Aaaahh, Agosto. El mes de verano por excelencia, por
definición e incluso simplemente por el calor agobiante que se sufre en Madrid
y en casi todas partes. No es que a mí me afecte lo mas mínimo ya que por
muchas razones, que no me detendré a detallar ni a debatir, últimamente tengo
tan poco trabajo que para mí son casi vacaciones todos los meses, aunque no del
todo ya que empiezo a sufrir las posibilidades de un cierto agobio económico lo
que hace que no se sean exactamente vacaciones. O si, ya que como siempre digo
“las vacaciones son para los pobres, los ricos ¿de qué necesitan (necesitamos)
vacaciones?”.
Empezaba Agosto y yo todavía tenía en casa un libro por
leer, lo que siempre me da una cierta tranquilidad espiritual por aquello de no
tenerme que enfrentar a conflictos entre mis librerías de referencia (ya
sabéis: la librería Fuenfría de Cercedilla, que si bien parece que se anima
todavía puede aceptar más visitantes sin problemas; y la librería Méndez de la
calle Mayor, que con la perdida de la hora punta de las diez que tenían cuando
las trabajadoras) del Ayuntamiento – sí, así en femenino ya que, según la
opinión del librero, las compradoras de libros son notablemente más mujeres que
hombres) aprovechaban para pasarse a comprar una novela a la hora del café). El
nivel de pereza había aumentado al once.
En Grand Central
Station me senté y lloré era la novela que me esperaba para empezar mis
lecturas de agosto, y aun diré más: era la única novela que tenía, algo que
digo para explicar porque me empecine en acabarla ya que pese a ser bastante
corta se hace excesivamente larga. Es más, me atrevo a decir que se hace excesivamente larga desde la primera
página. No dudo de que pueda tener su encanto para ciertas personas y que las
frases que adornan su contraportada no sean sinceras, supongo que es tan solo
que yo no estoy en ese grupo de personas. No me ha interesado nada la historia
que cuenta, ni como la cuenta y unidas las dos cosas ni siquiera estoy muy seguro
de cuál es la historia que cuenta. Bueno, sí se la historia que pretende contar
porque parece ser autobiográfica y la explica en la solapilla, si no fuera por
esto creo que no me habría enterado de nada, o de casi nada de la historia. También
supongo que me he perdido algo del lenguaje ese tan poético que usa, que a mi sencillamente me suena a petardez tras petardez, a un montón de frases vacías que realmente no significan
nada. Igual es problema mío y eso es el lenguaje poético pero no tiene ni punta
de comparación con, digamos, Moix, Ana María para más señas. Con todo la parte
más sorprendente, tan sorprendente hasta casi resultar divertida, la componen
las ultimas diez páginas sobre la traducción y las citas o referencias en el
texto que se dedican a contarte que cuando ha escrito “rumores de guerra” realmente está citando a Tacito si dice “Desnuda espero” está citando a no sé
qué poeta. Vamos, que con este método de buscar referencias hasta la sección de
deportes del periódico cita a todos los clásicos de la literatura
tranquilamente, siendo por lo tanto una sección para culturetas y hipsters.
Ríete tú de las casualidades de los videntes, de las profecías de Nostradamus o
de la cábala.
He de confesar que si esto de las citas me ha divertido es
porque una vez, en esos años tan raros en los que a los bares les dio por
anunciarse poniendo una lista de los grupos que pinchaban, yo decidí escribir
un panfletillo utilizando los títulos de cien de mis (del Wurlitzer) canciones favoritas
(bueno realmente fueron 101, como broma adicional con la nomenclatura de los
cursos de iniciación que en estados unidos se denominan “lo-que-te-apetezca-estudiar 101”) que pretendía contar una
historia estúpida como excusa para el entretenimiento de localizar las ciento
una canciones. Se trataba de localizar las ciento una que yo habia puesto ya
que la lista final de canciones que podían localizarse era muy superior a las
ciento una ya que había muchas que yo no sabía que había puesto, pese a que me
eran conocidas, y que algunos de los pocos jugadores que leyeron aquello “localizaron” rápidamente. Pero divago,
si eso, ya os copio el panfletillo otro día y a ver cuántas y cuales adivináis
y cuantas de ellas eran, y cuantas no eras, las que yo había incluido.
Diría que las traiciones se pagan – aunque precisamente este
mes el ir a la Casa del Libro a comprar algo estaba justificado, por aquello de
las vacaciones – y que por eso El libro
de Stone, que no tenía mala pinta, me acabo pareciendo una bazofia bastante
infumable. Escrito por un neurótico, diría que casi más neurótico que Woody
Allen, pero sin la diezmillonésima parte de su gracia. Como ejemplo, en un
momento del libro está abrazando, algo más que cariñosamente, a su novia y de
repente decide imaginarse que realmente su novia está abrazando, mucho más que
cariñosamente, a su padre para acto
seguido imaginarse que es el mismo el que está abrazando a su madre y a
continuación estrangulándola. Por mi parte, sobran los comentarios. Es verdad
que pese a haberme parecido un mal libro
suscribo, aunque no sea aplicable en este caso, su afirmación de que “los libros son la mejor manera de
relacionarse con la humanidad sin llegar a comprometerse con los seres humanos”
También creo que es totalmente cierto eso de que “la expresión ‘para siempre’ resulta imposible de concebir hasta que cae
con todo su peso sobre uno mismo: la aceptación de que para siempre significa
para siempre jamás”; el resto de los ‘para siempre’ son claramente
condicionales al igual que siempre lo es aquello de “de esta agua no beberé, y este cura no es mi padre”. Solo esos
‘para siempre’ que se asocian a una perdida irreversible son de verdad, los
demás… ya se verán.
Mi otra compra en La Casa del Libro fue un libro en inglés, Orphan X, en gran medida para sentirme
menos traidor pero en parte porque venía recomendado, entre otros, por Baldacci, escritor que goza de mi favor
incondicional en ese de los Thrillers, siendo todas (vale, casi todas) sus
novelas un valor seguro. No hay que ser un genio para deducir sobre la base de
la portada que va sobre un asesino (por voluntad, trabajo, venganza, o vete a
saber tú el motivo), ni viendo el ‘huérfano’
del título, e incluso la X parece indicar que ira sobre un asesino fabricado
por el gobierno a partir de un huérfano que por supuesto no será el único de
ese programa gubernamental (queda la duda de si la X es un numeral, es decir es
el décimo, o si es un literal, y por lo tanto hay algunos más de diez).
Curiosamente la dedicatoria
del libro no es a una serie de autores similares del género si no que la hace a
los protagonistas de los libros, presentando una lista de asesinos famosos, entendiendo como asesinos incluso a espías o
detectives lo que en cierta medida remite a mi lista de canciones para
sustituir a una lista de grupos que ya he comentado antes. Es una dedicatoria
larga – prácticamente una página entera – ya que la cantidad de asesinos de
novela es muy elevada y pese a ello salta a la vista que falta uno de mis
favoritos, uno de mis referentes del género, un desliz, o una laguna casi
imperdonable ya que como puede hacerse una lista como esa y que no aparezca…
bueno, ya os lo cuento otro día.
El libro se deja leer muy bien, aunque por supuesto resulte
totalmente increíble. Yo me lo devore – prácticamente entero - en el viaje en
tren a Piles. Un viaje que confesare hice directo, pese a que había comprado
billete solo hasta Valencia, por lo que teóricamente
tenía que bajarme y cambiar al cercanías, hecho que ignore al descubrir que el
tren iba directo hasta Gandía aunque con cierta aprensión por si aparecía un
revisor pero ¿Quién, que revisor, le va
a decir nada a un psicópata que apunta con letra minúscula frases en un
cuaderno? Por mucho que en este caso las frases fueran tan horterillas como esta frase que igual usare un día de estos para
congraciarme con las chicas y con el hecho de ligar/amar mucho menos que la
mayoría de mis conocidos: “A guy can love
a million woman. But a ‘man’, a man loves one woman a million
ways”. Toma
frase… ¿cómo te quedas? Especialmente tú que sabes quién eres, a quien se
aplicaría esta frase si fuera mía. Pues eso, un libro bueno aunque no sé si lo
suficiente como para darle las gracias de Baldacci.
Si, exactamente tal y como estáis pensando los más
observadores de vosotros ahora me encontraba de nuevo en Piles con tan solo
unos pocos capítulos por leer de un libro de esos que se leen prácticamente
solos. No era un plan brillante sobretodo sabiendo que en Piles ya no me queda
prácticamente nada que leer (el resto de los visitantes tienen más suerte ya
que yo he decidido dejar todos los
libros que llevo y me acabo allí para el siguiente lector. No por bondad ni nada parecido, si no tan solo
porque pese a lo que dice la tradición popular sobre los libros – la cultura, en general – estos no
solo ocupan lugar si no que pesan y mi natural vagancia me obliga a actuar así).
Afortunadamente mi memoria es lamentable, especialmente para
los libros y en particular para los libros que se leen casi sin pensar y puedo
releer sin problemas muchos libros como si fuera un intelectual, aunque tengo entendido que estos
(los intelectuales) recuerdan lo que han leído y la relectura la llevan a cabo
para captar los matices y sutilezas que no captaron en la primera lectura (por
la complejidad del libro, no por su torpeza natural, que mira que sois malos
cuando queréis) y no porque, como me pasa a mí, no se acuerden de nada de lo
que han leído. En fin, sea como sea el caso es que, tras buscar un buen rato,
localice un Best-Seller, El socio,
que probablemente (con una probabilidad cercana al 100%) ya me había leído en
visitas anteriores pero que pensaba que perfectamente podía volver a leerme y
eso que los best-sellers son los libros más difíciles de releer ya que en
muchos casos lo que más importa es la resolución de la historia y no la forma
en la que está contada (como si dijéramos, en un tono fascistoide, eso de que
el fin es más importante que los medios; o para llevar la contraria a los
hippies que el camino no es importante, solo el final importa).
No hubiera sido raro, no habría sido la primera vez (ni será
la última, me temo) que a mitad de un libro mi cerebro se ilumina y descubre
que efectivamente ya lo había leído sumiéndome en la duda de que hacer: seguir
o dejarlo. Pero no, no me sonaba nada, nada de nada y eso que es una de esas
historias en las que todo son trampas, todo cambia de repente hasta la última
página (aunque uno adivine, o sospeche, cuál va a ser ese giro final que sabe
que habrá). En fin, eso una tranquila lectura de playa, entretenida y poco más
con sus personajes muy buenos y con sus grandes corporaciones muy malas. En
este caso una compañía de seguros para las que en mi experiencia
(desgraciadamente bastante amplia) y para las que con excepción del FAM, es cierto
lo que afirma uno de los protagonistas que
“llevaba años trabajando para
compañías de seguros y nada le sorprendía: sabía que siempre encontraban la
manera de caer más bajo”. Si, son lo peor aunque en difícil empate con los
servicios de garantía que, por increíble que pueda parecer para las cámaras
sumergibles no cubren los daños por agua.
Afortunadamente, pese a lo que internet me decía en mi
última búsqueda, en Gandía si hay una Casa del Libro como afirmaba mi hermana
Helena, demostrando que siempre es mejor fiarse de una persona que de una
maquina por lo que podía ir a abastecerme sin buscar la segunda librería de
Gandía pueblo en una de esas visitas necesarias para abastecerse de cosas o
para pasar una tarde de bandera roja ya que además está en un centro comercial.
Se trata de una tienda mínima – las he visto más grandes y mejor abastecidas en
algunos aeropuertos – pero que cumpliría, si no nos poníamos muy exigentes, la
función de abastecerme.
La ausencia de novedades interesantes me obligo a plantearme
volver a la intelectualidad veraniega y dedicarme a las relecturas en un
sentido estricto por lo que cogí La
trilogía de La Fundación, que son tres libros que sabía perfectamente que
ya había leído, que además creía recordar por lo que sí que sería un verdadero
intelectual, releyendo para captar matices y sutilezas. Pero como una mona vestida de seda, por muchos trucos
que usara yo seguía siendo yo y aunque recordara lo de la psicohistoria, poco más recordaba y ya estaba volviendo a leer sin
captar sutilezas, e incluso lo que recordaba era nuevo para mí demostrando que
uno puede leer el mismo libro de muchas formas distintas. Así, por ejemplo,
recordaba el concepto de la psicohistoria
casi como una especie de fatalismo marxista, en el que las cosas estaban
escritas, o adivinadas, debido no a las acciones de las personas individuales
si no a una especie de mente colectiva
que era la que formaba la historia. Sin embargo leyéndola (perdón releyéndola)
ahora la actitud fatalista de La Fundación se me acercaba casi al
comportamiento de Rajoy y en su inacción para cualquier cosa (en esta etapa
plagada de elecciones, no cuando gozaba de la mayoría absoluta para cometer
actos cercanos – por el lado equivocada – a la criminalidad), ese “total, seré presidente haga lo que haga,
así que no hago nada, no cedo nada y no pacto nada”.
Es verdad que en el segundo libro se sigue viendo esa lucha
entre los, buenos y viejos, tiempos de La Fundación (con un sistema basado en
la ciencia pura) y los tiempos
posteriores de El Imperio (basado en la herencia de los lideres) que le hacen
recordar a un científico “Además, en
tiempos de sus antepasados, los alcaldes eran elegidos y destituidos a
voluntad, y las únicas personas que heredaban algo por derecho de nacimiento
eran los idiotas congénitos” y que si marcan un poco ese alegato a favor de
gobiernos más lógicos que los que tenemos (o a los que tendremos en el futuro).
Supongo que esto de re interpretar los libros, es tan
natural como el cuándo eres crio y ves La
Guerra de las Galaxias y quedas convencido de que realmente los Jedis son
los buenos, los que defienden la libertad, la justicia y todo lo importante,
que tú de mayor quieres ser un Jedi (por supuesto partimos de la base de que no
puedes ser Han Solo, que es lo que de verdad quiere ser cualquiera de nosotros);
y luego al cabo de unos años y de unos cuantos
visionados adicionales te das cuenta de que no dejan de ser una secta
religiosa con todos los problemas morales que esto implica y si bien no quieres
ser el emperador ya no estás seguro de querer ser un Jedi, a menos que puedas
ser Obi-Wan Kenobi (de viejo, se entiende)
Yo ya sé que no seré Jedi, ni tampoco seré Alec Guinness (que aunque pueda parecer lo
mismo, no, no es lo mismo que ser Pepe Mahou que por cierto tampoco seré) pero
creo que si estoy cerca de ese personaje de La Fundación del que dicen “Era un anciano y le gustaba decir que sus
conductos neurónicos se habían calcificado hasta el extremo de que sus procesos
mentales eran rígidos e invariables…. Pero sus ojos no veían menos porque
estaban más gastados y su mente no era menos experimentada y sabia porque ya no
era ágil”. Lo de los procesos mentales rígidos ya lo tengo logrado, aunque
fallo en lo de no ver menos.
Ya que andaba comprando libros aproveche y cogí, con muy
poco convencimiento diré, Perros
Callejeros, ya que nunca consigo recordar si Elmore Leonard me gusta o no
ya que lo confundo con James Ellroy (creo) que no me gusta, o ,mejor dicho me
gusta en plan pimientos de Padrón: unos si y otros no. Si me decidí a cogerlo
fue en plan homenaje a algunos conocidos que no pueden resistirse a las ofertas
(no daré nombres) y porque por el precio que tenía podía arriesgarme sin cargo
de conciencia. Se trata de una novela bastante correcta, entretenida aunque con
un punto de todo el mundo engaña a todo el mundo, nadie se fía de nadie y esto
acabara estallando por cualquier parte que es un poco cansino. Yo la he
disfrutado y como toda buena novela negra deja perlas excelentes: “Yo creo que el cielo debe de estar en
alguno de esos planetas que no vemos, detrás de las estrellas. Para los que
están allí no tengan que mirar a la tierra y pensar: Joder que suerte he tenido
de salir de allí.”
Ya de vuelta en Madrid (aviso a los lectores playeros: la
trilogía me la acabe de leer en el tren así que no busquéis ni esta ni la de
Leonard por Piles) me acerque un sábado a otra Casa del Libro (esta vez a la de
Fuencarral en la que había una cajera verdaderamente preciosa y encantadora) a
comprar algo y cumpliendo con otro de los ritos veraniegos compre un libro de
un volumen más apropiado para la halterofilia que para la lectura en la cama: Ciudad en llamas. He de confesar que
estuve dudando un buen rato si comprarlo o no – no solo porque yo leo bastante
en la cama y no quería morir aplastado – si no porque también tenía una especie
de interludios que pretendían reproducir cosas como fanzines punks y diarios.
Eso en el lado negativo. En el positivo pues estaba básicamente que pasaba en
NYC a mediados de los setenta y que trataba más o menos de los inicios del Punk
en esta ciudad. Claro que esto era según la contraportada… y esa lección (la de
que no puedes fiarte de las contraportadas) ya la he aprendido. Al final la
ausencia de otra cosa más interesante me hizo decidirme por comprarla y lamento
decir que no he conseguido acabármela porque me ha parecido sencillamente
insoportable y solo avanzaba en ella por necesidad, por ausencia de alternativa
lectora.
Lo que más me molesta es que creo sinceramente que podía
haber sido una buena novela. Al fin y al cabo pasa (NYC en 1977) en un momento
y lugar que es razonablemente histórico (si bien, de esa historia de andar por
casa de algunas personas; no de la historia con mayúsculas), que además el
autor sitúa muy acertadamente entre dos hechos que realmente no tienen ninguna relación
(ni entre ellos, ni con el momento de la novela) como son el bicentenario de
estados unidos y el apagón de la ciudad de Nueva York . Relacionar tanto el
bicentenario como el apagón dela ciudad podía aportarle un toque bastante
interesante a la historia del punk en la ciudad, y si a esto el autor añade un
hecho (no sé si real o inventado) que tiene potencial para desarrollar una teoría
suficientemente divertida como es que ese fuera el primer año (el bicentenario)
en que los fuegos del 4 de Julio no fueron disparados por personas si no por
maquinas.
Pero no es solo que la historia estuviera bien situada sí no
que además en algunos casos describe personalidades de una forma excelente: “solo creía que sus acciones tenían
consecuencias como los niños creen en el Ratoncito Pérez: porque los demás lo decían
y porque cuando levantabas la almohada… ¡Mira! ¡Una moneda!”. ¿Qué mejor
forma de describir la irresponsabilidad de algunos adultos o semiadultos?; y en
otros describe bien principios cuasi filosóficos: “Y había aprendido que, en realidad, no podías hacer acopio de nada que
importara. Sentimientos, personas, canciones, sexo, fuegos artificiales: existían
solo en un tiempo concreto y, cuando este concluía, se acababan”. No solo
se acababan en ese tiempo, que es una obviedad, si no que se acababan también
las sensaciones asociadas a ellos, incluso su recuerdo y es ese final el que
provoca eso de la nostalgia, incluso eso que yo digo para reírme de ella de que “ahora
ya ni siquiera la nostalgia es lo que era”.
Creo que podía haber sido buena pero es tan mala que no solo
no la he terminado si no que había pensado en dejarla muchas veces pero,
desgraciadamente, no tenía otra cosa que leer. Afortunadamente mi amigo de la
infancia Mike (González, para más señas. Del que por su importancia en mi
pasado tendré que hablar más en estas páginas, pero, ya si eso, otro día) puso
un comentario en Facebook de que se estaba leyendo una nueva novela de la serie
de Bernie Gunther. Esta información unida a la rapidez del servicio prime de amazon, y a la excusa que me proporcionaba que a mi sobrina se le
hubiera roto una botella que tenía y a la que le tenía un cariño de esos
infantiles que haría que ,cuando se diera cuenta de que se le había roto, se produjera
una pequeña crisis domestica de mayor intensidad que la crisis de los misiles soviética,
con todos en DefCon 1 y con el Doomsday Clock a escasos segundos de la media
noche, me salvo de continuar leyéndola, o por lo menos durante un tiempo: lo
que tarde en leerme The other side of
silence.
Lamentablemente leerse un libro de Kerr es algo que lleva
poco tiempo, ya que uno se pone a ello y prácticamente no puede parar hasta
terminar. Sí, es de ese tipo de autores: de los que son un poco mejor que muy
buenos y no solo cuando escriben novela negra. De hecho esta novela más que
negra es casi de espías. El personaje central es S.W: Maughman, el famoso
escritor, y la trama se basa en unos chantajes – en principio – sobre su homosexualidad
y la de su círculo de amigos para complicarse con la trama de espionaje.
Sumamente entretenida, e incluso educativa en chorradas como que en un cuadro
famoso de Gauguin (Eve), ella, la Eva del cuadro tiene no siete dedos en el pie
izquierdo y no los cinco habituales o los seis que algunos condes malvados
tienen en una mano. Afirmación que me pareció tan insólita como la de que
Maughman jugara al Bridge con la Reina de España en 1956 (supongo que se
refiere a una reina en el exilio, a
una ex reina, ya que hasta yo con mi incultura histórica enciclopédica sé que
en esas fechas no había reina en España) pero que se compensa con
conversaciones como la que ocurre cuando Gunther le dice a Maughman “A picture can tell a thousand words. Isn’t
that what they say?” (Refiriéndose a la foto con la que le chantajean) y él
se limita a responder “Christ, I hope not. Otherwise I’m out of
fu-fucking work” (no porque le costara decir joder, sí no porque al parecer
en ocasiones tartamudeaba).
Acabado este libro, como un intermedio que demostró una vez más
la teoría de que muchas veces los anuncios son mucho mejores que los programas
en los que se ubican, intente volver a Ciudad en llamas. Lo intente fuertemente
hasta que llego el final de mes, que considere una señal, y decidí que era
imposible seguir intentándolo y que lo daría por acabado para los comentarios
de este mes. Una pena, tanto tiempo perdido con un libro tan malo.
Aquí acabo aunque me voy con la sensación de que he
adquirido demasiados compromisos de contar otras cosas que no se si conseguiré cumplir.
Lo intentare o, más probablemente, me olvidare de ellos si nadie me los
recuerda (afortunadamente tengo un certificado médico que permite no tener conciencia
de culpabilidad por las cosas que olvido, o más precisamente por el hecho de no
añadir recuerdos nuevos como los de estos compromisos a mi cerebro).
En Grand Central Station me senté y lloré – Elizabeth Smart
Orphan X - Gregg Hurwitz
El libro de Stone – Jonathan Papernick
El socio – John Grisham
Trilogía de La Fundación – Isaac Asimov
Perros Callejeros – Elmore Leonard
Ciudad en llamas – Garth Risk Hallberg
The other
side of silence – Philp Kerr