domingo, 4 de septiembre de 2016

Comentario de textos Agosto 2016


Aaaahh, Agosto. El mes de verano por excelencia, por definición e incluso simplemente por el calor agobiante que se sufre en Madrid y en casi todas partes. No es que a mí me afecte lo mas mínimo ya que por muchas razones, que no me detendré a detallar ni a debatir, últimamente tengo tan poco trabajo que para mí son casi vacaciones todos los meses, aunque no del todo ya que empiezo a sufrir las posibilidades de un cierto agobio económico lo que hace que no se sean exactamente vacaciones. O si, ya que como siempre digo “las vacaciones son para los pobres, los ricos ¿de qué necesitan (necesitamos) vacaciones?”.

Empezaba Agosto y yo todavía tenía en casa un libro por leer, lo que siempre me da una cierta tranquilidad espiritual por aquello de no tenerme que enfrentar a conflictos entre mis librerías de referencia (ya sabéis: la librería Fuenfría de Cercedilla, que si bien parece que se anima todavía puede aceptar más visitantes sin problemas; y la librería Méndez de la calle Mayor, que con la perdida de la hora punta de las diez que tenían cuando las trabajadoras) del Ayuntamiento – sí, así en femenino ya que, según la opinión del librero, las compradoras de libros son notablemente más mujeres que hombres) aprovechaban para pasarse a comprar una novela a la hora del café). El nivel de pereza había aumentado al once.

En Grand Central Station me senté y lloré era la novela que me esperaba para empezar mis lecturas de agosto, y aun diré más: era la única novela que tenía, algo que digo para explicar porque me empecine en acabarla ya que pese a ser bastante corta se hace excesivamente larga. Es más, me atrevo a decir que  se hace excesivamente larga desde la primera página. No dudo de que pueda tener su encanto para ciertas personas y que las frases que adornan su contraportada no sean sinceras, supongo que es tan solo que yo no estoy en ese grupo de personas. No me ha interesado nada la historia que cuenta, ni como la cuenta y unidas las dos cosas ni siquiera estoy muy seguro de cuál es la historia que cuenta. Bueno, sí se la historia que pretende contar porque parece ser autobiográfica y la explica en la solapilla, si no fuera por esto creo que no me habría enterado de nada, o de casi nada de la historia. También supongo que me he perdido algo del lenguaje ese tan poético que usa, que a mi sencillamente me suena a petardez tras petardez, a un montón de frases vacías que realmente no significan nada. Igual es problema mío y eso es el lenguaje poético pero no tiene ni punta de comparación con, digamos, Moix, Ana María para más señas. Con todo la parte más sorprendente, tan sorprendente hasta casi resultar divertida, la componen las ultimas diez páginas sobre la traducción y las citas o referencias en el texto que se dedican a contarte que cuando ha escrito “rumores de guerra” realmente está citando a Tacito si dice “Desnuda espero” está citando a no sé qué poeta. Vamos, que con este método de buscar referencias hasta la sección de deportes del periódico cita a todos los clásicos de la literatura tranquilamente, siendo por lo tanto una sección para culturetas y hipsters. Ríete tú de las casualidades de los videntes, de las profecías de Nostradamus o de la cábala.

He de confesar que si esto de las citas me ha divertido es porque una vez, en esos años tan raros en los que a los bares les dio por anunciarse poniendo una lista de los grupos que pinchaban, yo decidí escribir un panfletillo utilizando los títulos de cien de mis (del Wurlitzer) canciones favoritas (bueno realmente fueron 101, como broma adicional con la nomenclatura de los cursos de iniciación que en estados unidos se denominan “lo-que-te-apetezca-estudiar 101”) que pretendía contar una historia estúpida como excusa para el entretenimiento de localizar las ciento una canciones. Se trataba de localizar las ciento una que yo habia puesto ya que la lista final de canciones que podían localizarse era muy superior a las ciento una ya que había muchas que yo no sabía que había puesto, pese a que me eran conocidas, y que algunos de los pocos jugadores que leyeron aquello “localizaron” rápidamente. Pero divago, si eso, ya os copio el panfletillo otro día y a ver cuántas y cuales adivináis y cuantas de ellas eran, y cuantas no eras, las que yo había incluido.

Diría que las traiciones se pagan – aunque precisamente este mes el ir a la Casa del Libro a comprar algo estaba justificado, por aquello de las vacaciones – y que por eso El libro de Stone, que no tenía mala pinta, me acabo pareciendo una bazofia bastante infumable. Escrito por un neurótico, diría que casi más neurótico que Woody Allen, pero sin la diezmillonésima parte de su gracia. Como ejemplo, en un momento del libro está abrazando, algo más que cariñosamente, a su novia y de repente decide imaginarse que realmente su novia está abrazando, mucho más que cariñosamente,  a su padre para acto seguido imaginarse que es el mismo el que está abrazando a su madre y a continuación estrangulándola. Por mi parte, sobran los comentarios. Es verdad que pese a  haberme parecido un mal libro suscribo, aunque no sea aplicable en este caso, su afirmación de que “los libros son la mejor manera de relacionarse con la humanidad sin llegar a comprometerse con los seres humanos”
También creo que es totalmente cierto eso de que “la expresión ‘para siempre’  resulta imposible de concebir hasta que cae con todo su peso sobre uno mismo: la aceptación de que para siempre significa para siempre jamás”; el resto de los ‘para siempre’ son claramente condicionales al igual que siempre lo es aquello de “de esta agua no beberé, y este cura no es mi padre”. Solo esos ‘para siempre’ que se asocian a una perdida irreversible son de verdad, los demás… ya se verán.

Mi otra compra en La Casa del Libro fue un libro en inglés, Orphan X, en gran medida para sentirme menos traidor pero en parte porque venía recomendado, entre otros, por Baldacci, escritor que goza de mi favor incondicional en ese de los Thrillers, siendo todas (vale, casi todas) sus novelas un valor seguro. No hay que ser un genio para deducir sobre la base de la portada que va sobre un asesino (por voluntad, trabajo, venganza, o vete a saber tú el motivo), ni viendo el ‘huérfano’ del título, e incluso la X parece indicar que ira sobre un asesino fabricado por el gobierno a partir de un huérfano que por supuesto no será el único de ese programa gubernamental (queda la duda de si la X es un numeral, es decir es el décimo, o si es un literal, y por lo tanto hay algunos más de diez).

Curiosamente la dedicatoria del libro no es a una serie de autores similares del género si no que la hace a los protagonistas de los libros, presentando una lista de asesinos famosos, entendiendo como asesinos incluso a espías o detectives lo que en cierta medida remite a mi lista de canciones para sustituir a una lista de grupos que ya he comentado antes. Es una dedicatoria larga – prácticamente una página entera – ya que la cantidad de asesinos de novela es muy elevada y pese a ello salta a la vista que falta uno de mis favoritos, uno de mis referentes del género, un desliz, o una laguna casi imperdonable ya que como puede hacerse una lista como esa y que no aparezca… bueno, ya os lo cuento otro día.

El libro se deja leer muy bien, aunque por supuesto resulte totalmente increíble. Yo me lo devore – prácticamente entero - en el viaje en tren a Piles. Un viaje que confesare hice directo, pese a que había comprado billete solo hasta Valencia, por lo que teóricamente tenía que bajarme y cambiar al cercanías, hecho que ignore al descubrir que el tren iba directo hasta Gandía aunque con cierta aprensión por si aparecía un revisor pero  ¿Quién, que revisor, le va a decir nada a un psicópata que apunta con letra minúscula frases en un cuaderno? Por mucho que en este caso las frases fueran tan horterillas como esta frase que igual usare un día de estos para congraciarme con las chicas y con el hecho de ligar/amar mucho menos que la mayoría de mis conocidos: “A guy can love a million woman. But a ‘man’, a man loves one woman a million ways”. Toma frase… ¿cómo te quedas? Especialmente tú que sabes quién eres, a quien se aplicaría esta frase si fuera mía. Pues eso, un libro bueno aunque no sé si lo suficiente como para darle las gracias de Baldacci.

Si, exactamente tal y como estáis pensando los más observadores de vosotros ahora me encontraba de nuevo en Piles con tan solo unos pocos capítulos por leer de un libro de esos que se leen prácticamente solos. No era un plan brillante sobretodo sabiendo que en Piles ya no me queda prácticamente nada que leer (el resto de los visitantes tienen más suerte ya que yo  he decidido dejar todos los libros que llevo y me acabo allí para el siguiente lector.  No por bondad ni nada parecido, si no tan solo porque pese a lo que dice la tradición popular sobre  los libros – la cultura, en general – estos no solo ocupan lugar si no que pesan y mi natural vagancia me obliga a actuar así).

Afortunadamente mi memoria es lamentable, especialmente para los libros y en particular para los libros que se leen casi sin pensar y puedo releer sin problemas muchos libros como si fuera un  intelectual, aunque tengo entendido que estos (los intelectuales) recuerdan lo que han leído y la relectura la llevan a cabo para captar los matices y sutilezas que no captaron en la primera lectura (por la complejidad del libro, no por su torpeza natural, que mira que sois malos cuando queréis) y no porque, como me pasa a mí, no se acuerden de nada de lo que han leído. En fin, sea como sea el caso es que, tras buscar un buen rato, localice un Best-Seller, El socio, que probablemente (con una probabilidad cercana al 100%) ya me había leído en visitas anteriores pero que pensaba que perfectamente podía volver a leerme y eso que los best-sellers son los libros más difíciles de releer ya que en muchos casos lo que más importa es la resolución de la historia y no la forma en la que está contada (como si dijéramos, en un tono fascistoide, eso de que el fin es más importante que los medios; o para llevar la contraria a los hippies que el camino no es importante, solo el final importa).
No hubiera sido raro, no habría sido la primera vez (ni será la última, me temo) que a mitad de un libro mi cerebro se ilumina y descubre que efectivamente ya lo había leído sumiéndome en la duda de que hacer: seguir o dejarlo. Pero no, no me sonaba nada, nada de nada y eso que es una de esas historias en las que todo son trampas, todo cambia de repente hasta la última página (aunque uno adivine, o sospeche, cuál va a ser ese giro final que sabe que habrá). En fin, eso una tranquila lectura de playa, entretenida y poco más con sus personajes muy buenos y con sus grandes corporaciones muy malas. En este caso una compañía de seguros para las que en mi experiencia (desgraciadamente bastante amplia) y para las que con excepción del FAM, es cierto lo que afirma uno de los protagonistas que  “llevaba años trabajando para compañías de seguros y nada le sorprendía: sabía que siempre encontraban la manera de caer más bajo”. Si, son lo peor aunque en difícil empate con los servicios de garantía que, por increíble que pueda parecer para las cámaras sumergibles no cubren los daños por agua.

Afortunadamente, pese a lo que internet me decía en mi última búsqueda, en Gandía si hay una Casa del Libro como afirmaba mi hermana Helena, demostrando que siempre es mejor fiarse de una persona que de una maquina por lo que podía ir a abastecerme sin buscar la segunda librería de Gandía pueblo en una de esas visitas necesarias para abastecerse de cosas o para pasar una tarde de bandera roja ya que además está en un centro comercial. Se trata de una tienda mínima – las he visto más grandes y mejor abastecidas en algunos aeropuertos – pero que cumpliría, si no nos poníamos muy exigentes, la función de abastecerme.

La ausencia de novedades interesantes me obligo a plantearme volver a la intelectualidad veraniega y dedicarme a las relecturas en un sentido estricto por lo que cogí La trilogía de La Fundación, que son tres libros que sabía perfectamente que ya había leído, que además creía recordar por lo que sí que sería un verdadero intelectual, releyendo para captar matices y sutilezas. Pero como una mona vestida de seda, por muchos trucos que usara yo seguía siendo yo y aunque recordara lo de la psicohistoria, poco más recordaba y ya estaba volviendo a leer sin captar sutilezas, e incluso lo que recordaba era nuevo para mí demostrando que uno puede leer el mismo libro de muchas formas distintas. Así, por ejemplo, recordaba el concepto de la psicohistoria casi como una especie de fatalismo marxista, en el que las cosas estaban escritas, o adivinadas, debido no a las acciones de las personas individuales si no a una especie de mente colectiva que era la que formaba la historia. Sin embargo leyéndola (perdón releyéndola) ahora la actitud fatalista de La Fundación se me acercaba casi al comportamiento de Rajoy y en su inacción para cualquier cosa (en esta etapa plagada de elecciones, no cuando gozaba de la mayoría absoluta para cometer actos cercanos – por el lado equivocada – a la criminalidad), ese “total, seré presidente haga lo que haga, así que no hago nada, no cedo nada y no pacto nada”.

Es verdad que en el segundo libro se sigue viendo esa lucha entre los, buenos y viejos, tiempos de La Fundación (con un sistema basado en la ciencia pura) y los tiempos posteriores de El Imperio (basado en la herencia de los lideres) que le hacen recordar a un científico “Además, en tiempos de sus antepasados, los alcaldes eran elegidos y destituidos a voluntad, y las únicas personas que heredaban algo por derecho de nacimiento eran los idiotas congénitos” y que si marcan un poco ese alegato a favor de gobiernos más lógicos que los que tenemos (o a los que tendremos en el futuro).

Supongo que esto de re interpretar los libros, es tan natural como el cuándo eres crio y ves La Guerra de las Galaxias y quedas convencido de que realmente los Jedis son los buenos, los que defienden la libertad, la justicia y todo lo importante, que tú de mayor quieres ser un Jedi (por supuesto partimos de la base de que no puedes ser Han Solo, que es lo que de verdad quiere ser cualquiera de nosotros); y luego al cabo de unos años y de unos cuantos  visionados adicionales te das cuenta de que no dejan de ser una secta religiosa con todos los problemas morales que esto implica y si bien no quieres ser el emperador ya no estás seguro de querer ser un Jedi, a menos que puedas ser Obi-Wan Kenobi (de viejo, se entiende)

Yo ya sé que no seré Jedi, ni tampoco seré  Alec Guinness (que aunque pueda parecer lo mismo, no, no es lo mismo que ser Pepe Mahou que por cierto tampoco seré) pero creo que si estoy cerca de ese personaje de La Fundación del que dicen “Era un anciano y le gustaba decir que sus conductos neurónicos se habían calcificado hasta el extremo de que sus procesos mentales eran rígidos e invariables…. Pero sus ojos no veían menos porque estaban más gastados y su mente no era menos experimentada y sabia porque ya no era ágil”. Lo de los procesos mentales rígidos ya lo tengo logrado, aunque fallo en lo de no ver menos.

Ya que andaba comprando libros aproveche y cogí, con muy poco convencimiento diré, Perros Callejeros, ya que nunca consigo recordar si Elmore Leonard me gusta o no ya que lo confundo con James Ellroy (creo) que no me gusta, o ,mejor dicho me gusta en plan pimientos de Padrón: unos si y otros no. Si me decidí a cogerlo fue en plan homenaje a algunos conocidos que no pueden resistirse a las ofertas (no daré nombres) y porque por el precio que tenía podía arriesgarme sin cargo de conciencia. Se trata de una novela bastante correcta, entretenida aunque con un punto de todo el mundo engaña a todo el mundo, nadie se fía de nadie y esto acabara estallando por cualquier parte que es un poco cansino. Yo la he disfrutado y como toda buena novela negra deja perlas excelentes: “Yo creo que el cielo debe de estar en alguno de esos planetas que no vemos, detrás de las estrellas. Para los que están allí no tengan que mirar a la tierra y pensar: Joder que suerte he tenido de salir de allí.”


Ya de vuelta en Madrid (aviso a los lectores playeros: la trilogía me la acabe de leer en el tren así que no busquéis ni esta ni la de Leonard por Piles) me acerque un sábado a otra Casa del Libro (esta vez a la de Fuencarral en la que había una cajera verdaderamente preciosa y encantadora) a comprar algo y cumpliendo con otro de los ritos veraniegos compre un libro de un volumen más apropiado para la halterofilia que para la lectura en la cama: Ciudad en llamas. He de confesar que estuve dudando un buen rato si comprarlo o no – no solo porque yo leo bastante en la cama y no quería morir aplastado – si no porque también tenía una especie de interludios que pretendían reproducir cosas como fanzines punks y diarios. Eso en el lado negativo. En el positivo pues estaba básicamente que pasaba en NYC a mediados de los setenta y que trataba más o menos de los inicios del Punk en esta ciudad. Claro que esto era según la contraportada… y esa lección (la de que no puedes fiarte de las contraportadas) ya la he aprendido. Al final la ausencia de otra cosa más interesante me hizo decidirme por comprarla y lamento decir que no he conseguido acabármela porque me ha parecido sencillamente insoportable y solo avanzaba en ella por necesidad, por ausencia de alternativa lectora.

Lo que más me molesta es que creo sinceramente que podía haber sido una buena novela. Al fin y al cabo pasa (NYC en 1977) en un momento y lugar que es razonablemente histórico (si bien, de esa historia de andar por casa de algunas personas; no de la historia con mayúsculas), que además el autor sitúa muy acertadamente entre dos hechos que realmente no tienen ninguna relación (ni entre ellos, ni con el momento de la novela) como son el bicentenario de estados unidos y el apagón de la ciudad de Nueva York . Relacionar tanto el bicentenario como el apagón dela ciudad podía aportarle un toque bastante interesante a la historia del punk en la ciudad, y si a esto el autor añade un hecho (no sé si real o inventado) que tiene potencial para desarrollar una teoría suficientemente divertida como es que ese fuera el primer año (el bicentenario) en que los fuegos del 4 de Julio no fueron disparados por personas si no por maquinas.  

Pero no es solo que la historia estuviera bien situada sí no que además en algunos casos describe personalidades de una forma excelente: “solo creía que sus acciones tenían consecuencias como los niños creen en el Ratoncito Pérez: porque los demás lo decían y porque cuando levantabas la almohada… ¡Mira! ¡Una moneda!”. ¿Qué mejor forma de describir la irresponsabilidad de algunos adultos o semiadultos?; y en otros describe bien principios cuasi filosóficos: “Y había aprendido que, en realidad, no podías hacer acopio de nada que importara. Sentimientos, personas, canciones, sexo, fuegos artificiales: existían solo en un tiempo concreto y, cuando este concluía, se acababan”. No solo se acababan en ese tiempo, que es una obviedad, si no que se acababan también las sensaciones asociadas a ellos, incluso su recuerdo y es ese final el que provoca eso de la nostalgia, incluso eso que yo digo para reírme de ella de  que “ahora ya ni siquiera la nostalgia es lo que era”.

Creo que podía haber sido buena pero es tan mala que no solo no la he terminado si no que había pensado en dejarla muchas veces pero, desgraciadamente, no tenía otra cosa que leer. Afortunadamente mi amigo de la infancia Mike (González, para más señas. Del que por su importancia en mi pasado tendré que hablar más en estas páginas, pero, ya si eso, otro día) puso un comentario en Facebook de que se estaba leyendo una nueva novela de la serie de Bernie Gunther. Esta información unida a la rapidez del servicio prime de amazon, y a la excusa que me proporcionaba que a mi sobrina se le hubiera roto una botella que tenía y a la que le tenía un cariño de esos infantiles que haría que ,cuando se diera cuenta de que se le había roto, se produjera una pequeña crisis domestica de mayor intensidad que la crisis de los misiles soviética, con todos en DefCon 1 y con el Doomsday Clock a escasos segundos de la media noche, me salvo de continuar leyéndola, o por lo menos durante un tiempo: lo que tarde en leerme The other side of silence.

Lamentablemente leerse un libro de Kerr es algo que lleva poco tiempo, ya que uno se pone a ello y prácticamente no puede parar hasta terminar. Sí, es de ese tipo de autores: de los que son un poco mejor que muy buenos y no solo cuando escriben novela negra. De hecho esta novela más que negra es casi de espías. El personaje central es S.W: Maughman, el famoso escritor, y la trama se basa en unos chantajes – en principio – sobre su homosexualidad y la de su círculo de amigos para complicarse con la trama de espionaje. Sumamente entretenida, e incluso educativa en chorradas como que en un cuadro famoso de Gauguin (Eve), ella, la Eva del cuadro tiene no siete dedos en el pie izquierdo y no los cinco habituales o los seis que algunos condes malvados tienen en una mano. Afirmación que me pareció tan insólita como la de que Maughman jugara al Bridge con la Reina de España en 1956 (supongo que se refiere a una reina en el exilio, a una ex reina, ya que hasta yo con mi incultura histórica enciclopédica sé que en esas fechas no había reina en España) pero que se compensa con conversaciones como la que ocurre cuando Gunther le dice a Maughman “A picture can tell a thousand words. Isn’t that what they say?” (Refiriéndose a la foto con la que le chantajean) y él se limita a responder  “Christ, I hope not. Otherwise I’m out of fu-fucking work” (no porque le costara decir joder, sí no porque al parecer en ocasiones tartamudeaba).

Acabado este libro, como un intermedio que demostró una vez más la teoría de que muchas veces los anuncios son mucho mejores que los programas en los que se ubican, intente volver a Ciudad en llamas. Lo intente fuertemente hasta que llego el final de mes, que considere una señal, y decidí que era imposible seguir intentándolo y que lo daría por acabado para los comentarios de este mes. Una pena, tanto tiempo perdido con un libro tan malo.

Aquí acabo aunque me voy con la sensación de que he adquirido demasiados compromisos de contar otras cosas que no se si conseguiré cumplir. Lo intentare o, más probablemente, me olvidare de ellos si nadie me los recuerda (afortunadamente tengo un certificado médico que permite no tener conciencia de culpabilidad por las cosas que olvido, o más precisamente por el hecho de no añadir recuerdos nuevos como los de estos compromisos a mi cerebro).


En Grand Central Station me senté y lloré – Elizabeth Smart
Orphan X -  Gregg  Hurwitz
El libro de Stone – Jonathan Papernick
El socio – John Grisham
Trilogía de La Fundación – Isaac Asimov
Perros Callejeros – Elmore Leonard
Ciudad en llamas – Garth Risk Hallberg

The other side of silence – Philp Kerr