Una vez más, coincidiendo con el verano pero sin ninguna relación
con el mismo, vuelvo a llegar un poco tarde a esta cita mensual para comentar
mis lecturas (mejor no hablar del resto de las citas que debería haber cumplido
– escribiendo otras historias – pero que no me ha sido posible llevar a cabo).
Esta vez, sin embargo, tengo una excusa estupenda ya que
durante toda la primera semana del mes he estado recorriendo una parte de
Brasil. Califico de estupenda a la excusa, no al hecho de estar recorriendo
Brasil, que si bien dicho así, sin más detalles, puede resultar una cosa
tentadora e incluso prometedora, no ha sido el caso.
Como decía aquel para referirse a la importancia de los
detalles: “en la perfección están los
detalles, pero la perfección o es un detalle”. Con la frase “me voy a
Brasil” una semana, dicha asi sin detalles, todo el mundo asume que te vas una
semana a una playa carioca, a recorrer la amazonia, y que aunque tengas que trabajar
durante el día pues una vez terminado disfrutaras de un descanso con una bebida
local y en compañía de unas garotas. Esa
idea, esa imagen, es la que le viene a todo el mundo cuando le comentas que te
vas a Brasil y se imaginan todo tipo de cosas estupenda, se imaginan
disfrutando de una lista similar, o idéntica, a aquella extensa lista que uno
de los de Les Luthiers enumeraba en
una canción de su primer disco.
Si añadimos las ciudades a visitar (Ribeirao Preto, Caiçara,
Mogi Mirim y Araçatuba) puede que alguno modifique esa idea idílica de una
visita a Brasil pero algunos se mantendrán en la idea inicial ya que esos
nombres no les dicen nada, puede que incluso por exóticos y desconocidos les parezca
incluso más interesante. Puede que piensen que eso es incluso mejor que visitar
los típicos Rio de Janeiro, Natal o Minas Gerais. Más exótico desde luego que
es, como venir a España y en lugar de visitar Madrid o Valencia pues uno visita
Cáceres y Logroño, menos de turista y más de viajero.
Pero como imagino que a vosotros los nombres de estas
ciudades os dicen tan poco como a mí (antes de ir) para situarlas en un mínimo
contexto os contare que en el viaje de vuelta un brasileño, treinta-cuarenta
añero, razonablemente educado y me atrevo a suponer no culto en la geografía básica
del Brasil, me pregunto por qué parte de Brasil había estado y yo le enumere los
sitios. Pues bien, de las cuatro ciudades: una si le sonaba, otra sabia más o
menos por donde estaba porque un compañero de su Colegio en Sao Paulo era de allí
pero no había estado nunca, pero de las otras dos no le sonaba ni el nombre.
El, que era de Sao Paulo, no podía imaginarse en qué región de Brasil podían estar
ya que no las había oído nombra nunca (ni nombrar, ni por escrito, que os veo
culpando a mi vocalización) pero imagina que lejos. Tuve que desengañarle y
decirle que eran ciudades de la región de Sao Paulo, por lo que estaban razonablemente
cerca de done había vivido toda su vida. No daba crédito y ponía cara de decir “si tú lo dices”, como yo la pondría si
me mencionan que han visitado en España Motilla de Palancar, por decir algo.
El viaje me ha servido para entender la respuesta del otro
de Les Luthiers que a casa Brasil contestaba
con un Bananas, como si eso fuera o único que existiera en Brasil. Realmente era prácticamente lo único que había en el Brasil
que me ha tocado visitar.
En cualquier caso, ha sido un viaje de trabajo bastante
intensillo, de esos de despertarse antes de las seis de la mañana, coger un coche
para conducir unas tres horas, pasarse el día visitando depuradoras e
intentando que los operarios, pero sobre todo sus jefes, no me contaran
demasiadas mentiras sobre cómo funcionan las instalaciones a su cargo, volver a
conducir tres horas para llegar agotado a un hotel semi-aislado en la periferia
de un núcleo urbano poco conocido y volver a repetir todo al día siguiente,
modificando solamente el rumbo de viaje.
Agotador, pero por estas cosas es por las que me pagan y,
para que negarlo, a mí me divierte mucho cuando la gente intenta engañarme
sobre un tema que conozco. Me resulta tan entrañable que a veces casi me dan
ganas de interrumpir sus mentiras para darles un abrazo diciéndoles cariñosamente “déjalo, no está colando. ¿Quieres, por
favor, contarme algo que tenga algún sentido y se parezca a la verdad?”.
Hasta aquí mi excusa por el retraso, que he alargado en
parte porque ha sido un mes verdaderamente extraño, y escaso, en cuanto a
lecturas y en parte porque soy completamente de contar una historia corta, lo mío
son las novelas decimonónicas, y mi verborrea escrita me lo impide. Ahora a por
las lecturas, o casi mejor dicho (como se verá) a por las no-lecturas de este
mes.
Si el mes pasado había acabado el mismo leyendo tebeos
(comics, perdón; que me los ha dejado Álvaro y por lo tanto son de adultos
serios, cuasi hípsters y los tebeos son otra cosa) este lo he empezado igual y
me he leído Muerdeuñas, Inyeccion y The Delinquents, ninguno delos cuales me ha parecido ni medio
interesante.
Leídos los tebeos (perdón, los comics) cuando andaba
pensando en ir a visitar mis librerías me acorde de que por la oficina (el ex
recibidor de casa de Álvaro y L) andaba un libro que mi sobrino Rafita le había
regalado a L, uno de esos tomos increíbles que tanto les gustan los escritores
rusos y que suelen ser entretenidos: El
maestro y margarita de Bulgakov. Ya tenía lectura, ya tenía una quinientas páginas
por delante de lo que esperaba fuera una historia apasionante. No estoy seguro
de cuantas páginas conseguí aguantar, ya que he quitado el marcador y no he
tomado nota, pero dudo que llegara a la página doscientos sin decidir que no
pensaba leer ni una página más. Puede que luego la novela mejore notablemente y
que de verdad sea un clásico de la literatura rusa, un nombre como Bulgakov, se
lo merece, pero yo solo puedo deciros que yo me arrastre durante esas páginas
hasta que me decidí a dejarlo.
Afortunadamente para entonces Álvaro y L ya habían vuelto de
una corta escapada a Edimburgo, aprovechando que habían colocado a Alicia en un
campamento de verano, y habían sido tan amables de traerme un par de libros.
Uno de ellos, The Red
Road, había sido una recomendación de Lindsay Hutton (una de esas personas
a las que me gustaría parecerme de mayor, o mejor dicho, una de esas personas a
las que me habría gustado parecerme en cualquier momento ya que para llegar a
ser Lindsay de mayor hay que haber sido Lindsay toda la vida. Una cosa así no
se improvisa, no se consigue ese encanto de la noche a la mañana, ni siquiera
por milagro). Al principio tenía miedo de que en lugar de inglés estuviera en
escoces, o en lo que en Escocia pasa por considerarse inglés y que en mi
experiencia no se entiende ni con un diccionario de varios tomos y fonético. Afortunadamente
estaba escrito en un inglés correcto y legible; desafortunadamente se trata de una
novela de crímenes sin el menor interés y a la que tampoco conseguí engancharme
lo suficiente como para acabarla por lo que tampoco os puedo asegurar que no
sea buena, ni que sea una mala novela. Eso sí, por aclarar las cosas no es que
la novela viniera recomendada por Lindsay por ser buena, siendo el único motivo
para recomendar su compra en Edimburgo que la autora fuera oriunda de Glasgow y
escribiera sobre Glasgow. Ya, ya os veo, a mi también me parece raro que
recomendaran esta compra en Edimburgo pero que queréis que os diga, puede ser
que los escoceses sean así de raros, o puede que en lugar de en Edimburgo Álvaro
y L estuvieran en Glasgow o puede que la autora fuera del mismo pueblo que
Lindsay a mitad de camino entre ambos. ¿Quién puede saberlo?
Además de esta novela y por una razón, en general, mucho más
fiable que cualquier recomendación como es la de que tenga una portada bonita también
me trajeron The Power que la verdad
es que tiene su gracia. Es una especie de fábula en la que las mujeres, por una
mutación, adquieren un poder físico que les permite dominar a los hombres
creando una nueva sociedad en la que básicamente se intercambian los papeles de
género. Si bien el proceso de adaptación a esta nueva situación está descrito
con cierta gracia – como se quiere prohibir el uso de este poder, como se
fomenta – al final, a mí por lo menos, me queda la idea de que la diferencia
seria mínima salvo por la nomenclatura de género, estando al cargo el género
que tiene más capacidad de hacer daño al otro género ya que en palabras de la
propia autora “gender is a shell game,
what is a man? Whatever a women isn’t. What is a woman?
Whatever a man is not. Tap on it and it’s hollow. Look under the
shells:it’s not there” y que para mí es tan incomprensible como la
existencia de daltónicos de nacimiento (daltónicos en el sentido cultural clásico
de confundir el verde con el rojo y viceversa y no en el sentido real que es el
de no distinguir los colores) ya que si han aprendido a llamar al verde rojo y
al rojo verde ¿Cuál es el problema? Obviamente si ven un semáforo rojo, ellos
lo verán verde pero lo llamaran rojo por lo que se pararan (a menos que sean
brasileños donde en las indicaciones de las plantas si un equipo está
funcionando está en rojo y si está parado está en verde, según lo que me han explicado).
Mi siguiente lectura, o no lectura, tiene que ver con la aparición
estelar de mi querido sobrino Rafita ya que debido a que me había pedido ayuda
con un negocio en el que ha decidido meterse con unos amigos decidió regalarme
un libro en agradecimiento a la atención que le preste (algo que ya había hecho
antes regalándome un disco de The Knack
y que pese a ser totalmente innecesario demuestra sus “maneras y buenos modales”
que espero que dice el refrán “abren puertas principales” y al que – como si
fuera un entrevista televisivo – le mando un saludo y le recuerdo que si
necesita algo ya sabe dónde ando). En un increíble ataque de inteligencia, a
los que he de reconocer que no es muy propenso, sabiendo que escribo este blog
de libros del que según el mismo es lector decidió mirar a ver que autores me habían
gustado últimamente y parece que el que más le convenció, le pareció que más me
había gustado, era John D. MacDonald. Así que el buen muchacho tomo nota del
nombre y se dirigió – casi seguro a la FNAC – a comprarme Adiós en azul que había leído ya que, como digo, había leído que me
gustaba el autor. Una lástima que este futuro filólogo no hubiera leído un poco
más de lo escrito por mí, especialmente la entrada en la que comento este libro
como ya leído y ciertamente como un libro que me gusto. En fin, cosas que pasan
y aunque no voy a releer el libro le agradezco sinceramente el detalle (lástima
que no tenga concentración suficiente para haber leído toda la entrada del
blog).
Con esta última no lectura ya se estaba acabando el mes y yo
ya empezaba a preparar mi viaje a Brasil. Más de diez horas en el Madrid-Sao
Paulo, más otra hora en un vuelo interior, más las horas de espera previas y
entre medias, a las que hay que sumar no solo la vuelta si no también las lecturas
antes de dormir imponían la necesidad de viajar con más de un libro y se hacía totalmente
necesaria una visita a la librería Méndez de la calle mayor ya que con mi
velocidad de organización no me daba tiempo, una vez más, a visitar la librería
Fuenfria de Cercedilla (pero estoy seguro de que habéis pasado a saludar en mi
nombre por la que ya es vuestra librería de referencia).
Obviamente mi idea era la de ni tan siquiera empezar ninguno
de los libros que me había comprado antes de iniciar el viaje ya que no quería ni
dejar un libro a mitad (después de la racha que llevaba de dejar libros a mitad
este mes) no tampoco tener que llevarme un libro casi terminado, cargando con
un peso muerto. Esa era la idea pero el sábado, un poco aburrido de trabajar, empecé
a leer La vida Negociable y antes de
que pudiera arrepentirme por tenerlo empezado para el viaje ya me lo había terminado.
Si bien no me ha reconciliado totalmente con Landero y sigo prefiriendo son
primeras novelas obviamente me gusto bastante, la escritura y el propio concepto
que se enuncia en el título. Con todo tengo una objeción al libro ya que aunque
puedo entender que Landero situé la acción unas décadas por delante de lo que sería
aconsejable con el fin de distanciarse tanto de la posguerra como incluso de la
transición a fin de no hacer otra novela que sea clasificada como de la transición
creo que esto la hace cojear un poco ya que algunos usos y costumbres de la época
que describe no se corresponden, no solo delatando la edad del autor si no, lo
que es peor, la mala ubicación temporal de algunos personajes.
Por otra parte sé que los textos de las solapillas no los
escriben los autores pero creo que si deberían revisarlos aunque fuera
someramente. Me resulta muy chocante que cuando, al menos para mí, gran parte
de la historia está en saber si su protagonista negociara con la vida y se convertirá
en peluquero que él no quiere ser, la solapilla nos informe directamente que es
un peluquero el que cuenta a sus clientes
la historia, marcando claramente un once en la escala Spoiler (a mí en
concreto los spoilers no me molestan demasiado y perfectamente puedo leer una
historia que se cómo acaba pero en este caso creo que ha sido un error
significativo e innecesario).
En cualquier caso y para que quede claro: puede que Brasil
sea un sitio estupendo que merezca la pena visitar, pero de otra forma: no como viajero o viajante si no como turista y turisteando.
Muerdeuñas –
Williamson, Henderson, Guzowski, Hill, Levin
Inyección –
Ellis, Shalvey, Bellaire
The Delinquents – Asmus, Van Lente, Kano
El maestro y Margarita – Mijail Bulgakov
The red
road – Denise Mina
The Power –
Naomi Alderman
Adiós en azul – John D. MacDonald
La vida
negociable – Luis Landero