martes, 5 de diciembre de 2017

Comentario de textos - Noviembre 2017

Tener una pila de libros por leer resulta verdaderamente tranquilizador permitiéndote elegir que leer desde la comodidad del salón de casa, si se te acaba un libro pues sencillamente escoges otro y, tras una pausa para permitir que los personajes del libro abandonen tu cerebro, empiezas a seguir las aventuras, o desventuras, de otros desconocidos a los que, posiblemente, si hay suerte, disfrutaras conociendo; o tal vez te resultaran odiosos, preocupantes o, si hay mala suerte, totalmente indiferentes.

Si yo fuera una persona previsora me podría ahorrar una de las cosas malas (si, todo tiene cosas malas si piensas el tiempo suficiente en ello) de tener una pila de libros en espera ya que me dedicaría a reponerla visitando mis librerías de referencia (ya sabéis cuales son y aunque ahora las dos sean prácticamente inaccesibles: la librería Méndez de la calle Mayor por la acumulación de gente propia del centro e incluso por eso de tener que circular, como peatón, en un solo sentido por algunas calles; la librería Fuenfría de Cercedilla porque sigue estando a una distancia inalcanzable para un peatón y posiblemente a punto de quedarse aislada por la nieve, cosa que a mí me tira para atrás pero que seguro que a vosotros, mas amantes de la naturaleza, os debería animar a visitarla, tomaros un caldito – quien dice caldito, dice vino – y disfrutar de esos marcos incomparables que seguro que hay por las proximidades). Como yo no soy previsor y no repongo los libros por leer a medida que voy leyendo de la pila,  he de enfrentarme a comprobar como esta va desciendo preocupantemente de tamaño, como van quedando cada vez menos opciones de lectura y sobretodo, más preocupante, como la pila de lecturas a comentar va aumentando significativamente, algo que al enfrentarme a contaros lo que he leído me preocupa ya que son demasiados libros, cosas,  a recordar – afortunadamente me compre en NYC unos marcadores de línea que me permiten marcar las cosas más interesante de cada libro sin necesidad de hace el psicópata escribiendo en otro cuaderno – pero que también debería preocuparos a vosotros, mis cualificados lectores, porque tal vez hay demasiadas cosas que comentar y me salga, inevitablemente, un comentario largo.

En fin, sea como sea, toca empezar y lo hago, no por elección personal, sí no porque suelo escribir en el orden en que las he leído, con Since we fell, la última novela de uno de mis autores favoritos: Dennis Lehane. Os seré sincero: miro el libro, leo lo que pone en la solapilla interior – la trama de la novela – ojeo algunas páginas al azar, incluso voy a los dos marcadores que he puesto y nada, no consigo recordar prácticamente nada de la historia y, sin embargo, me atrevo a afirmar que es una buena novela. ¿Por qué, os preguntareis? Pues sencillamente porque si recuerdo la sensación de entretenimiento, de interés, que sentía durante la lectura, las ganas de volver a retomar la lectura o de continuar con ella. Parece poco, pero para los que tenemos menos memoria que algunos peces es más que suficiente para arriesgarnos a decir que es una buena novela y que nos ha gustado. Así de valientes y osados somos los desmemoriados. Además, para completar mi memoria,  tengo mis dos marcadores que me permiten ofreceros una gran afirmación sobre el mundo en general y como ha cambiado: “the switch form a culture that made things of value to a culture that consume things of dubious merit. She’d grown up in the absence, in other people’s memory of a dream so fragile it had been doomed from the moment of conception. If there had ever been a social contract between the country and its citizens, it was long gone now, save the Hobbesian agreement that had been in play since our ancestors had first stumbled from caves in search of food: Once I get mine, you’re on your own”; y otra más personal que me apunto por si alguien me pregunta que es lo que no me gusta de mi mismo: “That I don’t like about myself is that sometimes I don’t really like myself”. Ambas la subscribe completamente aunque sobre la primera tengo algunas dudas al no tener muy claro quien es Hobbes  que sospecho, casi con seguridad, que no es el tigre de Calvin.

Después de leer a uno de mis autores favoritos parecía un buen momento para intentar leer un autor que no conocía pero que parece que es la estrella de este otoño-invierno, al menos en NYC, ya que en todas las librerías tenían como mínimo su nuevo libro (algo con tortugas en el título, es todo lo que recuerdo). Como más que hípster yo soy un cultureta de la vieja escuela obviamente no me compre ese libro que estaba en todas partes si no que espera a encontrar más títulos en otra librería y entre ellos me decidí por An abundance of Katherines. Igual el que le ha hecho famoso (ese de las tortugas, que creo haber visto también por estos lares) es estupendo pero la verdad es que de este lo mejor es el título, e incluso este solo es bueno si uno tenía una preciosa y encantadora amiga llamada Katherine que vivía en NYC y, no sé porque pero creo que no es el caso de mucha gente. Es una novela que me atrevo a clasificar de “pedorra”, una historieta de amores envuelta, o vestida, en un galimatías de matemáticas que obviamente el autor no ha comprendido, ni asimilado, ni nada de nada.


Después de esta decepción – previsible decepción, añadiría en mi desconfianza de todos los libros, o autores, que de repente aparecen llenando todas las estanterías de todos los sitios – me debatía entre una policía desconocida o volver a uno de mis autores clásicos. Tras unos momentos de duda, me decidí por The Silent Dead, una policiaca  japonesa, que siempre son exóticas y entretenidas. Sin ser nada excepcional, la verdad es que no decepciona, o no mucho. Me explico: si bien la historia central es un poco decepcionante, pese a que el primer avance hacia el descubrimiento del asesino este relacionado con la contaminación del agua, algo que a mí siempre me interesa, la verdad es que esta historia central es un poco plana. En cambio la descripción de las jerarquías de la policía japonesa, por ejemplo la naturalidad con la que se aceptan los ascensos por razones familiares  resulta curiosa, y el personaje de la investigadora resulta interesante. Mientras la leía veía en las noticias los avances sobre el juicio por violación múltiple de estos imbéciles que se autodenominan La Manada (tal vez lo único acertado que han hecho, ya que ciertamente son unos animales, aunque posiblemente fuera más adecuado que se hubieran denominado La Piara, dicho esto con mi mayor respeto hacia los cerdos, pero ya me entendéis) y en este libro también hay un juicio por violación. En este juicio la agredida, cuando los abogados defensores intentan poner en duda la violación, hace el siguiente razonamiento (la detective Sata de la que habla fue asesinada en acto de servicio, como no podía ser menos precisamente investigando esta violación): “The fact that I had no scratch marks does not mean that the sex was consensual. The man was holding a knife to my throat. His other hand was over my mouth. I ‘chose’ not to resist because I was afraid of being brutalized even more and of the knife cutting me. Submitting is not the same thing as consenting. Why don’t we apply your logic to Detective Sata? Detective Sata was prepared to put her life on the line to arrest that man. According to your reasoning, the fact she was ready to risk her life meant that she was happy to be killed – and that her murder was therefore consensual. You can’t seriously think that”. Aunque comprendo lo que quiere decir, y lo comparto, he de reconocer que creo que existe un grave problema lógico en este razonamiento, creo incluso que el razonamiento puede incluso usarse de la forma inversa sin demasiados problemas. Pese a esto creo que la idea del mismo es fundamental “someterse no es lo mismo que consentir”, a lo que yo añado que  ni siquiera consentir es suficiente, el consentimiento de una parte no exonera de su culpa en un acto.

Por supuesto que también coincido con la tesis general de la novela que la protagonista resume en “there is only one way to live your life: facing forward” y de hecho la pongo en práctica en cuanto me acabo este libro y abro la última novela de Connolly:  A Game of Ghosts (mi plan realmente era abrir la anterior que me acababa de comprar en NYC, todo contento de tener por delante dos novelas de Connolly, pero al volver a casa tuve que enfadarme con mi memoria ya que la anterior ya me la había leído. Desastre de memoria que tiene uno, o doble desastre ya que no ha sido el único libro que me he comprado en este viaje que ya me había leído y no recordaba, aunque dudaba). ¿Qué decir de Connolly? Pues que es como ciertos estilos musicales, si te gusta el power pop te gusta el power pop; por mucho que a un oyente al que no le guste el power pop y todas las canciones le parezcan iguales, si te gusta, te gusta y te parecerán muy diferentes.  En este libro en concreto creo que él quería acabar el ciclo de Charlie Parker, más de la mitad del libro parece dedicada a cerrar algunos temas abiertos con anterioridad, pero en algún momento la codicia (propia o de su editor) le lleva a no terminar de cerrar la serie dejando las puertas abiertas a continuaciones. Yo creo que ha sido un error y que era un buen momento para acabar con la serie, claro que es posible que yo este equivocado y que la próxima de la serie sea fascinante (yo la comprare, al menos una vez) o incluso que el motivo de no cerrar la serie no sea la codicia si no cualquier otra cosa. Ya veremos.

Antes hablaba de mi recelo hacia los libros o autores que aparecen de repente llenado todos los medios, otras veces ha hablado de mi recelo hacia los grandes adjetivos que autores que me gustan dedican a algunos libros (aunque casi siempre acabe picando y comprándolos) pero tengo más recelos… soy un tipo receloso que le vamos a hacer. En libros también recelo de las pegatinas que anuncian un libro como uno de los 100 mejores, o de los notables, según una publicación fiable, pero a mí no me suena su autor (algo que tiene más que ver con mi incultura enciclopédica que con la fama real del autor) incluso recelo más cuando la publicación es de reconocido prestigio, como The New York Times, y todavía más cuando en lugar de una pegatina esto está impreso en la portada.
Afortunadamente también soy una persona que se sobrepone a sus recelos y últimamente en casi todos los viajes acabo comprando por lo menos un libro desconocido (para mi) de la lista 100 Notable Books del New York Times Book Review, a la que, poco a poco, le estoy cogiendo cariño. Este año le ha tocado el turno a Black Water que me ha parecido un libro notable (como enuncia la lista). Con la ayuda de la contraportada os puedo decir que, al parecer, es un libro sobre espías pero escrito mirando al pasado (retrospectivamente, vamos) pese a que en sus propias palabras mira a varios pasados ya que “people talked about the past as if it was a thing, an object: the past, like the box pr the house or the three – as if it was solid and singular. But the past wasn’t an object with boundaries but something fluid and continuos, like a river. Nobody has one past.”; e incluso algunos hechos del pasado te hacen olvidar tu propio pasado:  “… it was hard sometimes to remember that early part, the happy past… what happened at the end of those five years was so overwhelming and calamitous that It collapsed time, concertinaed those years into no more than a few images. It made it seem as though that early, happy period for him has been no more than the prelude to the inevitable.” No se ha vosotros pero a mi si me ha pasado un par de veces y supongo que por eso, además de por razones médicas y por la falta de fotografías tras varios incendios, me cuesta tanto recordar algunos años incluso para contároslos, o contármelos a mí mismo.

Después de salir de este pasado de espías lo siguiente era pasarse a la ciencia ficción de Dark Matter, cuya mayor pega es que es más ficción que ciencia ya que la parte científica se vuelve ligeramente irracional con tanto viaje por los multiversos esos que se suponen que se crean cada vez que tomamos una decisión aunque por volver al libro anterior “Wasn’t that the problem, always, not making a choice – not knowing whether you had a choice or not?” lo cual obviamente complica la creación de los multiversos, al no saber que es exactamente una decisión o cuales son las opciones de elección. Pese a tener la base de una historia de amor simple, la verdad es que se lee estupendamente y resulta entretenida en su mayor parte.







Tras la ciencia ficción, un poquito de terror siempre viene bien así que mi siguiente elección fue Dark Debts, una historia bastante bien montada centrada en los exorcismos y otros fenómenos “para anormales” (como esta casualidad cósmica, que igual se os ha pasado desapercibida, de los títulos de dos palabras de mis últimas tres lecturas. Seguro que esto significa algo especial, o posiblemente tan solo que andaba cansado de títulos largos, o simple casualidad). Al parecer yo no he leído la versión original, de 1996, si no una revisión/reescritura de la versión original que la autora ha hecho para celebrar los veinte años de la novela, algo que es un poco extraño y que me deja con la duda de cómo sería la versión inicial. En cualquier caso lo que si tengo bastante claro es que parece tratarse de una respuesta católica a El exorcista, en la que en cierta medida se defiende la tesis de que si uno es poseído es porque ha hecho algo mal, que la posesión no tiene lugar en inocentes (o en familias inocentes) si no que uno se lo ha buscado por sus malas acciones. Con todo, para mí lo más chocante ha sido descubrir que la autora ha sido guionista de Cancion Triste de Hill Street, de Hechizo de luna y de muchas otras series que considero buenas o, por lo menos, sumamente divertidas (Hill Street la considero como genial, todo sea dicho) algo que se nota en alguno de los grandes problemas teológicos que una de las protagonistas se plantea como “I’d like to know what God has against famous musicians in small airplanes?” (Algo que estoy casi seguro que mi sobrina Nieves no puede no ya contestar, si no que me temo que ni siquiera puede entender por qué resulta necesario planteárselo, y me temo que no está sola en los que ignoran el porqué de esta pregunta básica).

La verdad es que ha sido un mes verdaderamente entretenido de lecturas - con escaso criterio o con variedad y con eclecticismo -  que ha merecido la pena pese a que ahora mi pila de libros por leer este preocupantemente disminuida. Y en camino de agotarse ya que me marcho a Piles a pasar este puente de diciembre.


Since we fell – Dennis Lehane
An abundance of Katherines – John Greene
The silent dead – Tetsuya Honda
A game of Ghosts – John Connolly
Black water – Louise Doughty
Dark Matter – Blake Crouch

Dark Debts – Karen Hall















domingo, 12 de noviembre de 2017

Comentario de textos - Octubre 2017

Tras celebrar el aniversario del Wurlitzer – ya van once años –  empezando octubre solo me quedaba un libro por leer, procedente de mis últimas compras del año en mi librería de referencia madrileña y capitalina, ya sabéis la librería Méndez de la calle Mayor. Obviamente tampoco me quedaba ninguno de mi librería de referencia madrileña comunitaria ya que, espero que a diferencia de vosotros de los que espero mucho más que de mí, especialmente en cuanto a visitas a la librería Fuenfría de Cercedilla, que tampoco es tanto pedir ya que ciertamente yo no prodigo mis visitas, ciertamente no predico con el ejemplo; por lo que uno podría suponer que octubre se presentaba complicado en cuanto a lecturas.

Nada más lejos de la realidad, ya que afortunadamente antes de empezar este último libro de mi pila de cosas a leer, ya tenía ya los billetes para NYC lo que me permitiría visitar mis librerías de referencia ultramarinas. El único punto un poco crítico era hacer durar este último libro, para tener lectura en el avión de ida para no tener que depender del quiosquillo de prensa que hay en Barajas para seleccionar otro. Si conseguía hacerlo durar hasta aterrizar, o casi aterrizar, ya no tendría que preocuparme por la lectura en los próximos meses ya que una de las primeras visitas en NYC, obligado por mi sobrina Alicia, iba a ser casi seguro la librería japonesa Kinokuniya lo que para mí es una alegría. Es verdad que Alicia no quería ir a la librería a comprar libros, si no que su intención era ir a comprar unos muñecos que venden en caja sorpresa y que obsesivamente recordaba desde el pasado, o puede que incluso desde el año anterior.

En principio mi método para asegurar que el libro me durara se basaba en intentar no empezarlo, no fuera a ser excepcionalmente bueno y me lo acabara leyendo del tirón, o empezarlo en el último momento cuando ya solo me quedara tiempo para avanzar un poco en la historia, solo lo suficiente para cogerlo con ganas durante el viaje. Mi vuelo salía el día doce de octubre por lo que aguantar sin empezarlo suponía un pequeño reto, más cuando todo lo que había en la televisión era el process, que la verdad es demasiado aburrido, absurdo e innecesario (no, no voy a entrar en detalles de mi opinión sobre este tema ya que se me hace difícil aclarar estas cosas por escrito, además por increíble que pueda parecer las opiniones están tan estúpidamente polarizadas que diga lo que diga seguro que ofendo a ambas partes simultáneamente y cuando es tan fácil ofender la verdad es que no tiene ninguna gracia hacerlo. Ya sabéis lo que decían vuestros mayores para alejarnos de las drogas y de la vida fácil: las cosas que no requieren esfuerzo no suelen merecer la pena). Afortunadamente en este caso, sobretodo en el mío, uno puede ponerse algunas temporadas de series de las que todo el mundo habla pero que uno no ha visto lo que le permite rellenar estos huecos, a la vez que se hace una cultura popular necesaria para sobrevivir en el mundo actual y no ser como mi sobrina Nieves que acaba de descubrir que su cultura popular la está aislando del mundo que existe a su alrededor ya que no comprende ni una mínima parte de referencias básicas que todos damos por supuesto (igual os doy detalles en alguna entrega posterior pero baste decir que frases como “le hare una proposición que no podrá rechazar” o “¿fresas, fresas? En esta época del año” no le dicen nada).

Al final no pude aguantar sin leer y empecé El gran salto un par de días antes de marcharme de viaje, arriesgándome a quedarme sin lectura para el vuelo; pero “¿Quién dijo miedo?” (Quiero decir, aparte de yo mismo en multitud de ocasiones, incluso en esta). El caso es que mi miedo estaba injustificado ya que sin ser una mala novela – se deja leer – es una novela que no engancha especialmente por lo que hacerla durar hasta el vuelo no me supuso ningún problema. Es más, prácticamente no había avanzado nada en esta historia paralela al atentado en Brighton contra Margaret Thatcher (o mejor dicho, contra la convección del partido conservador) que son las historias de los personajes de este libro. Puestos a confesar, la verdad es que cuando aterrizamos en NYC ni siquiera me la había acabado – aunque me faltaba poco – algo que se explica por si solo, ya que como todos sabemos la velocidad de lectura depende de la calidad del libro (al menos en mi caso, que si no me interesa el libro me distraigo con casi cualquier excusa, o con cosas que ni optimistamente pueden clasificarse como excusa). De todas formas no es un libro tan malo como para dejarlo de lado una vez aterrizados en NYC así que al final me lo acabe y aunque puede que tenga alguna cosa buena, como no quería parecer un psicópata en el avión, que las aduanas están cada vez más absurdamente serias, pues no tome ninguna nota en mi cuadernillo (que por cierto me había dejado en Madrid ya que tenía planes de comprarme todo tipo de cuadernos y objetos de papelería durante el viaje), pues no tengo ninguna nota sobre el mismo y no puedo comentárosla ya que no recuerdo nada especial del libro.

Al día siguiente de la llegada, el primero en el que más o menos hay que decidir qué hacer ya que el día de la llegada entre instalarse, bajar a tomar las cervezas de rigor para habituar el organismo al excesivo nivel de gas de las cervezas americanas (frente a las españolas) y después de haber dado unas cuantas vueltas de reconocimiento por las proximidades del apartamento para ubicar un par de sitios en los que tomar café, e incluso realizada esa primera compra necesaria que debe incluir al menos leche y galletas para el desayuno de Alicia pero que se acaba complicando con Coca cola para Helena, antiácidos para mí y cervezas para Álvaro o, más bien para el por si acaso, junto con otra pequeña pila de productos básicos, fue Alicia la que propuso como primera actividad (tras un segundo desayuno) visitar Kinokuniya, algo que contó con la aprobación de todos, si bien por diferentes motivos y muchos de ellos alejados del verdadero propósito de una librería: los libros. Yo me oponía un poco a visitarla, pese a que para mí es una visita obligada no solo por los libros de autores japoneses, desconocidos para mí o – pedante que soy – los suficientemente conocidos como para estar entre mis favoritos, si no también por la sección de papelería que tienen en la planta baja y en la que hay verdaderas maravillas ya que me parecía demasiado pronto por la mañana y que acabaría cargando todo el día con una bonita pila de libros en la mochila, algo que quieras que no acaba resultando cansado, sobre todo si el plan es pasarte todo el día paseando.

En cualquier caso, donde hay patrón no manda marinero y donde hay sobrina o niños no manda un adulto y como además estaba verdaderamente cerca del apartamento pues allí nos dirigimos y salimos con unos más cargados que otros pero todos bastante encantados con nuestras primeras compras (algo que en general nos cuesta hacer, digo lo de las primeras compras: En mi caso ya tenía garantizada la lectura nocturna e incluso la matinal si decidia esperar a que todos estuviéramos listos para salir a pasear los próximos días (algo que al final solo hice algunos días porque la verdad es que los ritmos de levantarnos y arreglarnos entre los Villacis – representados por Álvaro y Alicia – y los Reig – representados por Helena y yo mismo – son no ya distintos, si no tal vez opuestos y algunos días me marchaba solo a recorrer la ciudad para darles unas cuantas horas de margen).

En cualquier caso, volviendo a los libros, en Kinokuniya solo suelo comprar autores japoneses que no se encuentran fácilmente en mis otras librerías de referencia y de hecho suelo fijarme bastante en esto por lo que cuando estaba eligiendo que libro de los que había comprado iba a leerme me sorprendió mucho haber cogido uno de una autora francesa: How to behave in a crowd, ya que no le veía el sentido (bueno, salvo que el titulo me fascinaba) ya que tenía pinta de estar traducido al español e incluso de no ser difícil de encontrar en alguna de mis librerías de referencia de Madrid. Supongo que lo compre por conocerme un poco a mí mismo y por saber que jamás me acordaría del nombre de la autora o del nombre del libro para buscarlo más adelante y que dependería de la suerte de volver, o no, a encontrármelo y con una traducción del título que me pareciera igual de tentadora o incluso con una portada tentadora. Me ha parecido un libro excelente, sencillamente: excelente, lo he leído con verdadera satisfacción y pese a que no pueda ofreceros ninguna frase o reflexión del mismo ya que pese a haber comprado unas libretas preciosas en Kinokuniya y a haberlo leído tranquilamente en el apartamento sin que nadie me juzgara de psicópata por tomar notas – bueno, salvo mis familiares presentes, que ya saben que lo soy y por lo tanto no me juzgan, ya están aburridos de hacerlo – no he tomado ninguna nota del mismo. La vagancia vacacional o mi miedo patológico a empezar las múltiples libretas y cuadernillos que me compro son la única razón para que no pueda ofreceros nada de su contenido. Si tengo razón y lo veis en español, no me atrevo a recomendároslo pero a mí me ha gustado mucho.

Otra de las actividades – tradiciones – en NYC es ir a pasar el día a Brooklyn, siempre con la intención de que nos guste pero sin conseguirlo nunca (bueno, salvo la vez que quedamos con Katherine que a mí me encanto todo, incluso Brooklyn) para después de pasar varias horas en distintas tiendas de discos – últimamente también a petición de Alicia que cada día es más hípster y Rough Trade es uno de sus sitios favoritos – paseando por las escasas calles habitadas y por varios descampados industriales, tomar unas cuantas cervezas mientras hacemos tiempo para ir a Peter Luger a tomar una ensaladita (tomate, cebolla y una raja de beicon de ,media pulgada de espesor), un Porterhouse y meter la cabeza de Alicia en un gigantesco cuenco de nata, todo bajo la atenta mirada de los antipáticos camareros del lugar que ya empiezan a recordarnos y a los que su carácter antipático (grumpy, creo que es el termino más empleado por los críticos gastronómicos locales para describir a los camareros) no les impide echarse unas risas con nosotros.

Esta tradición, que es algo más compleja que lo indicado, incluye ahora – desde el año pasado, creo – el visitar la librería WordBooks que tiene una buena sección infantil de forma que Alicia y yo acabamos saliendo cargados de la misma tocándonos normalmente cargar con las compras ya que el repartirlas nos obligaría a aceptar parte de las dos toneladas de discos que Álvaro acabara comprándose a lo largo del día en las distintas tiendas de discos que hay que visitar y la verdad es que tampoco compramos tanto ya que es una librería pequeñita.

Entre los libros que compre esta The Nix, que el año anterior parecía ser de lectura obligatoria ya que estaba en todas las librerías, razón por la que posiblemente no me lo compre pero que este año no había visto hasta ahora por lo que decidí darle una oportunidad a la edición en rustica (paperback) que siempre es más barata y notablemente más ligera (algo a considerar cuando uno es paseante). Se trata de un libro entretenido, posiblemente un poco más largo de lo necesario, pero creo que no tan bueno como para la exposición mediática a la que estuvo sometido el año pasado ni tampoco para los elogios que parece haber tenido de la crítica, aunque creo que parte de estos elogios se deben a un inevitable corporativismo ya que uno de los personajes centrales es un escritor, aunque puede que no sea por eso y que si tenga una mayor intensidad para los americanos ya que parte de la acción se sitúa en las revueltas estudiantiles de los sesenta. En cualquier caso me quedo con la reflexión de que “sometimes we ‘re so wrapped in our own story that we don’t see how we’re supporting characters in someone else’s”,  que podría tener como corolario una explicación de por qué es tan difícil escribir historias de uno mismo, o porque cuando las cuentas siempre hay alguien que dice que eso no es verdad,  ya que aunque uno sea el protagonista de sus propias historias, de las que cuenta, todas esas historias están llenas de personajes secundarios que seguramente se consideran protagonistas de esa misma historia, normalmente de una versión diferente de la misma historia.

La verdad es que en este viaje he tenido un poco de mala suerte ya que en el apartamento en el que estuvimos, afortunadamente solo en mi habitación, parece que había algún tipo de bicho, o una colonia inmensa de bichos, que me picaron bastante y que o bien eran ligeramente venenosos o yo soy alérgico a sus picaduras por lo que al cabo de un par de días estaba bastante cubierto de picaduras que al día siguiente hacían ampolla y se estallaban dejandome con el aspecto de un yonqui de los ochenta, o de un leproso de la edad media, cubierto de pústulas y con brazos y piernas hinchados. Al final por insistencia familiar fuimos a visitar a un farmacéutico (farmacéutica realmente) que puso una cara bastante sorprendida e incluso diría preocupada, recomendándonos encarecidamente que fuéramos a un médico, e incluso insistiendo en ello alegando que más que una medicina eso requería un especialista. Como yo ya había cedido bastante en cuanto a ir a preguntarle a un farmacéutico por unas simples picaduras al final conseguimos llegar a un acuerdo para que nos recomendara una pomada y olvidáramos, al menos de momento, lo del médico. Y aquí viene el poco de mala suerte ya que parece – tengo pendiente ir al médico para que me lo confirme – que soy alérgico a la pomada que me recomendó ya que cuanto más pomada me daba más se me hinchaban no solo las picaduras si no las zonas cercanas a las que había llegado la pomada. La verdad es que era difícil distinguir si eran las picaduras o la pomada ya que, salvo alivios temporales, la cosa había ido a peor desde el principio y solo cuando un día después de haber empezado a echarme la pomada prácticamente no podía levantar los brazos decidí dejar de echarme la pomada (pese a que había prometido echármela). Afortunadamente las cosas mejoraron en cuanto incumplí mi promesa y deje de echarme la pomada, si bien no notablemente si lo suficiente para poder culpar a la pomada de este incidente y para poder volver a levantar los brazos. Ya digo, un poco de mala suerte que además me hacía sentirme como el personaje de The Nix, ese que

“He longs for someone in the crowd to see the haunted expression he’s sure is playing all over his face right now and come up to him and say, You seem to be experiencing overwhelming pain, how can I help you? He wants to be seen, wants his hurts acknowledged. Then he recognizes this as a childish desire, the equivalent of showing your mom a scratch so she can kiss it. Grow up, he tells himself.”

Solo por unas picaduras de insectos estaba buscando un apoyo infantil; y yo que pensaba que ya estaba crecido, que ya era todo un hombre que podía soportar unas cuantas picaduras de insectos sin tener que buscar el consuelo en los demás. Parece que no, parece que sigo necesitando la aceptación o la compresión, e incluso ya puestos dar un poco de envidia con esta foto de mis compras literarias y por lo tanto de mis futuras lecturas:




El gran salto – Jonathan Lee
How to behave in a crowd – Camille Bordas

The Nix – Nathan Hill

sábado, 7 de octubre de 2017

Comentario de Textos - Septiembre 2017

Estaba preparándome para empezar a escribir sobre lo poco que he leído este mes: colocando los libros para intentar recordar de que iba cada uno y buscando la libretilla que me regalo mi hermana y en la que tomo notas para intentar completar estos recuerdos que se me borran continuamente cuando… me ha entrado una crisis al no encontrar la libreta por ninguna parte. Una crisis total ya que sin mis notas, mis recuerdos de los libros que he leído, incluso de los que acabo de terminar (o de no terminar) son mínimos, o incluso menos que mínimos, si esto es posible (algo que no tengo muy claro). He revuelto mis montones de papeles, he mirado por todas partes y ya había llegado a la conclusión de que estaba irremediablemente perdida cuando, como pasa siempre en estos casos, he dejado de buscarla y ha aparecido delante de mis narices, justo en el sitio en el que suelo dejarla pero que nunca recuerdo.

Localizada la libreta me doy cuenta de que tampoco era una perdida tan grande ya que solo he tomado notas de uno de los tres libros que he leído este mes. Solo tengo notas de Rumbo al Mar Blanco y si bien no necesito las notas para recordar que me ha parecido un libro excesivamente complicado de leer, que he leído, hasta donde he podido, con un cierto aburrimiento aunque como somnífero me ha parecido estupendo y creo que durante un par de semanas he tenido que despertarme para no clavármelo mientras dormía tras habérseme caído de las manos, si las necesito, en cambio, para recordar algunas citas del mismo que me han llamado la atención. La primera estoy seguro de que podría aplicarse a este libro y creo que es algo que sospecho les ha pasado a muchos escritores (o al menos debería haberle pasado a muchos, o por lo menos a los escritores que también son lectores, al menos en el principio de su carrera): “Si hubieras pasado, como yo, por la experiencia de escribir un libro para descubrir luego que ya lo había escrito otro, y mejor que tú, entonces tendría motivos para el fatalismo”. Supongo que, además, es uno de los motivos por los que muchos lectores ni siquiera pensamos en la posibilidad de escribir; todo lo que se nos ocurre creemos que ya lo ha escrito alguien mejor que nosotros y claro, para que ponerse a escribir si al final vamos a descubrir que eso ya estaba escrito, que alguien no solo se nos había adelantado, lo había hecho mejor, si no que además estamos demostrando nuestra incultura por no haberlo leído antes y dañando nuestra vanidad que al fin y al cabo es el principio básico de la escritura: la vanidad de que lo que quieres (tienes, para algunos muy volcados en su oficio) contar es único, original e interesara a todo el mundo. Algunos lectores vencen este miedo, vencen también el miedo a la página en blanco, se convierten en escritores y nos proporcionan algo nuevo. Otros, lo intentan y no lo consiguen; otros por citar reproduciendo una cita de Kafka que inicia un capitulo son “… como un patinador novato, un novato que, además, practica en un sitio donde está prohibido patinar”.

Ojo, que no digo que sea el caso, y que el libro sea malo, aunque a mí a ratos me lo haya parecido pero solo porque se trata de un libro “denso, denso” y estoy casi seguro de que me he perdido muchas cosas e igual hasta es una obra maestra (como parecía pensar su autor) pero como dice el propio autor se me ocurren, al menos, dos opciones: “Primero, que lo que pudiera parecer sobrenatural, puede ser en realidad infra normal, quiero decir con esto que un hombre medio desquiciado por una serie de coincidencias inexplicables tiende a pensar que significan algo, y tener razón. Pero lo que significan en realidad es que su apasionada atribución de un significado a tales coincidencias ha despertado en el mundo infra normal un entusiasmo similar por producirlas” o tal vez “Tercero, que nuestra falta de inteligencia no es una medida de la inteligencia misma.” (Las otras dos que cita el autor no vienen al caso).

Aunque seguro que ya todos sabéis que soy un poco (o más que un poco) snob, sin llegar a ser (espero) oyente de las caras b de singles solamente editados en Japón, confesare públicamente que hay libros que me he negado a leer solamente porque han alcanzado una fama y una especie de consenso universal que me parecen altamente sospechosos. Uno de los últimos de esta categoría es Patria, que por muy bueno que pueda ser, me da una pereza enorme ponerme a leerlo; algo parecido me paso con Crematorio de Chirbes que afortunadamente ya había leído antes de que le llegara la fama televisiva ya que es posible que se me hubieran quitado las ganas de leerlo, que sin estar entre los mejores de Chirbes (ni con mucho) es suficientemente bueno para merecer la pena vencer esta pereza; y también me paso con Gomorra la novela que le dio fama mundial al autor de La banda de los niños y a la que decidí darle una oportunidad en mi última visita a mi librería de referencia de la capital (ya sabéis, la librería Méndez de la calle Mayor), oportunidad  que no estoy seguro de que le hubiera dado en mi librería de referencia extra capitalina (que os recuerdo, porque me llegan rumores de que no la visitáis lo suficiente – aunque parece que más que yo - es la librería Fuenfría de Cercedilla).

Ya que andamos de confesiones, os diré que normalmente me gusta mucho mas el segundo disco de un grupo que el primero (también me suele gustar más la cara B que la cara A) y que de hecho creo que un grupo es excelente si su segundo disco es mejor que el primero; si es igual o peor ya me entran dudas sobre su calidad. Si bien al parecer esta no es su segunda novela he de reconocer que me ha confirmado que, seguramente, hice bien en no leerme las anteriores o por lo menos la que le dio fama. Me ha parecido sencillamente una mala novela, sin ningún interés, sin ninguna credibilidad (aunque obviamente yo no sé nada sobre la iniciación a bandas infantiles / juveniles en Napoles, por lo que puede que todo sea muy creíble, o incluso cierto, a mí me parece una patraña insostenible) y sin nada especial por lo que recordarla: no, ni siquiera es tan mala como para recordarla.

Recordarán tu nombre la empecé a finales de mes y en esta primera semana de octubre seguía leyéndola hasta que me he rendido, me he rendido completamente a la evidencia de que a mí me gustan las novelas, no la historia, y por mucho que el autor intente convencerte en las primera páginas de que es una novela y no un libro de historia, e incluso durante un par de capítulos hasta llegues a creértelo, se trata de un libro de historia (puede que de historia imprecisa, eso me siento incapaz de juzgarlo, y que algunos hechos no sean exactamente historia; pero eso no lo convierte en una novela). En cualquier caso creo que sí que es una historia interesante – si te gusta la historia – ya que se centra en los inicios de la guerra civil, en Cataluña y en el papel de la Guardia Civil de Barcelona enfrentándose a la sublevación militar. Resulta cuando menos de actualidad – por comparación – y para mí ha sido una sorpresa saber que la Guardia Civil de Barcelona se opuso a la sublevación, que se opuso lo suficiente como para que no triunfara, que en gran medida fue la responsable de mantener a Barcelona en el bando republicano (el bando de la legalidad en aquel momento). Supongo que es algo que debería saber, que todos deberíamos saber, pero que creo que tras muchos años de una imagen de cuerpo represor y franquista que todos hemos asimilado en nuestro imaginario colectivo para la Guardia Civil resulta bastante increíble, casi como una ficción totalmente inventada, el imaginarse, al menos a parte de, la Guardia Civil, como sostenedora del orden republicano (en general como sostenedora del orden que corresponda, ya sea el republicano, el constitucional o, desgraciadamente, el franquista). Solo por eso creo que merece la pena haber leído al menos tres cuartas partes del libro e incluso, si no odiara yo tanto la historia, posiblemente el leerlo completamente.

En fin, esto ha sido todo por este mes de escasas lecturas (más escasas si consideramos que dos de ellos no he conseguido acabarlos). Probablemente esta semana me acabe mi última compra en mi librería de referencia, en un par de vuelos, y en breve espero estar visitando mis librerías de referencia ultramarinas, ya que me marcho a NYC a pasar unos pocos días.

Bueno, espero que sean unos días, aunque si al final estalla esa guerra civil que los dos bandos catalanes y españoles parecen empeñados en provocar es posible que aproveche y pida asilo político en NYC, algo que – salvo por la parte de una contienda fratricida (la historia de España es como la morcilla, que decía aquel) – no me parece un mal plan; de hecho me parece una gran excusa para que me lo concedan.

PS: la verdad es que tenia la intención de meterme en algún berenjenal y hacer algún comentario sobre el "process", la cortedad de todos nuestros políticos,  los referéndum (especialmente el de Quebec, donde por cierto las bolas de billar no son de marfil - o imitación - si no de plástico, y no veas como rebotan) , el cumplimiento de la ley, la equiparación de esta desobediencia con otras desobediencias civiles, la violencia policial esa "tan brutal", o la estupidez en general pero... no quiero poner en peligro mi solicitud de asilo político y tampoco quiero aburriros mas de lo necesario. Si eso, ya lo comentamos otro día.

Rumbo al mar blanco – Malcolm Lowry
La Banda de los niños – Roberto Saviano

Recordarán tu nombre – Lorenzo Silva

domingo, 24 de septiembre de 2017

Comentario de Textos - Agosto 2017

Podría empezar justificándome e inventándome alguna excusa para explicar, explicarme a mí mismo, como he llegado a estas alturas del mes de septiembre sin haber encontrado tiempo para escribir mi comentario de mis lecturas de agosto pero la verdad es que llegado a este punto del mes casi es mejor que no me entretenga porque o consigo escribir estas notas hoy, o ya me será prácticamente imposible escribirlas ya que se acerca peligrosamente el aniversario del Wurlitzer

¿Qué tendrá que ver una cosa con otra? Igual os preguntáis los más inocentes de vosotros, almas de cántaro; otros, los más centrados entenderán perfectamente que con casi una semana entera de conciertos y celebraciones lo que no este escrito antes de que empiecen las mismas ya no será escrito a tiempo.

La simple idea de que igual puedo utilizar alguna mañana de resaca para escribir estos comentarios es solamente propia de alguien que no me conozca, que no conozca la resaca o que no se conozca a sí mismo. No, me temo que no hay tiempo para excusas ni para más introducciones y zarandajas ya que en breve recogeré a mi sobrina para comer con ella – mi excusa, o mejor dicho, mi colaboración, además de la prescripción de mis médicos, para no ir a comer con, desgraciada y científicamente inexplicable, mi inmoral abuela – y ya casi me quedare sin tiempo de hacerlo.

Además, ahora que veo mi pila de libros, creo que las excusas las necesitare en octubre para explicar mi escasez de lecturas de este mes de septiembre, a menos que decida – según vaya de tiempo – auto engañarme y pasar algunas lecturas de agosto a septiembre. Ya veremos, si eso, ya os lo cuento otro día.

Como ya os he comentado a principios de agosto me fui una semana larga a Brasil por temas de trabajo y previsoramente – teniendo en cuenta la duración de los viajes y el potencial aburrimiento de estar en cuasi-ciudades de provincias lejanas en tierras extrañas – había metido un par de libros gordillos y sin empezar en la mochila. Si, que pasa yo viajo de mochilero; bueno, realmente viajo con una especie de petate marinero de la marca Stetson – (exactamente sobrino, la misma que la de los sombreros; que tu tío es muy elegante cuando le apetece) que solo podría ser clasificado como de mochilero, si existiera el concepto de mochilero elegante o de lujo; concepto que seguramente ya exista como ese del camping de lujo.

La sustancia del mal, no es que tuviera muy buena pinta pero tenía la ventaja de que eran casi quinientas páginas de novela teóricamente entre negra y de terror (digo, por la comparación que hacían con Stephen King y Jo Nesbo, irrespectivamente añado, aunque sea un apalabra inexistente e innecesaria ya que bastaría con cambiar el orden de los dos para poder usar respectivamente, palabra que si existe, pero hoy me siento creativo hasta el punto de la indiferencia por el lenguaje). Su gran virtud: que se deja leer bien, es entretenido y no hay que prestarle demasiada atención ya que es de esas novelas en las que todos pueden ser culpables y al final el culpable es el que el autor se ha empeñado en hacer parecer como el más inocente, intentando que nos caiga bien y desviando las sospechas de él todo el tiempo. Su gran defecto: precisamente lo mismo, que no tiene nada especial. Una buena novela para leer en el verano con la mitad del cerebro apagado o para leer en un avión entre comida y comida con el cerebro un poco abotargado. A un nivel personal, por aquello de que pasa en unas montañas, me hizo acordarme de Barcina – que ahora se ha vuelto montañero, más de pasear que de escalar, pero con la misma dedicación, casi obsesiva, que le dedica a todo y que, entre otras cosas, le llevo a ser el número uno de la promoción – y más concretamente de que hace demasiado que no quedamos a comer. Algo a lo que tendré que poner remedio un día de estos, más pronto que tarde, invitándole a mi restaurante vegetariano favorito (myveg) donde acertadamente consideran que las pochas (sin chorizo, pero con panceta) son un plato muy adecuado para los come-verduras. Para los que os habéis asustado al oir que tengo un restaurante favorito vegetariano he de decir que una vez que fuimos con un vegetariano talibán y tras someter a un tercer grado al camarero se quedó prácticamente sin comer ya que todo tenía algo que no encajaba en los principios morales de su dieta (como decía mi padre “en el pecado, llevas la penitencia” que era una de las frases que usaba siempre que nos veía, por lo menos a mi) con una buena resaca. Para los que os habéis asustado ante la simple idea de que conozca un restaurante especializado en verduras, y os han dado escalofríos cuando he añadido favorito, como si conociera más de uno, solo puedo tranquilizarlos y recordaros que el cero también es un porcentaje (como el que de fruta tienen algunos zumos de frutas).Pero divago, ya, si eso, hablamos otro día de las verduras, de los dichos de mi padre, de mis resacas o incluso de matemática avanzada como los porcentajes o la regla de tres (la del nueve la dejaremos para más adelante que igual os parece tres veces más difícil)

En un vuelo de la duración de un Madrid – Sao Paulo creo que me habría acabado sin problemas una novela de quinientas páginas ya que me es casi imposible dormir en vehículos en movimiento (en parte porque si hay un accidente, no me gustaría perdérmelo, y en parte por experiencias pasadas que no viene al caso rememorar). El hecho de que no me la acabara indica que no me engancho lo suficiente (un requisito fundamental de una novela de este tipo) aunque también hay que considerar que era un vuelo nocturno, en los que inevitablemente apagas un poco más de la cuenta el cerebro por lo que igual no todo es culpa de la novela y ya que viaja solo es posible que echara alguna cabezada, aunque lo dudo mucho.

Después de acabarme este libro, ya en Brasil, empecé a leer Los casos de Horace Rumpole, abogado, novela que ya por su título uno sospecha que va a ser inglesa, inglesa y divertida a la manera inglesa. Esta sospecha inicial se convierte, entre sonrisa y sonrisa, en una certeza y sencillamente uno se da cuenta de que no se puede ser más inglés, o más británico. Vale, puede que se pueda ser más inglés – ahora mismo se me ocurren algunos ejemplos, incluso de no ingleses que son igual de ingleses, pero tampoco tengo tiempo para este debate (para eso está la sección de comentarios que por lo poco que comentáis empiezo a sospechar que igual no habéis visto).Aunque no recomiendo libros yo me apunto el nombre de Mortimer en mi cerebro para intentar leer algo más suyo si consigo acordarme de que lo he apuntado cuando ande de compras ya que siempre viene bien sonreír e incluso reír (no, no citare a Sterne que no quiero copiar a mi hermano y ya sabéis todos a que me refiero. Si no, pues a leer a Rafa o a Sterne, cuando acabéis esta entrada).

Pese a que solo había llevado dos libros – que me parecían pocos para tanto viaje – no estaba espacialmente preocupado ya que confiaba que en Sao Paulo habría al menos una librería internacional en la que comprar algún libro en inglés para los últimos días o para el viaje de vuelta. Dicen que la inocencia es lo último que se pierde, aunque en mi caso parece que es la estupidez ya que o bien no había ninguna librería internacional en todo Sao Paulo o mi enfado porque todas las tiendas cerraran el domingo, como si hubiera hecho un viaje al pasado, me impidieron encontrarla. Así que como un auténtico estúpido me enfrentaba a un viaje de diez horas – esta vez diurno – sin nada que leer y con la única esperanza de encontrar algo en la librería del aeropuerto.

En principio no se trataba de una situación preocupante hasta la angustia ya que mi vuelo salía de un aeropuerto internacional – ya había cogido el vuelo local un par de días antes – por lo que mal se tenía que poner para que no hubiera un bestseller o un clásico apetecible en inglés. En mi primera vuelta de reconocimiento a las tiendas del aeropuerto empecé a angustiarme un poco ya que la oferta estaba un poco, o notablemente, por debajo de lo esperado, que no de lo esperable si pensamos, por ejemplo, en el aeropuerto de Barajas.

En mi segunda o tercera vuelta de reconocimiento por fin la editorial Penguin y mi enciclopédica incultura vinieron a salvarme y localice In Dubious Battle, libro que estaba casi seguro de no haber leído (además de bastante escondido) ya que si bien de Steinbeck soy capaz de nombrar más de un título, incluso en inglés soy capaz de nombrar dos (igual que casi todos), no recordaba ninguno más que esos dos que todos conocemos y que sabemos que no se titulan ni parecido en español. Así que decidido, ya tenía lectura para el avión de vuelta y ya podía tomarme una cervecita tranquilo a la espera de leer sobre huelguistas en la América de la gran depresión cuando todavía se podía ser comunista en América, cuando era todavía más necesario ser comunista en América o cuando cualquiera que no estuviera completamente a favor del capitalismo era considerado comunista (como lo queráis ver).

La parte de la lucha social, que a mi me ha interesado poco (en este caso) es posiblemente la que ha hecho que un libro como este esté editado en Penguin – con categoría de clásico, aunque no estuviera entre los que yo conocía – y parece que también era el motivo por el que la editorial no tenía muy claro editarlo (como me informo el prólogo, que acabe leyendome) ya que pensaba que crearía mucha controversia (al parecer lo hizo y fue muy criticado, pero extrañamente no por los capitalistas – como temia la editorial – sé no por los comunistas que no se sentían reflejados adecuadamente y que consideraban que se les trataba de, como decirlo, panfletarios, sectarios, insensible y obvios). La verdad es que se lee bien y está lleno de observaciones con las que coincido: “you can’t make a general rule of it, because sometimes it flops, but mostly a guy that tries to scare you is a man that can be scared” que no solo contiene una importante verdad sobre las reglas generales si no que es aplicable a muchos otros comportamientos de las personas, no solo a las que intentan intimidarte, ya que la gente suele pensar que todos funcionamos igual; algo que, al menos a mí, siempre me ha servido para relacionarme con el resto del mundo entendiendo las debilidades que no confiesa la gente de sus comportamientos.

Pero, con todo la mejor parte es la explicación que un viejo piquete le da  a uno nuevo sobre uno de mis temas favoritos: “You ought to take up smoking. It’s a nice social habit. You´ll have to talk to a lot of strangers in your time. I don’t know any quicker way to soften a stranger down than to offer him a smoke, or even ask him for one. And lots of guys feel insulted if they offer you a cigarette and you don’t take it. You better start”, y no, no me estoy refriendo al fumar como uno de mis temas favoritos, si no a cómo han cambiado la percepción de las cosas: cosas que antes estaban bien, como fumar o intentar ser inteligente y culto, ahora son hábitos de los que la gente casi habla con dolor, como lacras, y prefieren dedicar todos sus esfuerzos e incluso presumir de lo que antes eran capacidades negativas. Sí, me hago viejo a pasos agigantados – probablemente a causa del tabaco – y cada día entiendo menos el mundo y menos aún a los que ya no son mis contemporáneos, aunque vivamos en la misma época.

Ya de vuelta en Madrid me decidí por Angeles en llamas, que parecía una prometedora novela policiaca, escrita por una mujer, ya que aunque no tengo ningún interés en que mi librería sea paritaria, es algo a lo que le presto la misma atención que a la de que parte de mis escritores sean calvos (calvas), rubios (o rubias), morenos (morenas) o pelirrojos (pelirrojas) entre otros criterios de paridad de vital importancia en estos días. Aclarado este punto supongo que mi afirmación de que no me ha gustado nada me hará parecer un machista total. Seguramente no debería haber comentado nada sobre la identidad sexual de su escritora pero “a lo hecho, pecho” (pecho varonil, me refiero. Que tampoco quiero ganarme un galardón de machista que, creo, otros se merecen más). Incluso siendo una mala novela, tiene alguna frase buena: “Nada hace saltar a por los aires la realidad de nuestras buenas intenciones como la propia realidad” pero que no justifican la simpleza de la novela, la mala escritura (o la mala traducción, que uno nunca sabe) y menos algunos errores de bulto que creo hay en parte de la trama.

He de confesar que cuando compre El juicio de Sören Qvist, lo hice sin fijarme mucho y solo porque las novelas sobre juicios siempre resultan divertidas, o en su defecto entretenidas; concretamente lo hice sin fijarme en que estaba editado por una editorial creada por Javier Marías y sin calibrar este hecho en su justa medida: una novela elegida por alguien cuya foto debería ilustrar la entrada de pedantería en, por lo menos, alguna enciclopedia o diccionario enciclopédico, tenía pocas posibilidades de ser entretenida. Supongo que el hecho de que además fuera la última de una trilogía en editarse junto con el hecho de que tuviera dos apéndices que no iban sobre la novela si no que estaban para reforzar la vanidad del editor debería haberme hecho sospechar, si me hubiera fijado. Si tan solo me hubiera fijado me habría ahorrado leerla, me habría ahorrado las burlas/críticas de mi hermano y no me sentiría mal, como un completo cínico, cada vez que le digo a mi sobrina “hay que fijarse, Alicia. Hay que fijarse”.



Aunque creo que la termine ya empezado septiembre incluyo este mes la lectura de La muerte espera en Herons Park, ya que incluso con el poco tiempo trascurrido ya casi no la recuerdo. Bueno, estoy exagerando: si la recuerdo pero la verdad es que tampoco hay mucho que recordar a que se trata de una investigación de asesinado en un entorno aislado (un hospital militar) que recuerda demasiado a las de Agatha Christie: todos los personajes tienen razones para cometer el crimen (Orient Express) pero los mas sospechosos pues van muriendo o por lo menos los intentan asesinar (Diez Negritos). Una lectura entretenida pero poco mas.

La sustancia del mal – Luca D’Andrea
Los casos de Horace Rumpole, abogado – John Mortimer
In Bubious Battle – John Steinbeck
Angeles en llamas – Tawni O’Dell
El juicio de Sören Qvist – Janet Lewis
La muerte espera en Herons Park – Christianna Brand

martes, 15 de agosto de 2017

Comentario de textos - Julio 2017

Una vez más, coincidiendo con el verano pero sin ninguna relación con el mismo, vuelvo a llegar un poco tarde a esta cita mensual para comentar mis lecturas (mejor no hablar del resto de las citas que debería haber cumplido – escribiendo otras historias – pero que no me ha sido posible llevar a cabo).
Esta vez, sin embargo, tengo una excusa estupenda ya que durante toda la primera semana del mes he estado recorriendo una parte de Brasil. Califico de estupenda a la excusa, no al hecho de estar recorriendo Brasil, que si bien dicho así, sin más detalles, puede resultar una cosa tentadora e incluso prometedora, no ha sido el caso.

Como decía aquel para referirse a la importancia de los detalles: “en la perfección están los detalles, pero la perfección o es un detalle”. Con la frase “me voy a Brasil” una semana, dicha asi sin detalles, todo el mundo asume que te vas una semana a una playa carioca, a recorrer la amazonia, y que aunque tengas que trabajar durante el día pues una vez terminado disfrutaras de un descanso con una bebida local y en compañía de unas garotas. Esa idea, esa imagen, es la que le viene a todo el mundo cuando le comentas que te vas a Brasil y se imaginan todo tipo de cosas estupenda, se imaginan disfrutando de una lista similar, o idéntica, a aquella extensa lista que uno de los de Les Luthiers enumeraba en una canción de su primer disco.

Si añadimos las ciudades a visitar (Ribeirao Preto, Caiçara, Mogi Mirim y Araçatuba) puede que alguno modifique esa idea idílica de una visita a Brasil pero algunos se mantendrán en la idea inicial ya que esos nombres no les dicen nada, puede que incluso por exóticos y desconocidos les parezca incluso más interesante. Puede que piensen que eso es incluso mejor que visitar los típicos Rio de Janeiro, Natal o Minas Gerais. Más exótico desde luego que es, como venir a España y en lugar de visitar Madrid o Valencia pues uno visita Cáceres y Logroño, menos de turista y más de viajero.
Pero como imagino que a vosotros los nombres de estas ciudades os dicen tan poco como a mí (antes de ir) para situarlas en un mínimo contexto os contare que en el viaje de vuelta un brasileño, treinta-cuarenta añero, razonablemente educado y me atrevo a suponer no culto en la geografía básica del Brasil, me pregunto por qué parte de Brasil había estado y yo le enumere los sitios. Pues bien, de las cuatro ciudades: una si le sonaba, otra sabia más o menos por donde estaba porque un compañero de su Colegio en Sao Paulo era de allí pero no había estado nunca, pero de las otras dos no le sonaba ni el nombre. El, que era de Sao Paulo, no podía imaginarse en qué región de Brasil podían estar ya que no las había oído nombra nunca (ni nombrar, ni por escrito, que os veo culpando a mi vocalización) pero imagina que lejos. Tuve que desengañarle y decirle que eran ciudades de la región de Sao Paulo, por lo que estaban razonablemente cerca de done había vivido toda su vida. No daba crédito y ponía cara de decir “si tú lo dices”, como yo la pondría si me mencionan que han visitado en España Motilla de Palancar, por decir algo.

El viaje me ha servido para entender la respuesta del otro de Les Luthiers que a casa Brasil contestaba con un Bananas, como si eso fuera o único que existiera en Brasil. Realmente era  prácticamente lo único que había en el Brasil que me ha tocado visitar.

En cualquier caso, ha sido un viaje de trabajo bastante intensillo, de esos de despertarse antes de las seis de la mañana, coger un coche para conducir unas tres horas, pasarse el día visitando depuradoras e intentando que los operarios, pero sobre todo sus jefes, no me contaran demasiadas mentiras sobre cómo funcionan las instalaciones a su cargo, volver a conducir tres horas para llegar agotado a un hotel semi-aislado en la periferia de un núcleo urbano poco conocido y volver a repetir todo al día siguiente, modificando solamente el rumbo de viaje.

Agotador, pero por estas cosas es por las que me pagan y, para que negarlo, a mí me divierte mucho cuando la gente intenta engañarme sobre un tema que conozco. Me resulta tan entrañable que a veces casi me dan ganas de interrumpir sus mentiras para  darles un abrazo diciéndoles cariñosamente “déjalo, no está colando. ¿Quieres, por favor, contarme algo que tenga algún sentido y se parezca a la verdad?”.

Hasta aquí mi excusa por el retraso, que he alargado en parte porque ha sido un mes verdaderamente extraño, y escaso, en cuanto a lecturas y en parte porque soy completamente de contar una historia corta, lo mío son las novelas decimonónicas, y mi verborrea escrita me lo impide. Ahora a por las lecturas, o casi mejor dicho (como se verá) a por las no-lecturas de este mes.

Si el mes pasado había acabado el mismo leyendo tebeos (comics, perdón; que me los ha dejado Álvaro y por lo tanto son de adultos serios, cuasi hípsters y los tebeos son otra cosa) este lo he empezado igual y me he leído Muerdeuñas, Inyeccion y The Delinquents, ninguno delos cuales me ha parecido ni medio interesante.






Leídos los tebeos (perdón, los comics) cuando andaba pensando en ir a visitar mis librerías me acorde de que por la oficina (el ex recibidor de casa de Álvaro y L) andaba un libro que mi sobrino Rafita le había regalado a L, uno de esos tomos increíbles que tanto les gustan los escritores rusos y que suelen ser entretenidos: El maestro y margarita de Bulgakov. Ya tenía lectura, ya tenía una quinientas páginas por delante de lo que esperaba fuera una historia apasionante. No estoy seguro de cuantas páginas conseguí aguantar, ya que he quitado el marcador y no he tomado nota, pero dudo que llegara a la página doscientos sin decidir que no pensaba leer ni una página más. Puede que luego la novela mejore notablemente y que de verdad sea un clásico de la literatura rusa, un nombre como Bulgakov, se lo merece, pero yo solo puedo deciros que yo me arrastre durante esas páginas hasta que me decidí a dejarlo.




Afortunadamente para entonces Álvaro y L ya habían vuelto de una corta escapada a Edimburgo, aprovechando que habían colocado a Alicia en un campamento de verano, y habían sido tan amables de traerme un par de libros.

Uno de ellos, The Red Road, había sido una recomendación de Lindsay Hutton (una de esas personas a las que me gustaría parecerme de mayor, o mejor dicho, una de esas personas a las que me habría gustado parecerme en cualquier momento ya que para llegar a ser Lindsay de mayor hay que haber sido Lindsay toda la vida. Una cosa así no se improvisa, no se consigue ese encanto de la noche a la mañana, ni siquiera por milagro). Al principio tenía miedo de que en lugar de inglés estuviera en escoces, o en lo que en Escocia pasa por considerarse inglés y que en mi experiencia no se entiende ni con un diccionario de varios tomos y fonético. Afortunadamente estaba escrito en un inglés correcto y legible; desafortunadamente se trata de una novela de crímenes sin el menor interés y a la que tampoco conseguí engancharme lo suficiente como para acabarla por lo que tampoco os puedo asegurar que no sea buena, ni que sea una mala novela. Eso sí, por aclarar las cosas no es que la novela viniera recomendada por Lindsay por ser buena, siendo el único motivo para recomendar su compra en Edimburgo que la autora fuera oriunda de Glasgow y escribiera sobre Glasgow. Ya, ya os veo, a mi también me parece raro que recomendaran esta compra en Edimburgo pero que queréis que os diga, puede ser que los escoceses sean así de raros, o puede que en lugar de en Edimburgo Álvaro y L estuvieran en Glasgow o puede que la autora fuera del mismo pueblo que Lindsay a mitad de camino entre ambos. ¿Quién puede saberlo?

Además de esta novela y por una razón, en general, mucho más fiable que cualquier recomendación como es la de que tenga una portada bonita también me trajeron The Power que la verdad es que tiene su gracia. Es una especie de fábula en la que las mujeres, por una mutación, adquieren un poder físico que les permite dominar a los hombres creando una nueva sociedad en la que básicamente se intercambian los papeles de género. Si bien el proceso de adaptación a esta nueva situación está descrito con cierta gracia – como se quiere prohibir el uso de este poder, como se fomenta – al final, a mí por lo menos, me queda la idea de que la diferencia seria mínima salvo por la nomenclatura de género, estando al cargo el género que tiene más capacidad de hacer daño al otro género ya que en palabras de la propia autora “gender is a shell game, what is a man? Whatever a women isn’t. What is a woman? Whatever a man is not. Tap on it and it’s hollow. Look under the shells:it’s not there” y que para mí es tan incomprensible como la existencia de daltónicos de nacimiento (daltónicos en el sentido cultural clásico de confundir el verde con el rojo y viceversa y no en el sentido real que es el de no distinguir los colores) ya que si han aprendido a llamar al verde rojo y al rojo verde ¿Cuál es el problema? Obviamente si ven un semáforo rojo, ellos lo verán verde pero lo llamaran rojo por lo que se pararan (a menos que sean brasileños donde en las indicaciones de las plantas si un equipo está funcionando está en rojo y si está parado está en verde, según lo que me han explicado).

Mi siguiente lectura, o no lectura, tiene que ver con la aparición estelar de mi querido sobrino Rafita ya que debido a que me había pedido ayuda con un negocio en el que ha decidido meterse con unos amigos decidió regalarme un libro en agradecimiento a la atención que le preste (algo que ya había hecho antes regalándome un disco de The Knack y que pese a ser totalmente innecesario demuestra sus “maneras y buenos modales” que espero que dice el refrán “abren puertas principales” y al que – como si fuera un entrevista televisivo – le mando un saludo y le recuerdo que si necesita algo ya sabe dónde ando). En un increíble ataque de inteligencia, a los que he de reconocer que no es muy propenso, sabiendo que escribo este blog de libros del que según el mismo es lector decidió mirar a ver que autores me habían gustado últimamente y parece que el que más le convenció, le pareció que más me había gustado, era John D. MacDonald. Así que el buen muchacho tomo nota del nombre y se dirigió – casi seguro a la FNAC – a comprarme Adiós en azul que había leído ya que, como digo, había leído que me gustaba el autor. Una lástima que este futuro filólogo no hubiera leído un poco más de lo escrito por mí, especialmente la entrada en la que comento este libro como ya leído y ciertamente como un libro que me gusto. En fin, cosas que pasan y aunque no voy a releer el libro le agradezco sinceramente el detalle (lástima que no tenga concentración suficiente para haber leído toda la entrada del blog).

Con esta última no lectura ya se estaba acabando el mes y yo ya empezaba a preparar mi viaje a Brasil. Más de diez horas en el Madrid-Sao Paulo, más otra hora en un vuelo interior, más las horas de espera previas y entre medias, a las que hay que sumar no solo la vuelta si no también las lecturas antes de dormir imponían la necesidad de viajar con más de un libro y se hacía totalmente necesaria una visita a la librería Méndez de la calle mayor ya que con mi velocidad de organización no me daba tiempo, una vez más, a visitar la librería Fuenfria de Cercedilla (pero estoy seguro de que habéis pasado a saludar en mi nombre por la que ya es vuestra librería de referencia).

Obviamente mi idea era la de ni tan siquiera empezar ninguno de los libros que me había comprado antes de iniciar el viaje ya que no quería ni dejar un libro a mitad (después de la racha que llevaba de dejar libros a mitad este mes) no tampoco tener que llevarme un libro casi terminado, cargando con un peso muerto. Esa era la idea pero el sábado, un poco aburrido de trabajar, empecé a leer La vida Negociable y antes de que pudiera arrepentirme por tenerlo empezado para el viaje ya me lo había terminado. Si bien no me ha reconciliado totalmente con Landero y sigo prefiriendo son primeras novelas obviamente me gusto bastante, la escritura y el propio concepto que se enuncia en el título. Con todo tengo una objeción al libro ya que aunque puedo entender que Landero situé la acción unas décadas por delante de lo que sería aconsejable con el fin de distanciarse tanto de la posguerra como incluso de la transición a fin de no hacer otra novela que sea clasificada como de la transición creo que esto la hace cojear un poco ya que algunos usos y costumbres de la época que describe no se corresponden, no solo delatando la edad del autor si no, lo que es peor, la mala ubicación temporal de algunos personajes.

Por otra parte sé que los textos de las solapillas no los escriben los autores pero creo que si deberían revisarlos aunque fuera someramente. Me resulta muy chocante que cuando, al menos para mí, gran parte de la historia está en saber si su protagonista negociara con la vida y se convertirá en peluquero que él no quiere ser, la solapilla nos informe directamente que es un peluquero el que cuenta a sus clientes la historia, marcando claramente un once en la escala Spoiler (a mí en concreto los spoilers no me molestan demasiado y perfectamente puedo leer una historia que se cómo acaba pero en este caso creo que ha sido un error significativo e innecesario).

En cualquier caso y para que quede claro: puede que Brasil sea un sitio estupendo que merezca la pena visitar, pero de otra forma: no como viajero o viajante si no como turista y turisteando.



Muerdeuñas – Williamson, Henderson, Guzowski, Hill, Levin
Inyección – Ellis, Shalvey, Bellaire
The Delinquents – Asmus, Van Lente, Kano
El maestro y Margarita – Mijail Bulgakov
The red road – Denise Mina
The Power – Naomi Alderman
Adiós en azul – John D. MacDonald

La vida negociable – Luis Landero

viernes, 14 de julio de 2017

Comentario de textos - Junio 2017

Hacía ya varios años que no me acercaba por la feria del libro, algo que supongo era una tradición familiar (de la que no tengo recuerdo) y que mantuve como tradición personal, con amigos, durante muchos años para luego abandonar totalmente.

Supongo que las razones por las que deje de acudir a la feria del libro fueron variadas y seguro que en mayor o menor medida entre ellas se cuentan la perdida de contacto con aquellos amigos que me solían acompañar, mi creciente aversión a las multitudes y también el hecho de que en los últimos años en los que acudí la mayoría de las casetas eran de librerías, con muy pocas editoriales, lo que obviamente la convertía en algo tan aburrido como pasear tropecientas veces por los pasillos de la zona de libros de una gran superficie interminable, viendo una y otra vez los mismos libros en casi todas las casetas. Algo realmente agotador que no compensaba el placer de tomarse luego una cerveza, o incluso más habitualmente durante la primaveral tormenta veraniega que, por lo menos para mí, siempre ha caracterizado mis visitas a la feria del libro.

A mí siempre me ha llovido torrencialmente en la feria del libro, desde la primera de la que tengo recuerdo: una en la que me compre el primer tomo de El Señor de los Anillos (ejemplar que preste a Manolo Die Deán, y que nunca me devolvió y yo no he vuelto a comprarme ya que quiero pensar, pese a que de esto haga más de treinta años, que algún día me lo devolverá) y cosas súper-hippies; pasando por aquellas en las que Jacobo y yo buscábamos libros de poetas franceses o malditos para escribir canciones, cunado no directamente copiar partes enteras (lo que técnicamente se llama homenajear a los autores) y en una de las cuales nos gastamos todo el dinero que teníamos destinado para las cervezas de ese día, o de esa semana, en comprar los dos tomos de todas las canciones de Bob Dylan (hasta aquel momento del que ya hace también mucho tiempo) en una edición bilingüe que he tenido que reemplazar por una edición posterior no bilingüe (eso si, solo en ingles que para algo es uno un cultureta), porque no se bien como, porque motivo, con que chantajes emocionales exactos, mi hermana Maite se acabó quedando con aquellos dos volúmenes que a diferencia del primer tomo de El Señor de los Anillos sé que nunca recuperare; hasta las últimas que recuerdo en compañía de Lourdes y de Barcina (cuando Lourdes y yo ya no éramos pareja, pero quedábamos para ir a la feria a dar un paseo por tradición, pero antes de que Barcina dejara totalmente de beber para convertirse en un montañero), en todas ellas me ha llovido, o al menos ha llovido en mi recuerdo y nos hemos refugiado en un bar con unas cervezas antes de saturarnos de la propia feria.

Este año, sin embargo, no llovió durante mi visita a la feria del libro, algo que además de extraño hizo que la misma se alargara un poco más de lo necesario, de lo aconsejable, y que no acabara precipitadamente con unas cervezas en el bar más cercano si no con mucha calma y una vuelta lenta a la totalidad de la feria y con mi sobrina Alicia tomándose un zumo de alguna fruta absurda y de un color no excesivamente natural (diría yo, o dicen mis reciente recuerdos) mientras comprobaba todo lo que se había feriado. Porque realmente fue Alicia la única que se ferió libros de motu proprio (por ella se habría comprado casi todas las colecciones de El Club de Tea, y digo casi todas porque aún no está por la labor de comprarse libros repetidos y su prodigiosa memoria le da de sobra para recordar que libros tiene, no como a otros que acaban comprándose libros que ya se han leído y, ojo, que no miro a nadie… ya que no tengo ningún espejo a mano).

El caso es que, pese a que mis expectativas  eras bajas yo llevaba una actitud razonablemente positiva frente a la compra de libros y eso que mis últimos recuerdos eran los de ver solamente librerías y en todas ellas los mismos libros, caseta tras caseta, tras caseta hasta que llegara la lluvia salvadora que nos arrastrara desde el paseo de coches hasta el bar, aunque fuera artificialmente cuesta arriba ya que como todo el mundo sabe los bares más cercanos están cuesta arriba por, supongo, una maldición bíblica.

Si bien no tuve suerte con la lluvia he de reconocer que este año me sorprendió la proporción de editoriales y como consecuencia la variedad de la oferta aunque nada consiguió tentarme especialmente para comprármelo.

Además de ver algunas editoriales interesantes, pero nada lo suficientemente tentador, también pare en la caseta de mi librería de referencia, la Librería Méndez, pero solo lo hice para saludar y prácticamente no mire lo que tenían expuesto (yo soy un tipo más de interior y prefiero mirarlo acompañado por su poco de aire acondicionado en verano) y si no pude parar en mi otra librería de referencia, la librería Fuenfría de Cercedilla que estoy seguro que todos visitareis más de una vez este verano, por no tener presencia en la feria tampoco pude parar a saludar al librero Tarambana ya que pese a que mi sobrina quería acudir el día que este, también denominado su tío Rafa, estuviera ejerciendo de famoso firmando ejemplares suyos (o de otros, que es algo que practica desde pequeño), la posibilidad de visitar la feria en fin de semana está completamente fuera de mis capacidades actuales de concentración y aguante frente a las multitudes de mis semejantes (semejantes en cuanto a especie, se entiende que cada día me siento más lejos de ellos).

Pese a que no encontré nada que me tentara para mí si compre un par de libros: uno para mi hermana (American Gods de Gaiman en español), que andaba imposibilitada de mirar nada por la atención que requiere Alicia,  y otro para Álvaro (igual debería decir mejor: con la excusa de Álvaro), que debería decir que le pasaba algo parecido, aunque un poco menos y si consiguió mirar alguna caseta sin la insistente presencia de Alicia, aunque creo que solo de Comics (puede que porque a Alicia también le interesaran estas casetas o puede que por otro motivo).

La novela que compre para Álvaro era Zebulon, que en palabras del vendedor de la editorial era un gran western crepuscular, del que diré que había oído hablar solo porque se iba a presentar en una librería del barrio (aunque nunca llegue a enterarme bien de cuando y donde) y por el que tenía un cierto interés por una razón tan válida (o tan poco valida) como que el autor se apellida Wurlitzer y no `por eso del western crepuscular. Obviamente como yo no tenía nada que leer se la robe, no ese mismo día, que uno no es de ese tipo de personas, si no un par de días después cuando comprobé que todavía no la había empezado y que si era buena me daría tiempo a leerla prácticamente antes de que notara su ausencia.

Si bien no estoy seguro de que Alvaro haya notado la ausencia de la novela (ya que le preste la versión americana de Amrican Gods, no para distraerle, si no a petición propia) ciertamente podía haberse dado cuenta ya que aún no se la he devuelto. De hecho ni siquiera me la he terminado habiéndome costado un esfuerzo excesivo llegar hasta la página 142 donde definitivamente me quede atascado, sin posibilidad de avance y ciertamente tampoco de retroceder, aunque si esto fuera posible hubiera retrocedido tranquilamente y la habría dejado en la mesa de casa de Álvaro completamente olvidada. Lástima eso de no poder volver atrás en el tiempo, algo que si ciertamente fuera posible y estuviera al alcance de todos haría que la vida fuera sencillamente un caos sin ningún sentido (todos volviendo todo el tiempo atrás cada vez que a uno no le guste algo… una combinatoria sencillamente imposible) y lástima que la novela no me haya gustado ya que me habría gustado comprar más novelas de Mr. Wurlitzer.

Aunque parezca increíble mi pelea con esta novela me había acercado a las puertas del día 20, que amablemente Amazon se empeñaba en recordarme seria el día que se pondría a la venta la nueva novela e Don Winslow. Estaba a punto de pedirla por Amazon, traicionando a mis librerías de referencia con mi clásica excusa de comprarla en versión original (que merece mucho la pena en el caso de Winslow) cuando al mirar el calendario me di cuenta de que ya estaba casi a punto para intentar irme a Piles a pasar unos días, tomarme un arroz al horno y seguir dándole la lata a la rama de mi familia que me aguanta a diario por aquello de que tengo la oficina montada en el recibidor de su casa y de que solo tenía por leer otras 140 páginas de esa novela que ya casi había decidido dejar.
Así que antes de pedir la novela de Winslow, en versión original, me decidí a realizar una visita a mi librería, que en cierta medida les había prometido en la feria del libro, y aprovechando que tenía que atender a una conferencia en la Real Academia de Ingeniería decidí salir con tiempo y parar en la calle Mayor. En principio, no parecía una gran idea ya que luego tendría que ir cargando con los libros – no, no tenía duda de que compraría un cierto número de ellos – hasta la conferencia y de vuelta a casa bajo un calor que, sin llegar a ser el de estos días, ya era un poco excesivo para hacer agradable el paseo; pero las otras opciones eran: la traición a mis librerías, quedarme sin nada que leer para el viaje a Piles, o – la más descabellada conociendo mi escasa movilidad, pero la que os aconsejo siempre – acercarme a Cercedilla.

Normalmente de camino de la librería Méndez siempre me asalta uno de esos grandes dilemas de  la humanidad del tipo ¿antes o después? Ya sabéis de que os hablo: ¿me compro una palmera de chocolate en la pastelería El Riojano antes de entrar o al salir? Hace algunos años la solución era evidente ya que en realidad no existía un dilema: me compraba una antes de entrar y otra (o más de una) al salir. Sin embargo ahora, por aquello de la vigilancia médica, este es un dilema de difícil solución: comprarla antes de ir tiene la ventaja de la retribución inmediata y de (como en Annie Hall, con lo de los besos) liberar la mente del dilema pero claro un día de calor tienes el riesgo de mancharte mucho con el chocolate y tampoco se trata de ponerte luego a ojear libros con los dedos llenos de chocolate; comprarla después permite una satisfacción más tranquila ya que la distancia entre ambos establecimientos es un poco escasa para disfrutar con deleite de una exquisitez como esta. Afortunadamente como esta vez mis pasos a la salida me llevarían en la dirección contraria y como yo tengo una norma casi sagrada de no retroceder cuando estoy dando un paseo (entre otras muchas como que no vale cruzar la calle para ver una tienda o que no vale volver por la misma calle en el mismo día, que configurar mi idiosincrática personalidad, o como les gusta definirla a algunos: mi idiotica personalidad) me había librado del dilema, lo que obviamente me producía una cierta alegría.

Sin embargo mi alegría duraría poco ya que nada más entrar a la librería me di cuenta de que allí estaba la traducción del nuevo libro de Winslow: Corrupción Policial lo que obviamente me planteaba otro de esos dilemas universales. Mi primer instinto fue ignorar la existencia de la traducción (para mis lectores menos avispados – no miro a nadie sobrino, ya sabes que yo también te quiero y deseo que, algún año, acabes filología – aclaro que el dilema era cuál de las dos comprar, si la traducción o el original), manteniendo mis planes de traición de comprarme la versión original, ya que habían traducido una novela que se llama The Force, como Corrupción Policial, algo que así directamente te estropea parte de la trama sin ninguna necesidad y por supuesto no auguraba nada bueno, pero pensando en que las vacaciones estaban cerca y que posiblemente me la leyera en Piles donde podría ser disfrutado por algunos familiares a los que lo de leer en ingles no les tienta pues casi parecía más razonable (tanto económicamente como ambientalmente) comprar la versión traducida. A mi ninguna de estas razones me parecía especialmente importante pero como tampoco tenía mucho que recomendarle a L para la playa pues me decidí por la versión traducida.

No voy a decir que la decisión fuera un error ya que la novela es lo suficientemente buena pero si estoy en condiciones de afirmar que no es lo mismo y obviamente puedo afirmar que es mucho mejor en inglés. Ahora es cuando podéis decir que no tengo ninguna prueba de esta afirmación y que una vez más estoy haciendo afirmaciones en el más puro estilo familiar o incluso de mi colectivo profesional: sin ninguna base. Pues que sepáis que os equivocáis y que esta vez tengo pruebas: tantas pruebas como novelas tiene Winslow (descontando, de una vez y para siempre El Cartel que para mí no es que sea la única novela mala de Winslow, es que: no es una novela si no un tocho bastante infumable) ya que su estilo de frases cortas que repite a modo de estribillo de canción se pierde completamente al pasarlo al español y posiblemente a otros idiomas (sinceramente no creo que sea culpa del traductor – lo del título tampoco creo sea culpa suya, si no de la editorial – si no de las propias diferencias entre los idiomas; pero que sabré yo de estas cosas). El caso es que, a diferencia de lo que me había costado avanzar en la de Mr. Wurlitzer, en un par de días me había leído las más de quinientas páginas que tiene, y la había disfrutado.

Mi siguiente compra, Los Cinco y yo, fue una que se me olvido hacer en mi anterior visita; más que un olvido – que en cierta medida iba con la idea de comprarla – fue que no la vi, me lie con otras cosas, al final no la compre y cuando llegue a casa pues me di cuenta de que no la había comprado (ya sabes, lo típico, vas a comprar el pan y vuelves a casa con un par de bolsas del supermercado pero obviamente en ninguna de ellas hay una barra de pan, ni tan siquiera un mísero chusco de pan). En cualquier caso la banda que tenía esta segunda edición, junto con algunos de los comentarios de la solapilla, me tenían confuso ya que parecían indicar que se trataba de una novela divertida (creo que ponía textualmente la más divertida) e incluso hilarante y la verdad es que a mí, habiendo leído (creo) todo lo publicado de Orejudo (junto con alguna cosa no publicada, o publicada muy marginalmente) y pareciéndome, como me parece, un gran escritor (iba a poner un muy buen escritor pero no sé si es muy correcto, así que me he decidido por un gran, que queda mejor, más preciso posiblemente,  y si lo lee le hará más ilusión) pues me resulta tan difícil aplicarle el adjetivo de divertido a lo que escribe que prefiero no comentar sobre las posibilidades de aplicarle lo de hilarante.  No quiero decir que Orejudo sea aburrido, que no lo es, pero de eso a divertido o hilarante hay varias bibliotecas de Alejandría.

No creo que sea una mala novela pero a mí no me ha gustado, de hecho lo que me ha parecido es que quería escribir otra novela – que si podría ser divertida – creo que él quería haber escrito la novela que en su novela adjudica a Rafa: la de cómo serían los cinco de mayores, pero que por algún motivo no se ha decidido a escribirla. Posiblemente porque en cierta medida para escribir esa historia de cómo serían los cinco de mayores no basta con un solo escritor si no que se necesitan al menos dos escritores amigos (preferiblemente tres o más) y unas cuantas botellas de whisky, una novela como esa necesita una sesión de sentarse con tus amigos a beber y ponerse a desbarrar como hacías cuando tenías menos de veinte años y se te ocurrió por primera vez la posibilidad de hacer esto (algo que estoy seguro que comentaron más de una vez hace muchos años ambos dos – Reig y Orejudo – posiblemente con la connivencia de Lopez, Chavi, Nogales, Becerra, Ridao… en aquellos tiempos de La Perla de Lab-UAM).

Creo que ya lo he comentado otras veces y pese a que es algo que me ha dado más decepciones que alegrías si un editor le pone a un libro una faja con una frase elogiosa de cualquiera de mis escritores favoritos ha vendido un libro más ya que es casi seguro que yo lo compre en cuanto lo veo. Eso, lo de comprarlo, fue lo que me paso con Visitation Street que Lehane elogiaba en la faja. Afortunadamente no me ha decepcionado lo mas mínimo, de hecho me ha parecido un gran libro lo que es decir mucho para un libro en el que realmente no pasa nada significativo, para un libro de esos de personajes que es lo que es, incluso aunque yo no tenga muy claro a que me refiero. Supongo que lo que quiero decir es que más que la historia que se cuenta – que no tiene nada de especial: unas chiquillas salen a dar una vuelta en barca, una muere y así empieza la historia -  lo bueno del libro son las descripciones de los personajes y de sus relaciones (aunque alguno, por absurdo o poco creíble, a mí me sobra pero esto queda compensado con creces con otros) e incluso en este caso de sus relaciones con una parte de Brooklyn, de las esperanzas y decepciones de los mismos. No puedo dejar de advertiros que aunque parece corta se hace larga, pero larga en un buen sentido; para mi es simplemente una especie de efecto óptico en el que parece que has leído mucho y sin embargo no has avanzado tanto como pensabas, igual es porque has disfrutado de una forma pausada.

Juan Madrid no es uno de mis escritores favoritos, aunque en general lo que he leído de él me ha gustado y todavía recuerdo con sorpresa ese libro que era una especie de ejercicio de taller de literatura en el que cogía una noticia del periódico y escribía un cuento inventándose una historia. Inevitablemente me recuerda a la única vez que una empresa seria me sometió a un proceso de selección con su departamento de recursos humanos en el que nos hicieron varios test de personalidad y de inteligencia ya que una de las pruebas era que te daban una ilustración y te pedían que explicaras una historia que encajara con la ilustración. (a mí me dieron una de un padre y un hijo en un despacho y bueno… la historia se complicó bastante para el poco tiempo que tenía pero ya, si eso, intento acordarme otro día).

Supongo que en circunstancias normales no habría comprado Perros que duermen pero con un posible viaje a Piles por delante parecía una lectura que, cuando menos, seria entretenida y playera (no en un sentido de playero en plan surf y eso, sí no más bien en el de tener el cerebro medio apagado y disfrutar de la lectura con la mitad despierta). Igual fue precisamente por esta esperanza de leerlo con medio cerebro por lo que me gusto ya que en lugar de la típica novela de crímenes o de los bajos fondos se trata de una novela razonablemente seria sobre la postguerra civil y el régimen de Franco. Iba a escribir razonablemente verosímil pero por una parte me he dado cuenta de que no tengo ni idea de la verosimilitud o no de las descripciones que se hacen en la novela y por otra parte (o por la misma) el otro día hablando de esta novela Rafa me pregunto si me había tirado para atrás lo de Franco, que algunas personas (incluso casi a el mismo) le había echado un poco para atrás y yo me quede un momento en blanco. No porque no me acordara de a que se refería con lo de Franco – que si recordaba perfectamente la escena – si no porque yo lo había leído como completamente ficticio y pese a que se reconoce perfectamente a Franco en ese personaje en concreto para mí no había ninguna relación entre el personaje y la persona. Lo que él se planteaba, me planteaba sobre si podía creerme que Franco hiciera algo así era algo que a lo que no había dedicado ni una conexión neuronal. Ni me había impactado ni me lo había creído, lo había leído como una ficción, como el que lee en una novela que los alienígenas han hecho un pacto con la CIA para que les suministren leche de vaca a cambio de tecnología o como el que lee sobre campos de niños esclavos en la cara oculta de la luna, o era en los campos de marte (lo primero es de una gran película y lo segundo parece que es una pregunta a la que ha tenido que responder un senador de estados unidos).

La verdad es que ahora que lo pienso, después de la pregunta de Rafa, creo que tal vez lo único que le sobra a la novela no es lo de Franco si no que le sobra toda la historia del crimen o la parte pseudopoliciaca. Realmente no le hace ninguna falta todo eso para ser una buena novela sobre la postguerra civil y el régimen de Franco pero imagino que Juan Madrid habrá sucumbido al hecho de tener que ser un escritor de un cierto tipo. Creo que si no hubiera sucumbido a esto y se hubiera centrado en más realismo habría sido mejor novela e incluso podría haber subido a la categoría en la que esta Stephen King de escritor realista tipo Galdos para los que han vivido o pasado tiempo en Maine.

Tal vez una de las cosas más curiosas es esa continuidad que existe en España en los apellidos ya que puede observarse que muchos apellidos siguen manteniendo el mismo peso social pase lo que pase y que los que ya estaban entonces aún siguen y aunque puede que no sea el caso y que no tenga ninguna relación resulta sumamente curioso leer que los nacionales no solo querían envenenar el abastecimiento a Madrid, si no que uno de los generales encargado o ideólogos de esto era un tal Gistaú, apellido que a día de hoy sigue vinculado al mundo del agua en la figura de Roque que ha sido prácticamente de todo incluso director gerente del Canal de Isabel II (igual precisamente para resarcirse de ese antepasado que quería envenenar Madrid).

Hace algunos años me había leído la novela de American Gods en Ingles y aunque me había gustado no me había gustado lo suficiente para para comprarme la especie de secuela que es Anansi Boys y hace nada había visto una serie basada en la novela de la que todo el mundo (venga vale, solo una parte del mundo compuesta en su mayoría por frikis) hablaba maravillas y de cuyo primer capítulo yo también hablo maravillas. Tiene un principio brutalmente impactante que curiosamente no recordaba de la novela aunque pensaba que podía estar porque al fin y al cabo su impacto es básicamente visual, luego baja mucho y al final yo me quede con la sensación de que no solo no me acordaba de nada de la novela (solo de algunas escenas sueltas) si no de que habían tergiversado bastante la historia, metiendo personajes y relaciones que no existían y acabándola de una forma tan lejana de la historia original que resultaba casi indignante. Pero como mi memoria es como es, pensaba que seguramente estaba equivocado y que la serie era fiel al libro, así que aprovechando que se lo había comprado a L y que estaba en Piles me decidí a leerme American Gods, en español, algo que no estoy seguro de si técnicamente puede considerarse como una relectura o más bien lo contrario ya que el proceso normal es leer primero la traducción y luego, ya en plan cultureta, leerse el original.

En cualquier caso, la verdad es que me consoló bastante que el libro se pareciera más a mi recuerdo que a la serie que acababa de ver. También me consoló bastante que mi opinión no hubiera cambiado especialmente y que si bien es un libro entretenido es un poco pajillero y con partes absolutamente infumables, o más bien solo aceptables si uno anda bastante fumado.

Si la novela de Juan Madrid la compre porque necesitaba páginas, que decir de Rendición de Ray Loriga que es un escritor que no me gusta especialmente. Pues supongo que mi única excusa puede ser que intentaba comprobar que escribe la gente de mi edad que es famosa y que, aunque sea de vista, pues conozco. Aun con el riego de parecer que nunca cambio de opinión – algo que todo sea dicho mucha gente cree equivocadamente – he de decir que no veo ninguna razón para modificar ni mínimamente mi opinión. Si bien la premisa inicial del libro que los que se creían los vencedores realmente son los que han sido derrotados tiene su punto (como en el chiste ese de ir invadiendo países más pequeños que el tuyo, rindiéndote y luego convocando elecciones de forma que, al ser más, pues seas el victorioso) tiene su punto que luego no desarrolla, si acaso me siento tentado de reforzarla ya que eso no pillo eso de  “al fin y al cabo lo último que querían era encontrarse con nadie”, puede que este equivocado pero yo en su caso lo que no querría seria encontrarme con alguien. Supongo que estará bien pero a mí me chirria a mas no poder pero bueno por lo menos, aunque sea en un mundo ficticio  refleja la realidad de que los poderosos son “los dueños del agua” pues me gusta por lo de realismo desconocido que tiene.


Zebulon – Rudolf Wurlitzer
Corrupción Policial – Don Winslow
Los cinco y yo – Antonio Orejudo
Visitation Street – Ivy Pochoda
Perros que duermen – Juan Madrid
American Gods – Neil Gaiman

Rendición – Ray Loriga