jueves, 4 de enero de 2018

Comentario de Textos - Diciembre 2017

Intento empezar a escribir esto antes de que se acabe el mes de diciembre, antes de que se acabe el año, algo que en principio seria hacer un poco de “trampa” ya que no se han acabado mis lecturas del mes. Pero no es tanta trampa ya que ahora mismo es la mañana del día de fin de año lo que hace presagiar que no lea ni un renglón en lo que queda de año y que lo que hay hasta aquí es lo que habrá mañana.

Además, ahora que miro alrededor mes compruebo que realmente lo de viajar (este ha sido un mes con varios viajes, aprovechando puentes y temas laborales) , si bien es bueno para muchas cosas, entre ellas mi pila de libros que ha crecido como la tradicional barriga cervecera o cualquier barriga normal en estas fechas, no lo es para mí pila de libros por leer, ya que esta ha desaparecido por completo (solo me queda uno de cuentos de Halloween, del que solo llevo la mitad ya que ¿Cuántos cuentos con temática de Halloween puede leer uno seguidos?; mi máximo esta en tres, así que aún me queda tiempo para acabarlo).

No solo se ha acabado mi pila de libros de NYC, si no que estas navidades solo me han regalado dos libros (No, ninguno de ellos es Patria, que ciertamente casi esperaba para tener una excusa para leerlo ya que no tengo claro que me apetezca nada), uno lo suficientemente corto para ya haber pasado a la pila de libros a comentar y otro que ahora me veo en la obligación moral de tener que ir a cambiarlo (obligación que es posible que no cumpla; no soy yo muy bueno con esto de las obligaciones morales).

El caso es que ahora que me enfrento a mi pila de lecturas del mes, con la que podríamos seguir la extravagante tradicional familiar de hacer unas cuantas montañas para incluir como “paisaje” del tradicional Belén que se ponía en casa de mis padres, me arrepiento de haber dejado de tomar notas sobre los libros y confiar en mis nuevos y preciosos marcadores para marcar mis pasajes favoritos. No porque los marcadores no funcionen, que funcionan estupendamente, son elegantes y me permiten marcar las frases en entornos en los que si sacara una libreta para copiar frases me tomarían – equivocadamente, todo hay que decirlo – por un psicópata, posiblemente peligroso; si no porque con la memoria que tengo si no he colocado ningún marcador me cuesta demasiado acordarme de que va cada libro (creo que algunos podría volver a leerlos pero la ausencia de marcadores me indica que esto no es una buena idea) y ahora me veo envuelto en el problema de buscar los recuerdos de los libros en mi dañada memoria. Pero lo intentare… a ver que información encontramos perdida entre mis neuronas.

Los casinos, los juegos de cartas, los timadores y similares son temas que siempre me han fascinado. Podría decir que esta fascinación viene sobre todo de mi afición de la magia con cartas, que viene de los años en que dedicaba gran parte de mi tiempo libre – y parte del ocupado – a realizar juegos de cartas o de monedas, de los años que tome clases de magia, teóricamente con Juan Tamariz, pero realmente con Joaquín Navajas (un genio con las monedas), en fin de esos años en los que siempre llevaba una baraja y unos cuantos medios dólares, de cuando me iba de vacaciones con un tomo de casi mil páginas de Alex Elmsley para ponerme a practicar en cuanto podía – lo siento Lourdes pero así son las adicciones y en algo tenía que entretenerme mientras tú hacías Taichí en, digamos, las afueras de Segovia –, de  esos años en los que daba “la brasa” a todos los conocidos con el tradicional “coge una carta” e incluso de aquellas extrañas ocasiones en los que los conocidos disfrutaban con mis juegos de cartas y monedas, o las todavía más escasas ocasiones en la que disfrutaban desconocidos como aquellos punkitos que pretendían echarse unas risas a mi cosa y acabaron bastante alucinados con mi versión del Matrix de Al Schneider en el Mesón Gallego (versión ligeramente alcoholizada y lamentable comparada con la de Schneider, que hasta sabiendo cómo se hace me sigue pareciendo increíble cada vez que la veo en video) pero es más probable que la afición venga de las historias familiares de aquel bisabuelo que perdió casi toda la fortuna familiar jugando a las cartas.

Así que no es de extrañar que cogiera Queen of Spades nada más verlo y sin molestarme ni en mirar un poco la contraportada, o puede que mirara la contraportada para confirmar que iba sobre jugadores y casinos. Lo que tengo claro es que me salte la parte en la que decían que era una versión actualizada de una fábula de Pushkin pero ambientada en un casino de Seattle, ya que si hubiera leído eso… estoy casi seguro de que no lo habría cogido, ya que aunque ni conozco Seattle ni tengo ningún recuerdo de Pushkin lo de una revisión de una fábula me habría tirado para atrás, sin ninguna duda. Lo único sorprendente del libro es que en ese casino ficticio, situado en el siglo XX,  continúen jugando al Faro, en lugar de jugar solamente al Texs Hold’em o como mucho al Black Jack. El Faro es un juego decimonónico al que no creo que nadie vivo haya jugado nunca y del que yo solo tengo las referencias de libros de magia antiguos (hablo de Robert-Houdin y similares) en el que sí que se hablaba mucho de cómo hacer trampas en las partidas de Faro. Quitando esta anécdota que creo que a nadie interesa la verdad es que se trata de un libro verdaderamente prescindible y muy alejado de los grandes libros de este estilo entre los que aprovecho para recomendaros los de James Swain (si, como suena: será que me siento valiente de cara al año que viene pero estos libros los recomiendo: Grift Sense es una obra maestra y Funny money o Sucker Bet también son excelentes y si los leéis el próximo año ya habréis leído algo excelente) aunque igual lo hago porque creo que, inexplicablemente, no están traducidos al español así que el riesgo de la recomendación es bajo.

Paseando por Kinokuniya estuve a punto de no coger The name of the game is a Kidnapping solo porque la portada pseudo-psicodélica se parecía demasiado a otras portadas japonesas de los últimos años y eso me escamaba un poco. Al final me decidí a cogerla porque ya había leído un par de novelas del autor, si bien con resultados dispares, y en aquel momento no tenía muy claro si me habían gustado mucho o poco. Leída esta tercera me gustaría poder confirmaros si mi opinión se decanta hacia seguir recordando el nombre del autor como una opción a comprar o si debería añadirlo a la lista de autores fallidos. Lamentablemente mi recuerdo de la novela es escaso y la solapilla no me aclara mucho: si, va sobre un secuestro y tiene puntos buenos, de eso estoy seguro, pero no lo sufrientemente buenos como para haber marcado ninguno y ni siquiera tengo claro que la historia se resuelva de forma especialmente interesante. Me temo que tendré que seguir probando con HIgashino para poder emitir un veredicto final, o temporalmente final, ya que de momento diría que hay empate técnico.

El puente de diciembre me marche a Piles con mi sobrina (y su madre, claro está) con la intención de que su madre aprendiera a montar en bicicleta – cosa que todavía es un work in progress – y Alicia no se aburriera demasiado en Madrid, o se pasara el día de pantalla en pantalla (de la tele a la Tablet, de la Tablet al ordenador, del ordenador a la tele y otras combinaciones que ha descubierto para cuando le dices que lleva mucho viendo la tele pueda corregirte y decirte que no, que no ha visto la tele que estaba con el ipad, o con otra pantalla. Menuda es la niña, ha heredado el gen discutidor de los Reig, y el gen puntilloso de los Villacis). En ese momento estaba empezando Dear Cyborgs, libro que compre en la librería Words de Brooklyn solo porque me parecía enrollado hacerlo, aunque he de reconocer que leer ciencia ficción, o mejor dicho novelas futuristas, en ingles me resulta muy difícil ya que muchas veces no se si no entiendo algunas palabras porque mi nivel de inglés es insuficiente o porque son palabras que se ha inventado el autor para describir algo que todavía no existe y claro, me acabo perdiendo. Se trata de un libro corto, poco más que un cuento largo, por lo que no me apetecía mucho llevármelo a Piles y tener que volver a traerlo de vuelta. Así que decidí dejarlo. En principio el plan era dejarlo y retomarlo a la vuelta pero la verdad es que lo poco que había leído no hizo que me interesara lo suficiente retormarlo a la vuelta y aunque lo he dado por leído la verdad es que no debería. Igual lo retomo cualquier día de estos y os cuento algo más de él, de momento se va a la estantería.

Afortunadamente para Piles tenía una novela policíaca de algo más de quinientas páginas, Six Four, que pese a tratarse también de un secuestro – estoy seguro de que en Japón no hay tantos secuestros como estadísticamente parecen indicar mis lecturas, igual que estoy seguro de que no hay tantos asesinos en serie o raptos de niños en estados unidos como estadísticamente demuestran mis series televisivas favoritas – parecía una gran opción para leer frente a la chimenea, si conseguíamos encender el fuego. Para encender el fuego tuvimos que esforzarnos bastante y al final usar pastillas de encendido - ya, ya sé que todos sabéis encender el fuego con ramitas, tablillas y troncos pequeños pero nosotros solo teníamos troncos medianos; y así, os lo aseguro es mucho más difícil de lo que parece – pero para devorar el libro no tuve que hacer ningún esfuerzo. Se deja leer casi de un tirón y, desde un desconocimiento absoluto, parece mostrar un gran realismo de partes de la cultura japonesa (pero que sabré yo; igual Japón o el cuerpo de policía de Japón no se parece en nada a esto, asi de atrevida es la ignorancia). Yo diría que merece la pena.

Como me temía, pese a sus más de quinientas páginas, no era lectura suficiente para todas las tardes noches frente a la chimenea así que también me lleve Paprika, como apoyo logístico por si se me acababa la lectura que yo no soy de ese tipo de personas que son capaces de leer dos, o más, libros a la vez. A mí ya me cuesta leerlos de uno en uno, me cuesta mantener a los personajes de un solo libro en mi cabeza, como para andar simultaneando libros. No quiero imaginarme el caos que se podría montar dentro de mi cerebro con distintos asesinos pululando, mezclándose entre países y épocas (supongo que así es como nacen aberraciones como Orgullo y prejuicio y zombies).

En cualquier caso, la premisa de Paprika es bastante sencilla – para ser una novela futurista – y es la típica policiaca de sueños: unos inventan una máquina que permite curar enfermedades mentales internándose en los sueños de los pacientes; otros roban esta máquina y la usan para el mal; hay una detective adorable y adorada por todos los personajes; la historia se complica y se resuelve. Nada del otro jueves pero la historia esta llevada con gracia y el libro se deja leer.

En este momento mi pila de lecturas había bajado notablemente y prácticamente ya estaba reducida a poco más que un clásico: Somehing Wicked this way comes que estaba más o menos seguro de que ya había leído, solo que hace muchos, muchos años por lo que para mí sería como leerlo por primera vez (bueno, siendo sincero creo que esto se puede decir de casi cualquier libro y en menos de dos semanas; aunque luego a mitad me dé cuenta de que efectivamente ya lo he leído, las primeras cien o doscientas páginas seguro que me parecen nuevas en casi cualquier libro). ¿Qué puedo decir del libro? Es un clásico y es de Bradbury, no creo que haga falta decir nada más. Podría contaros que es la historia de una feria que llega a un pueblo y en la que se ven atrapados unos niños, podría incluso haceros un spoiler del final porque como el propio Bradbury escribe casi al final del libro “Is Death important? No. Everything that happens before Death is what counts.”, algo que para mí, además de su literalidad, se traduce en que en los libros o en las películas no es tanto el final, ni tan siquiera la historia lo que importa; no, lo que importa de verdad es como está contada la historia y en eso Bradbury es un maestro.

De mi pila de libros que hace menos de dos menos tenía un tamaño tranquilizador ya solo me quedaba un libro, de hecho solo me quedaba un libro que yo no había querido comprarme pero que no pude evitar comprar. ¿Cómo es esto? Os contare, creo que estábamos en Words cuando Álvaro me paso At Swim-Two-Birds, que es su portada tenía un elogio de Dylan Thomas que decía “This is just the book to give your sister if she’s a loud, dirty, boozy girl”. Así que tras hacerle el chiste de rigor a Alvaro sobre si yo le parecía su hermana para recomendarme este libro, o si pretendía que se lo regalara a mi hermana y entonces la estaba llamando gritona, sucia y borracha, algo que no me parecía para nada bien (ya sabéis en plan Asterix en Córcega y su “¿no te gusta mi hermana?... ¿Qué te gusta mi hermana?”) se lo devolví diciéndole que no me interesaba (ni a mi hermana, ni probablemente tampoco a la suya).

No me lo quería comprar, no porque me lo hubiera recomendado Álvaro, sí no porque le había echado un vistazo rápido al prologo y lo comparaban con Joyce y soy consciente de que mi ingles no está, ni estará nunca, a la altura suficiente para leer a Joyce en Ingles (ni probablemente mi español para leerlo traducido). Pero no podía dejar de comprarlo, además de porque me lo había pasado Álvaro – que en este viaje me había pasado muy pocos libros –, porque hay estaba Dylan Thomas diciendo que lo recomendaba (vale, para una hermana borracha, ruidosa y sucia; pero lo recomendaba el mismísimo “diecisiete whiskies, todo un record”). Era inevitable comprarlo, pero ya os digo que prácticamente imposible leerlo. Conseguí llegar hasta la mitad hasta que subconscientemente me lo deje en casa antes de partir de viaje a Tenerife y no lo he vuelto a retomar.

Este desliz subconsciente de dejarme el libro que estaba leyendo en casa teniendo por delante un viaje de ida y vuelta en el día a Tenerife – no, no tengáis envidia. Podria haber sido a cualquier sitio ya que salí de casa a las cinco de la mañana y a las nueve de la tarde ya estaba de vuelta (agotado, eso sí). Nada que ver con mi feliz viaje a Tenerife hace muchos años para hacer de canguro – me obligo a volver a rebuscar en el kiosco del aeropuerto. Cuando ya estaba prácticamente resignado a comprarme Patria (que para que no quedan dudas no me apetece leer) y aun a riesgo de acabar teniéndolo repetido el día de Navidad, vi un nuevo Baldacci: La larga milla, protagonizado por ese personaje que tiene el problema mental inverso al mío, que no puede olvidar nada. Poco puedo decir de Baldacci, salvo que es siempre correcto aun cuando ya no llegue a la altura de sus primeros libros; de su nuevo personaje solo diré que considerar lo suyo como un problema mental no me parece serio ya que no se trata de que no pueda olvidar nada y que lo esté recordando todo, todo el tiempo, algo que sería verdaderamente complicado y confuso. No, lo que le pasa es que puede recuperar sus recuerdos más o menos a voluntad, lo cual no es ningún problema comparado con el de no poder recuperarlos en ningún momento (o peor todavía con la de no poder hacer nuevos recuerdos, que más bien es lo que me pasa a mi, como en su día le paso a Steve Wozniack; Woz para sus amigos y para los detractores de Apple, o mas concretamente del tonto-del-haba de Steve Jobs. Creo que el acabo curándose, tengo que acordarme de mirar cómo, o casi pediros que me recordéis mirarlo, que a mi se me olvidara) y solo de vez en cuando “revive” recuerdos dolorosos. No me parece para tanto.

Si os diré que en este libro se le nota que es de letras, y que todos sus lectores previos (los amigos o familia que leen el borrador antes de publicarlo) también lo son. Me explico, yo no sé mucho de armas pero si alguien tiene “una nueve milímetros y una cuarenta y cinco” guardadas en un maletín para armas (sea lo que sea eso) este no puede medir “unos setenta y cinco centímetros cuadrados”. No, no creo que uno sea capaz de meter dos pistolas en una caja que mide poco más de 8,6 centímetros de lado. No, no me lo creo, es imposible.

He hecho pruebas con conocidos de letras, dejándoles a leer la página completa,  y efectivamente no les ha llamado la atención (aunque el marcador les daba alguna pista de donde había que fijarse) asi que puede que si esto me ha llamado tanto la atención es porque me he acordado de una acalorada conversación con un “prestigioso artista”, Josechu Davila, una noche de hace ya muchos años en la barra del Morgenstern en la que me resulto imposible convencerle de que una pizza de un metro cuadrado (que era una instalación que quería hacer seguramente con fondos públicos) no podía medir 50 centímetros de lado, que tenía que medir un metro de lado para que fuera de un metro cuadrado. Fue imposible convencerle y no solo hizo esta instalación si no creo que hizo otra en la que, según él y puede que los que le financiaban, tenía un millón de metros cúbicos de aire contaminado de Madrid en un cubo de un metro de lado. Artistas y gentes de letras (o murcianos y otras gentes de mal vivir, que diría aquel).

Mi incapacidad para volverme a meter en el inglés de Flann O’Brien me dejaba sin nada que leer, con la pila de libros agotada, lo que si no fuera por la proximidad de la navidad me obligaría a visitar mis librerías de referencia de Madrid y Cercedilla (ya sabéis la librería Méndez de la calle mayor y la librería Fuenfría de Cercedilla, que os supongo visitando de forma anónima ya que no me llegan informes de vuestras visitas desde el frente de la sierra).

Como ir al centro es imposible en Navidad e ir a la periferia, o a campo abierto, es para mí casi imposible en cualquier época del año, me resigne a esperar a los regalos de navidad leyendo más cuentos de Halloween y viendo series de televisión.

Y así, en la feliz, familiar y hogareña mañana de Navidad, recibí mi recompensa de un año de lecturas con el libro de mi sobrino y también con Huracán en Jamaica, llegado desde las frías montañas de Cercedilla. Supongo que debía hacer frio, mucho frio,  en Cercedilla porque el único motivo que se me ocurre para regalarme este libro es el de buscar el calor de la Jamaica del título, o más bien de los rones que uno siempre asocia a Jamaica (que aclaro no están entre mis favoritos; demasiado especiados) sin haber leído ni un par de páginas. Personalmente me ha parecido muy malo, incluso diría lamentablemente malo, y como es cortito ni siquiera me ha dado tiempo a abandonarlo (aunque estuve tentado de hacerlo).

Ahora ya estoy casi en la víspera de Reyes, entreteniéndome con más cuentos de Halloween y esperando a ver si ya de una vez se vacía el centro de Madrid y puedo acércame a visitar mis librerías de referencia.

En fin, no es que tenga propósitos de año nuevo (que luego uno nunca cumple) pero espero que este año consiga escribir de algo más que de libros e incluso avanzar con mis tareas pendientes e incluso ver a esos amigos que hace mucho tiempo que no veo.

Queen of Spades – Michael Shou-Yung Shum
The name of the game is kidnapping – Keigo Higashino
Six Four – Hideo Yokoyama
Dear Cyborgs – Eugene Lim
Paprika – Yasutaka Tsutsui
Something wicked this way comes – Ray Bradbury
La ultima MIlla – David Baldacci
At Swim-Two Birds – Flann O’Brien

Huracán en Jamaica – Richard Hughes