrarme a cambiar de avión y cada vez – con todas las malditas e inútiles medidas de seguridad – me crea más tensión.

Me habría gustado llegar al viaje con algún libro, ya que a diferencia de otros aeropuertos en el de Madrid no hay una buena librería (solo hay un puesto de venta de prensa con algún libro) en la que entretenerse un rato mirando libros para acabar comprándose uno bueno.

La selección estaba muy limitada, poco más que libros de autoayuda, de gestión de empresas o de comunicación, unos pocas novedades editoriales que uno tiene que estar muy desesperado para considerar interesante y algunos best-sellers. La decisión estaba clara y elegí El Murciélago, de un autor del que ya había leído alguna novela y no me había parecido ni bueno ni malo; normalito, entretenido para una lectura en un par de aviones. Como no tenía especiales esperanzas pues no me defraudo y cumplió su cometido con cierto acierto. Se trata de una historia entretenida en la que tal vez lo más curioso sea ese de ver a un escandinavo manejándose por Australia investigando uno o más crímenes. Como no me apetecía hacer el psicópata en el avión sacando mi cuaderno para escribir alguna frase o alguna idea del libro ahora me encuentro con el problema de que soy incapaz de localizar algunas cosas que me llamaron la atención (como el significado de los murciélagos para los aborígenes) así que poco puedo añadir salvo que no me ha dejado un recuerdo especial.

Como alguno habréis supuesto mi plan era pasear por Nueva Orleans – además de acudir a unas cuantas reuniones que tenía y que eran por las que me pagaban el viaje – buscando lo de siempre: librerías, tiendas de discos, tiendas de ropas, curiosidades; además de por supuesto tomarme unas cervecitas y disfrutar de la ciudad. Obviamente suponía que Nueva Orleans tendría buenas librerías por lo que no andaba preocupado por no tener nada que leer (salvo terminar el libro que había comprado en el aeropuerto); lamentablemente o no lo es o yo conseguí esquivarlas todas (esta es una habilidad que curiosamente tengo: la de esquivar cualquier cosa que esté buscando en una ciudad. Soy tan hábil que puedo recorrer veinte manzanas de NYC sin encontrar un StarBucks o similar).

Pese a que la feria y sus actividades sociales me tenían bastante entretenido por el día desde un ahora bastante temprana al segundo día ya andaba un poco desesperado por localizar una buena librería. El tercer día, domingo, estaba pensando en asaltar una Little Free Library y llevarme prestado uno o más libros sin dejar ninguno, como si fuera un atentico español (bueno, no del todo autentico porque para un auténtico español cogería todos los libros sin tener ninguna intención de leerlos – solo porque estaban allí – y yo quería leer alguno) pero me contuve pensando en que no era la mejor forma de participar en este proyecto (algo que tengo intención – ya veremos en que queda - hacer en Piles el próximo verano instalando mi pequeña librería gratuita).


Como no robe ninguno y tampoco encontré ninguna librería interesante acabe llegando al aeropuerto de Atlanta – para hacer transbordo hacia Madrid – sin nada que leer (una vez más) pero llegue confiado de que era un aeropuerto importante en el que seguro que había una buena librería o por lo menos un puesto de Hudson News bien equipado en el que abastecerme además de chucherías para el viaje (y para Alicia) de algún libro.

Así fue como acabe seleccionando The Drifter para leer durante el vuelo de vuelta a Madrid, en gran medida porque lo recomendaba Baldacci al que le sigo teniendo respeto como escritor de Thrillers, si bien cada vez le tengo menos como crítico y del que casi me empieza a parecer que añade una frase del tipo “lo mejor que has leído” a algunos libros solo para que los suyos parezcan mejores en comparación. A ver, el libro es entretenido (lo cual es muy bueno, o casi ideal para leer en un avión) pero la historia es demasiado previsible con eso de que el héroe vuelva para ayudar a la viuda de un amigo del ejército, que obviamente tiene un hijo, pero se encuentra con unos cuantos negocios cuando menos discutibles (por no hacer spoilers) y tiene que intervenir y solucionarlo todo pese a estar todo el mundo en su contra. En fin, la típica historia que da para poco más que un western de Sergio Leone. Pero si hasta hay un perro fiel a su antiguo dueño que acaba teniendo un papel significativo. Posiblemente tenga alguna cosa buena pero tampoco quería hace el psicópata tomando notas en el viaje de vuelta, aunque ahora mismo no recuerdo ninguna. Con todo se deja leer pero para mí no es una serie a seguir (si, se adivina que a poco éxito que tenga esto dará lugar a una serie).

Nada más volver y para terminar el mes lo único que quedaba era celebrar el aniversario, el décimo del Wurlitzer, y por si os lo estabais preguntando con todos los asuntos arreglados: con el aforo ampliado hasta un nivel que parece increíble y que esperamos por una parte esperamos no tener que usar pero por otra esperamos que nos sea necesario muchos días, sobre todo en muchos conciertos; y con el tema del chantaje zanjado y camino del olvido.

Escribo esto a día doce de octubre y he de confesar que de momento solo me he leído un libro este mes  por lo que parece que también será un mes tranquilo en cuanto a lecturas aunque ya veremos que en un par de días me marcho a NYC y McNally Jackson me estará esperando con novedades, clásicos y otros libros tentadores para el otoño invierno (o eso espero; eso y encontrar alguna librería nueva tentadora que sustituya a las que han ido cerrando estos años). Ya os contare, ahora solo decía esto por daros un poco de envidia.


Por la mañana me habré ido – Adrian McKinty
Jaque al Rey – Michael Dobbs
El Murciélago – Jo Nesbo

The Drifter – Nicholas Petrie